Hombre + Piropos = Fracaso
Lunes. Otra vez comenzamos la semana. Después de mucho tiempo, había disfrutado de un fin de semana libre. En mi caso, es muy complicado tomar vacaciones sin que me llamen por una urgencia, pero ahora toca volver a la realidad.
Aunque a veces me quejo de mi trabajo (en el sentido de que quisiera tener un poco de tiempo libre), la verdad es que me encanta, especialmente por mis pacientes. Soy doctora especializada en cirugía pediátrica y, cada vez que atiendo a un niño, lo trato como si fuera mi propio hijo. Los niños no merecen pasar por dificultades, por eso siempre trato de hacer todo lo posible para que puedan llevar una vida hermosa y sin preocupaciones.
Dejando todo lo demás de lado, decido concentrarme en lo que tengo que hacer. Salgo del auto e ingreso al hospital, que parecía estar rebosante de actividad desde temprano: médicos, enfermeras y pacientes se movían de un lado a otro. Llego a la sala de médicos con el cabello recogido en una coleta baja, mientras me acomodaba la bata blanca. Saludo a algunos compañeros y colegas con un asentimiento. A lo lejos, escucho a un par de enfermeras discutiendo en voz baja sobre los últimos chismes del hospital; después les pediré que me pongan al corriente. Al fondo, veo a un conocido apoyado en la pared, luchando por no quedarse dormido.
—¡Delilah! – Una voz conocida habló a mis espaldas. — ¿Cómo pasaste tus vacaciones?
Me di la vuelta y sonreí; Alex había vencido al sueño.
—Bien, Malia te manda saludos. ¿Y cómo estuvo todo por acá en mi ausencia?
—Dile que igual, caótico, como siempre, pero no nos faltaron los chismes, Lili – dijo Alex, soltando una sonrisa. —Pero eso lo dejamos para luego. Ya tengo que ir a hacer mis rondas. Nos vemos más tarde —se despidió de mí y comenzó a caminar por el pasillo.
—Doctora Delilah, ¿está lista para comenzar otro lunes infernal? —preguntó una de las enfermeras, parándose a mi lado.
—Más que lista —respondí con una sonrisa. —¿Qué tenemos hoy?
—Te espera una consulta general, dos consultas preoperatorias y una revisión de niños con problemas respiratorios
Delilah asintió y se dirigió hacia su consultorio. Al llegar, se acomodó y le hizo una señal a la enfermera para que dejara pasar a su primer paciente del día. Entró una madre joven con el rostro marcado por la ansiedad, aunque intentó disimularla, seguida de un niño a su costado que no dejaba de mirar alrededor con curiosidad.
—Buenos días, soy la doctora Delilah Fielding —dijo, inclinándose ligeramente para nivelar su mirada con la del pequeño paciente. — ¿Y tú cómo te llamas, cariño?
—Yael —respondió el niño, un poco tímido al principio, pero su voz se fue haciendo más firme al ver la sonrisa sincera de Delilah
—Y dime Yael, ¿Qué te duele? —pregunto Delilah con una sonrisa
—Me duele aquí —El niño señalo su estómago con un poco de timidez
—Oh pobrecito, me dejarías revisar tu pancita —Pregunto la doctora al niño y este asintió
Delilah sonrió dulcemente y con cuidado agarro suavemente el estetoscopio y lo coloco en sus oídos, luego se inclinó hacia Yael, manteniendo siempre una expresión tranquila y amigable.
—Muy bien, ahora vamos a escuchar que hay dentro de tu pancita —dijo con una voz tranquila para que el niño no se ponga nervioso
Yael observaba con curiosidad mientras la doctora apoyaba el estetoscopio en diferentes partes de su abdomen. A cada paso, ella hacía pequeños gestos de sorpresa y asentía como si estuviera escuchando algo muy interesante.
—¡Oh! Creo que oí un gruñido de dragón, ¿lo escuchaste? —le dijo en voz baja, haciendo una mueca divertida.
El niño abrió los ojos con sorpresa y, después de unos segundos, soltó una pequeña risa.
—No sabía que tenía un dragón en la barriga… —murmuró, entre risas.
—¡Sí! Pero no te preocupes, parece que es un dragón muy bueno. Solo está un poco inquieto, tal vez necesita que lo ayudemos a calmarse, ¿no crees?
Yael asintió, encantado con la idea.
—¿Y cómo vamos a calmarlo?
Delilah dejó el estetoscopio a un lado y le guiñó un ojo.
—Primero, vamos a darle algo de agua para que se tranquilice. Luego, quizás te recomiende unas posiciones mágicas que ayuda a que los dragones se porten bien. ¿Te parece?
Yael asintió nuevamente, con una gran sonrisa en el rostro.
La doctora le explicó a la joven madre que el niño estaba bien, y que probablemente había comido demasiado dulce, lo cual le causó el dolor de estómago. La madre, al escuchar eso, se relajó y agradeció a la doctora. Delilah sonrió y escribió en una receta algunos medicamentos que el niño podía tomar para sentirse mejor.
—Eres muy valiente, Yael. Te prometo que pronto te sentirás mejor —dijo Delilah, dándole una palmadita en el hombro.
—¿Entonces mi dragón se va a portar bien? —preguntó Yael, mirando a la doctora con una mezcla de esperanza y emoción.
—¡Por supuesto! Con unas cuantas pociones mágicas y con tu ayuda, vamos a hacer que ese dragón vuelva a dormir tranquilito. Solo tenemos que cuidarlo un poquito más, ¿trato hecho?
—¡Trato hecho! —respondió Yael, aliviado y contento.
Delilah se despidió del niño, quien también se despidió agitando su manita, sonrió y siguió con sus consultas del día. Las demás consultas transcurrieron con la calidez habitual de Fielding. La seguridad con la que explicaba el procedimiento, el tono suave y alentador con el que háblala a los niños, y la forma en que contestaba cada pregunta que le hacían transmitía una confianza amigable entre paciente-doctor.
Al salir de sus consultas, Delilah notó que el pasillo estaba casi en completo silencio, interrumpido solo por el suave murmullo de las máquinas y el paso cauteloso de los enfermeros. Mientras pensaba en esto, llegó a la UCI pediátrica. Respiró hondo y ajustó su bata blanca, como si ese pequeño gesto la preparara para el cambio de atmósfera. Dentro, los pacientes más graves requerían su atención. Aunque los rostros de los pequeños eran difíciles de leer, Delilah siempre encontraba una manera de conectar con ellos.