Sólo seremos nosotros

Prólogo

Manuel estaba a un lado de la carretera bajo el sol de medio día. Concienzuda y metódicamente, empuñaba el azadón quitando las hierbas al lado del camino a un ritmo pausado y uniforme mientras en su mente evocaba a la familia que había dejado atrás hacía poco más de un año. 

¿Qué estarían haciendo todos? ¿Los seguirían buscando? ¿Seguirían enojados con ellos? ¿Alguna vez los volvería a ver?  Se limpió el sudor de la frente con la manga de su camisa, hizo una pausa para beber un trago de agua de la botella que llevaba en el bolso de su pantalón e hizo una mueca al notar que esta ya se había calentado. 

Soltó un suspiro de resignación y siguió trabajando. 

Manuel y Sara estaban al otro lado del país, donde estaban seguros que nadie de sus familiares los iba a encontrar. Él había encontrado trabajo en un rancho ganadero y, aunque al inicio no sabía gran cosa de eso, aprendió rápido y hacía todo bien y en silencio, lo que había hecho que se ganara la confianza de sus patrones. Su inmenso tamaño hacía que lo buscaran, sobre todo, para tareas físicas algo pesadas, pero él no se quejaba; aceptaba todo con una inclinación de cabeza y se ponía a trabajar en silencio. Le pesaba no haber terminado la universidad; la había abandonado ya casi en el último semestre al huir con Sara. ¡Y por Dios que necesitaban cada centavo que pudiera ganar! Hacía un par de meses había nacido su hijo. Y aunque su marcianita adorada hacía todo lo posible por ayudarlo económicamente, vendiendo prendas tejidas y horneando galletas y pastelillos, además de ser en extremo ahorrativa; vivían con muchas restricciones. ¿Había valido la pena tanto sacrificio? Para él sí. Amaba a Sara desde que era prácticamente un adolescente, ella había sido adoptada por su tía Sarita y su esposo Toño y crecieron como primos, aunque Sarita no era realmente su tía tampoco, sólo lo era por cariño y la gran amistad que tenía con sus papás. Él mantuvo su amor en secreto lo más que pudo, pero resultó que Sara también estaba enamorada y él se dio cuenta. Intentaron alejarse y matar ese amor de tajo, pero no lo lograron. Hablaron mucho, muchísimo sopesando los pros y los contras, ella era cuatro años mayor, él no había acabado sus estudios, sabían que sus papás, y el tío “Gato”, hermano de su tía Sarita, iban a poner el grito en el cielo cuando se enteraran. Así que decidieron ocultarlo lo más posible. Esperaron hasta que Marianita, su hermana se casó, para no echar a perder la felicidad que todos sentían por esa boda tan esperada. Esa misma noche se fueron, ya tenían sus maletas listas y, cuando terminó la fiesta, se cambiaron de ropa y tomaron un taxi para dirigirse a la central de autobuses, se subieron al primero en el que encontraron pasaje, sin importar su destino, y escaparon dejando todo atrás para vivir su amor. 




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