GREG
Paseo por las calles de Manhattan, observando como viven las personas. Hay rostros felices, enamorados, angustiados, tristes, preocupados e incluso con atisbos de maldad. Niños jugando con sus padres, parejas tomadas de mano, amigos riéndose entre ellos.
Frente a mí, mejor dicho: a mí alrededor está todo lo que pude haber vivido y no lo hice por querer manejar una bendita bicicleta. Respiro hondo y cierro los ojos, buscando en mi cabeza una imagen, una calle… un recuerdo.
¿Me pareceré a mi mamá o a mi papá? ¿Tendré hermanos? ¿Serán mayores o menores? A veces me pregunto si el reencontrarme con ellos me alejará de Lucy, porque si es así sacrificaría todo por ella. Por estar más tiempo y verla ser la mujer madura y decidida que, ya intuyo, será.
―Hola, Greg.
Me tenso de inmediato, dándome vuelta con lentitud para descubrir quién me ha hablado, ya que esa no es la voz de Lucy. Ahí está de nuevo, con su ropa negra y detalles carmesí, con su pelo pelirrojo y mirada verduzca.
La parca.
―Muerte ―saludo luego de tragar saliva con dificultad―. He estado buscándote.
―Lo sé.
Mi rostro de incredulidad le ha de ser muy gracioso porque suelta una ligera risita.
―Lo sabías y ¿me ignoraste? Eso es casi como dejarme en visto por WhatsApp ―le digo, con sarcasmo evidente.
―Lo siento, pero tengo un montón de cosas que hacer ―dice, alzando una ceja―. ¿Sabes que es tomar almas por todo el mundo, yo sola?
―Así que lo haces sola, ¿eh? ―comento, sorprendido.
― ¿Qué pensabas? ¿Qué tenía pequeños esqueletos con túnicas negras recogiendo espíritus? ―pregunta con ironía.
―Oye, recién me estoy enterando de que “la muerte” en serio existe y que sí viste una túnica negra con capa y todo. Así que no me culpes por fantasear ―me defiendo.
― ¿Para qué me buscabas? ―pregunta y empieza a caminar, obligándome a seguirle el paso.
―Tengo algunas preguntas que esperaba pudieras responder ―digo.
―Lo supuse, pero necesito que sepas que hay cosas que no puedo responder ―advierte, mirándome.
― ¿Por qué? ―pregunto, irritado.
―Porque tienes que descubrirlas tú.
― ¿Por qué borraste mis recuerdos en primer lugar? ―pregunto.
―Greg, estabas muy pequeño para saber y entender algunas cosas. Por eso borré tus recuerdos, necesitaba que supieras que el mundo no es un arcoíris precisamente, que tuvieses cierto nivel de madurez y allí los recuperarías ―explica, tomando asiento en la parada de autobuses.
―Pues creo que es hora, ¿no? Tengo diecisiete años ―digo.
―Sí, es hora. No puedo negártelo, pero no voy a ser quien te devuelva tus memorias. Tú debes… desbloquearlas, por así decirlo ―dice y yo gruño con irritación―. Lo hago por tu bienestar mental.
― ¿Bienestar mental? ―repito, incrédulo―. ¡Estoy muerto, por amor a Dios! Cuando me vaya, seguramente, no habrá nadie.
―Yo que tú no estaría tan seguro ―musita, observando los carros pasar frente a nosotros―. Tiene que ser poco a poco, Greg. No quiero que te llenes de malos sentimientos porque podrías llenarte de oscuridad.
― ¿Llenarme de oscuridad? ―pregunto y ella me mira―. ¿De qué hablas?
―Podrías ser un espíritu maligno ―responde como si eso aclarara mis dudad―, de los malos. Los que hacen daño. Además, debes encontrarte con tus amigos y familia antes de partir.
―Eso quiere decir que… ¿están vivos? ¿Mi familia está viva? ―pregunto sin poder ocultar mi emoción.
―Siempre habrá algo de familia en todo el mundo, ¿no? ―evade, encogiéndose de hombros y me mira―. Mira, solo necesito que sepas que no vienen cosas bonitas, pero para eso tienes a Lucy. Ella será la luz que te guiará en todo el camino que debes recorrer y puede ser quien evite que… tu alma se oscurezca.
― ¿Qué pasará cuando cumpla mi misión? ―pregunto, cabizbajo y sin mirarla―. ¿Iré a algún lado? ¿Podré observar a Lucy? ¿Existe la reencarnación?
―Todo a su debido tiempo, jovencito. Todo a su debido tiempo ―responde.
― ¡No me dices nada, Parca! ―gruño, furioso.
― ¡No puedo, entiéndelo! ―me grita también―. Quisiera hacerlo, de verdad, pero no debo.
― ¡Tú tomaste mis recuerdos, asume las consecuencias! ―le reclamo.
― ¡Las estoy asumiendo! ―grita con lágrimas negras recorriendo sus mejillas.
Y entonces, un estruendo me obliga a cubrirme el cuerpo como si algo pudiera hacerme daño. Hay gritos por todas partes, un olor a quemado y el sonido incesante de alarmas antirrobos.
Alzo el rostro y miro hacia la autopista, donde dos carros han chocado de la nada y yo la miro a ella, quien observa la escena con horror. Camina hacia ellos y yo sigo detrás de ella.