La noche estaba serena y hermosa. El viento silbaba mientras mecía suavemente las ramas de los árboles. Las luciérnagas imitaban como un fuego fatuo el fulgor de la luna, danzando al unísono de la canción de cuna de los árboles. Y, en lo mas profundo, oculto entre la penumbra de las copas, un gran y majestuoso roble. El árbol era iluminado por haces de luz que, escurridizos, se escapaban entre el denso follaje. Una leve melodía podía escucharse emerger desde las profundidades de ese claro. Si nos acercamos con precaución, ésta se hacía mas y mas presente, sonora y nítida, con una voz clara. Escucha, escucha la canción del bosque. Quizás ya la escuchaste alguna vez. Entonces, recuerda.