Capitulo 2
Andrei detuvo el paso a pocos metros de la verja. Habría de esperar a Valery, quien parecía tener problemas para vencer el miedo que le suponía cruzar aquellas barras de hierro cruzadas. Como así mostraba con su paso lento, y la palidez de su rostro.
Bajo la luz de la luna, la antigua iglesia ortodoxa, medio derruida, daba un aspecto siniestro al cementerio.
Aquella iglesia tuvo días mejores. Días en los que las aves del cielo no hacían sus nidos en los huecos de las paredes donde un día hubo vigas.
Andrei recordaba esos días. Hacía muchos años ya de aquello. Apenas era un mocoso, con dificultades para mantenerse en pie. Cuando acompañaba a su madre y su abuela al servicio religioso ortodoxo los domingos.
Pero eso fue antes de la Revolución.
Entendía a Valery. Aún sin compartir ninguna de sus supersticiones.
No eran los 13 grados bajo cero lo que hacía temblar a su amigo. Aunque esas temperaturas, desde luego, no ayudaban.
Al menos no nevaba demasiado. Algo bueno.
Eran las primeras nieves del invierno.
Andrei miró a su amigo. Extendiendo el brazo, dándole una pala. Sonriendo. Eso le quitaría el frío.
Tras quitar los veinte centímetros de nieve, habrían de cavar los dos metros de tierra congelada que habría hasta llegar a la caja.
Irina Zaitsev tenía 60 años cuando pasó a mejor vida. Ni cielo. Ni infierno. Irina no estaba en esos lugares. Andrei no creía en esos cuentos de viejas. Pero Irina ya no estaba entre ellos. Esa era la única verdad. No era ya una prisionera más del Partido. Había conseguido escapar del Mundo Perfecto de La Unión Soviética . Pocas opciones más aparte de la muerte había para escapar de la Ucrania socialista.
Irina había comprado el derecho a mantener en su boca varios dientes de oro. En la Ucrania Soviética había muchas formas de pagar los favores sin usar un solo rublo. Irina en vida no fue la más virtuosa.En la Ucrania Soviética todo tenía un precio. Al margen del idealista mensaje de perfección de la URRS, la corrupción en el país vivía su etapa más dorada. Bien era verdad que en el Estado Policial en el que vivían, cualquier error se pagaba caro. No se podía confiar en nadie. De una u otra manera, cada ciudadano de la Gran Unión Sovietica era un colaborador de la policía. Si uno tenia algun contacto medianamente fiable, habría de ser consciente de su caracter breve y efímero. Bastaba para que una sospecha, incluso infundada, echara abajo cualquier relación interpersonal. Y conllevará una más que posible condena a un Gulag.
Así habia sido desde la Revolución. Y ya habían pasado muchos años de eso. Suficientes para que tipos como Andrei aprendieran a sobrevivir en ese hábitat.
Aunque Andrei sabía que venían tiempos duros.
Ese era uno de los motivos de la visita al nuevo hogar de Irina, a horas tan intempestivas. Las cuatro de la madrugada.
Andrei paró de cavar cuando sintió el golpe del metal en la caja. Mediante un gesto con la mano invitó a su amigo a imitarlo. Ofreciéndole un cigarrillo. Y un trago de Samagonka. El sudor en la frente de Valery se había cristalizado. Igual que las lágrimas a causa del frío en sus pestañas.
-Pagaremos por esto. -Dijo. Convencido.
-No. No si no nos cojen. -Respondió Andrei. Como toda justificación. Alzando las cejas. Dibujando una sonrisa forzada en su cara helada.
-No temo que nos cojan. -Dijo. -Ó mejor dicho... no es lo que más temo. -Siguió. Evitando explicar la razón de sus temores. Basados estos en la mezcolanza de tradiciones y ritos de la antigua religión ortodoxa , y los mitos y leyendas que se oían aquí y allá desde tiempos inmemoriales. Y que componían cuál amalgama la verdadera Fe de Valery. Una Fe prohibida por el Partido. Donde no había más Dios que el Estado.
Pero para Andrei todo aquello era mentira. La religión prohibida. La cuasi adoración del Estado. Las supersticiones de la zona. Todo. No eran más que distintos capítulos de un mismo libro de fábulas.
-No temas. -Dijo. Comprensivo. -Los muertos ya nada pueden hacerte.
Valery lo miró. Poco o nada convencido.
-Has de tener a los vivos. No a esta pobre. -Indicó. Acabando de retirar un par de paladas de tierra de la tapa del ataúd. -Piensa que con lo que sacaremos de aquí podrás poner un puñado de rublos en la mesa de tu familia. -justificó. -Alejate un poco. Acábate ese cigarro y déjame esto a mi. -Pidió. Alargando el brazo y tomando la palanquilla de hierro.
Mejor sería que hiciera él el trabajo sucio.
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La sonrisa desdentada que ahora lucía Irina estremeció a Valery cuando decidió acercarse de nuevo a la fosa, y aceptar la invitación de Andrei para ayudarlo a dejar la tumba como estaba, antes de su intempestiva visita.
Andrei pareció observar incluso cómo temblaba el pulso de su amigo al tomar de sus manos una de las palas. Negó con la cabeza. Molesto.
-Recoge todo y espérame en la entrada. O mejor, fuera del cementerio. Vigila. Por si alguien apareciera. -Dijo. Temiendo que su amigo se desmayara a causa del miedo.
No creía que hubiera nadie cerca. Serían las cinco y media de la madrugada. Nadie se acercaría a esas horas al cementerio. Y los trece o catorce bajo cero no invitaban a salir de las casas. En cualquier caso, a pesar del Credo oficial del Partido, aún había muchos que eran víctimas de miedos y supersticiones, como su buen amigo Valery.
Muchos que como él aún temían al Strigoi.