LUCY
Acabo de tener mi primer beso con mi mejor amigo de toda la vida, que para no hacer peor la cuestión: está muerto. Es un espíritu.
Todo porque entró a mi habitación y sentí un alivio tan fuerte al verlo, que le salté encima y lo besé. No sé cuántas veces lo he pensado ya, ¡pero es que no puedo creerlo!
—Tierra llamando a Lucy —canturrea Luke a mi izquierda, trayéndome de vuelta a la realidad.
—Uh, lo siento —me disculpo, encogiéndome de hombros—. ¿Me decías?
—Pues que hoy saldré con los muchachos. ¿Te apuntas? Irán a mi casa a jugar videojuegos, pero si no quieres hacer eso… pues hacemos otra cosa —aclara de inmediato.
—Hey, me gustan los videojuegos —le comento, alzando una ceja con diversión.
— ¿Eso es un sí? —pregunta con emoción.
—Hoy tengo planes —le digo, sonriendo con decepción y él suspira—. ¡Lo siento! Es que tengo algo importante que hacer hoy.
—Bueno, cuando termines me escribes a ver si los chicos aún están, ¿te parece? —dice, deteniéndose frente a mi casillero.
—Está bien —respondo, contenta—. ¿Los conociste en tu anterior instituto?
—No, es que a Mason lo conozco desde que éramos pequeños. Era mi vecino, entonces una cosa llevó a la otra y bueno, somos todos amigos —comenta mientras yo guardo las cosas en mi locker.
—Bueno, ya mi mamá debe estar esperándome afuera. Así que nos vemos… más tarde, espero —le digo y luego se me ocurre una idea mejor—. Aunque… ¿quieres conocer a mi mamá? Así sabe que sí tengo amigos —me burlo y él se ríe.
—Claro, por supuesto.
Nos encaminamos al estacionamiento y mi mamá se baja del carro al verme acompañada. Yo la abrazo y sonríe cuando nota al chico tras de mí.
—Hola, mamá. Él es Luke McCall, mi compañero de trabajos y nuevo amigo —lo presento—. Ella es Samantha Martin, mi madre.
—Mamá —me corrige, detesta que le diga “madre”.
Ruedo los ojos mientras ellos estrechan sus manos.
—Un placer conocerla, señora Martin —corresponde mi amigo, sonriendo.
—Igualmente, Luke. Eres el primer amigo del instituto que mi hija me presenta —le dice y yo palmeo mi frente—. Es cierto, nunca antes…
—Porque no he tenido amigos aquí —la corto antes de que siga—, hasta que llegó Luke. Es un gran amigo.
—Me alegra mucho. Cuando quieras, eres bienvenido a nuestra casa —lo invita, sin dejar de sonreírle.
—Muchas gracias, señora Martin.
—Dime Sam —le pide, dándole un amistoso apretón en el hombro—. Nos vamos ya, papá debe estar terminando el almuerzo.
—Hasta luego, Luke. Te escribo para ver si quedamos más tarde —le digo, despidiéndome de él con un abrazo.
—Estaré pendiente —se despide y yo me trepo en el carro.
Me coloco el cinturón y miro por la ventana, esperando que el carro avance, pero sigue apagado. Volteo para ver a mi madre, quien tiene una ceja alzada.
— ¿Qué?
—Es guapo —canturrea y yo me cubro la cara, negando con la cabeza—. ¿Qué? ¡Solo digo que es guapo!
—Somos amigos nada más —le recuerdo.
—Así empezamos tu padre y yo —dice, poniendo en marcha el carro y yo decido que hasta ahí llega el tema.
Observo por la ventana, recordando el beso y siento cosquillas en el estómago que me hacen sonreír. Presto atención al retrovisor y cubro mi boca al pegar un gritito de susto, haciendo que mi madre frene de golpe.
— ¡Maldición, Greg! ¿Cómo se te ocurre estar tan callado allá atrás? —lo regaño, encarándolo—. Pudiste matarnos del susto, además ¿cuánto rato llevas ahí?
Mi mamá suspira de alivio y pone en marcha el carro de nuevo, mientras yo sigo sintiendo mi corazón en la garganta. ¡Casi me hago pis encima del susto!
—Vine a buscarte con tu madre. Supongo que no te diste cuenta porque estabas muy charlatana con tu nuevo amigo —habla y yo entrecierro mis ojos en su dirección.
— ¡Oh, cállate! No sabes nada, así que no me hagas berrinche —le digo, rodando los ojos y enderezándome en mi puesto.
No puedo creer que aún sienta celos por Luke, ¡es estúpido!
Llegamos a casa y saludo a papá con un abrazo y un beso en la mejilla. Huele divino lo que sea que esté cocinando y se lo hago saber antes de ir a mi habitación.
Greg entra detrás de mí cuando cierro la puerta y me quito el abrigo, colocándolo sobre la silla de mi escritorio.
—¡No puedo creer que sigas celoso de él!
—Yo no estoy celoso —habla tan rápido que casi me cuesta entenderle. Un bufido escapa de mis labios y dejo caer mis manos a mis costados, alzando una ceja—. No lo estoy.
—Sí, claro —ironizo y me doy media vuelta—. Ahora, ¿me permites? Voy a cambiarme de ropa.