No se podía mover, algo la tenía totalmente paralizada. Sentía los latidos de su corazón en sus oídos al mismo tiempo que un intenso pitido. Por mucho que intentaba mover sus extremidades no podía, solo sus ojos reaccionaban, nada más, ni siquiera su voz.
Una sombra se aproximó a ella poco a poco, pero en la oscuridad de su alcoba no pudo distinguir quién era, pero lo que tenía claro, era que sus intenciones no eran buenas y de que su vida corría peligro.
Intentó gritar nuevamente, pero fue en vano, sus cuerdas vocales no reaccionaban, ni siquiera un quejido pudo salir de sus labios.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente al ver algo brillar entre las manos de esa sombra, el terror se mostró en ellos y una ligera carcajada masculina hizo que se le erizara la piel.
En cuanto las manos de ese individuo se elevaron en el aire, supo que había llegado su final. Un agudo e intenso dolor se instaló en su pecho en cuanto el objeto punzante que llevaba ese desconocido atravesó de golpe su tórax retorciéndolo con saña, y soltó de golpe un quejido, el cual no se escuchó.
El dolor fue lacerante, notó como poco a poco la vida se escapaba de ella. Entre respiraciones entrecortadas pensó en su familia, en su padre, sus dos hermanos y le dolió el saber que nunca más los volvería a ver, que no volvería a escuchar sus risas, a ser presa de sus bromas, y le dolió. Una solitaria lágrima escapó y cayó en su almohada a causa del dolor que sentía, tanto físico como sicológico, porque sabía la pena que causaría a sus seres amados, cuando al día siguiente, encontraran su cuerpo sin vida en su lecho.
─Hasta nunca, querida Lisbeth. El trabajo está hecho. Ha sido un verdadero placer, amada mía.
Con la vista borrosa, vio como ese hombre, del cual reconoció la voz, salía por la puerta de su alcoba como si de un ladrón se tratara, y cerró la puerta a su espalda.
Lisbeth tomó una profunda respiración y, antes de que el último aliento de vida abandonara su cuerpo, pensó en el hombre que había amado con toda su alma, el cual, sin saber por qué, había acabado con ella, destrozando de paso su ya herido y condenado corazón.
«No te aflijas, no lo hagas. Él vendrá, él vendrá…»
Y esas palabras pronunciadas en su mente por una voz femenina que no reconocía, fue lo último que escuchó. Cerró los ojos, y finalmente, falleció.