Solo pido un instante más (spudm #2)

Prefacio.

Inocentes.

Todos hemos sido inocentes en algún momento de nuestras vidas, específicamente al nacer y durante nuestra infancia. Pensamos que todas las personas son buenas, que podemos ser lo que queramos y que todos son felices, ¿cierto? Aunque con el tiempo esa inocencia se pierda y dé paso a una nueva perspectiva: la adultez feliz es una farsa.

Sin embargo, Greg Donovan no pudo experimentar nada de eso al morir con tan solo 6 años de edad. Despertó solo y abandonado en la calle, rodeado de policías y ambulancias, sin recordar absolutamente nada. Se sintió súbitamente triste y pidió por ayuda entre lágrimas, pero nadie le escuchó.

Nadie podía verle.

Un instante le bastó para darse cuenta de que estaba solo en el mundo, de que algo malo estaba pasando con él. ¿Por qué nadie lograba verle, ni escucharle? ¿Por qué no podía sentir el tacto de las personas o ellos a él?

Lo peor de todo, ¿por qué no lograba recordar nada más que su nombre?

Caminó por largas horas buscando ayuda, pero nadie le notaba. Se sentía ignorado y no paró de llorar. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Se había perdido? ¿Acaso no lo querían?

Se detuvo frente a un colegio al escuchar risas de niños, esperando que alguno pudiera verle. No obstante, eso no pasó.

Se sentó sobre el final de un tobogán, sosteniendo su cabeza con las manos en busca de algún recuerdo.

―Piensa, piensa ―se dijo así mismo, golpeando levemente sus rodillas.

Una imagen lo puso en alerta al momento, ya que recordaba estar sobre una bicicleta y andar a toda velocidad mirando hacia atrás. Como huyendo de algo o de alguien. Había otros niños en bicicleta, pero no reconocía sus rostros.

¿Quiénes eran?, se preguntó. Lamentablemente, hasta ahí llegaba su recuerdo.

―Soy Greg Donovan y tengo seis años ―se repitió, esperando que eso jamás se le olvidara―. Soy Greg Donovan y tengo seis años.

―Yo soy Lucy ―escuchó una voz chillona, pero dulce, a su espalda.

Él se levantó, mirándola con emoción. Se acercó a ella y la tomó de las manos, sintiendo su tacto. Llevaba ropa escolar y unos lindos moños a cada lado de su cabeza, pudo notar que era mucho más pequeña que él.

― ¿Tú sí puedes verme? ―preguntó el niñito, riendo.

―Claro que puedo. ¿Acaso nadie puede verte? ―preguntó, entrecerrando sus ojos―. ¿Estás perdido?

―Sí ―admitió el niño, cabizbajo. Sintió ganas de llorar de nuevo y se enjuagó una lágrima al soltar las manos de su nueva amiga―. No recuerdo nada. Amanecí en la calle con un montón de policías y médicos, creo que mis papis me abandonaron.

―Eso está mal ―habló ella, sintiendo algo nuevo en su corazón: pesar―. ¿Tienes dónde quedarte?

Él niño negó con la cabeza.

― ¿Tienes hambre? ―preguntó Lucy, un poco preocupada. Él niño volvió a negar―. Bien, creo que tendré que hablar con...

―Nadie puede verme ―confesó el niño, mirándole―. Solo tú, Lucy.

― ¡Lucy! ―escucharon los niños y ambos voltearon. Era su profesora y se estaba acercando a ellos―. ¿Qué haces aquí? Sabes que solo puedes estar en el parque en el recreo. Tu mamá vino por ti ya.

De verdad no pueden verlo, pensó la niña con curiosidad.

―Mi mamá dice que tengo un amigo imaginario ―se ingenió la niña, sonriéndole a la profe―. Y estaba hablando con él.

―No soy imaginario ―se quejó Greg, entristecido.

―Lo sé ―habló ella, mirándolo. La profesora se puso en alerta, pero pensó que eran cosas de niños―. Mi mamá vino por mí, ven conmigo.

La profesora Keyla le miró con ojos entrecerrados y la acompañó hasta la salida del colegio. Se despidió de su alumna y se dio media vuelta, un poco crispada por la situación que acababa de presenciar.

Greg y Lucy se treparon en el carro de Samantha, madre de la chiquilla. Hablaron todo el trayecto sobre el colegio y cómo había sido su día. El pequeño pudo notar la sonrisa en el rostro de ambas durante todo el camino.

No tenía idea de cómo era su madre o el haber tenido un momento así con alguien. ¡No lograba recordar nada y eso le frustraba! Estaba aflorando nuevos sentimientos en su alma inocente y solo quería llorar.

Lucy se dio cuenta y le tendió una mano, sujetándole la suya con firmeza.

En el asiento delantero se encontraba su hermano mayor, Dylan Junior. Tenía ocho años y hablaba hasta por los codos, inmediatamente le cayó bien a Greg. Aunque le hacía preguntarse si él tenía algún hermano o hermana. ¿Sería el mayor o el menor?

Llegaron a la casa de los Martin y Samantha les recordó a sus hijos que debían guardar el uniforme y bañarse. Dylan ya se bañaba solo, pero Lucy aún necesitaba ayuda de su madre.

―Quédate en el armario y hasta que venga por ti ―le pidió Lucy y el niño obedeció―. No salgas hasta que te diga, ¿eh?

Él niño asintió y Lucy cerró la puerta del armario. Se duchó con ayuda de su madre y se vistió en el cuarto de baño.

Ella corrió de vuelta a su habitación y abrió el armario, encontrándose al niño acostado en posición fetal.

―Ya puedes salir ―le dijo y Greg se enderezó en su puesto―. Mi papá ya ha de estar por llegar, así que debes quedarte aquí mientras yo no esté ―informó, colocando su mano en su barbilla para pensar las cosas. Hablaba pausado y con voz angelical, algunas palabras las pronunciaba con dificultad, pero se veía inteligente―. No importa si nadie puede verte, escóndete. No quiero que asustes a nadie.

―Está bien ―respondió él con desgana.

¿Acaso era un monstruo que podía asustar personas? Porque no quería serlo.

―A mí no me asustas ―aclaró Lucy al ver al niño con ojos tristes de nuevo―. Debo bajar a comer, así que nos vemos.

Ella salió de su habitación a buscar a su hermano. Greg escuchó ruido abajo y se asomó un poco para ver. El papá había llegado y parecían ser una familia feliz y unida.

¿Y mis papás? ¿Me amaban? ¿Dónde están?, se preguntó.

Volvió a la habitación de Lucy y se encerró en su armario, acostándose en posición fetal de nuevo. Estaba perdido, abandonado, solo... ¿Qué pasaría ahora con él?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.