— Si fueses un hombre experimentado y no un muchacho tonto que cree que lo sabe todo, no le hubieses hecho caso y lo habrías tenido anoche.- regañaba Namara a Given el día siguiente, mientras perdía una vez más, jugando a los dados en la playa con él.
Given se encogió de hombros y recogió lo que había ganado.
- Un “no”, es un “no”. - dijo.
- Bueno, eso es cierto, amigo mío…¿lo besaste bastante?
- ¿Cuánto es “bastante”?
- por lo visto, no.
- Las ganas son una enfermedad que se contagia a través de los besos - dijo la voz suave de Manara, que se había aproximado a ellos.
- Ja! ¿Una enfermedad?
-Es lo que dice la abuela…
- y “bastante”, significa: hasta que cambie su temperatura, hasta que sientas que te desea…
- ¡Lo único que sentí fue ese maldito caracol que se incrustó en mi pecho! ¿quieren ver la marca que me dejó?
Las dos rieron.
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Sebastián despertó en su nuevo camarote. Se quedó pensando en lo que casi había dejado que pase la noche anterior…mejor así.
De todas maneras no sabía cómo iba a actuar con Given ahora. ¿Estaría enojado?
Cuando le pidió que se detuviera se había levantado y se había ido rápido y sin decir nada.
Él se quedó desconcertado. Tuvo el impulso de ir tras él para decirle que podían dormir allí los dos, si quería…pero no se atrevió. Y había sido lo mejor, se dijo ahora, porque Given no iba a estarse quieto acostado a su lado….
¿Y ahora?
Actuaría como si nada hubiera pasado, decidió.
¡Y es que nada había pasado!
Un beso, unos cuantos besos, no eran nada.
Respiró hondo y se levantó, tenía que traer sus dibujos y el diario del abuelo…rogó que el capitán no estuviera por ahí y salió.
Se encontró frente a frente con ese marinero que lo asustaba, el que había querido entrar a su cuarto. Lo miró despavorido y pasó rápido por su lado.
El hombre enorme lo miró de reojo.
Estaban subiendo cargamento de dudosa procedencia al barco, observó, para venderlo en otro puerto, supuso. Esto no le importaba para nada, siempre que siguieran viajando al suroeste, donde estaban las tierras de sus sueños.
La mayoría de los hombres ya estaba a bordo, saludó a varios, algunos le habían traído algas, caracoles y otros bichos que habían encontrado en tierra. Para colaborar con sus estudios, le dijeron, él los recibió con alegría.
No se veía a Given por ningún lado.
Se sentó en un rincón de cubierta, anotó en una hoja las coordenadas de aquella isla y se dispuso a dibujar su preciado caracol.
En eso estaba cuando escuchó la voz de Given, se aproximaba bromeando con los hombres, parecía muy alegre.
Su corazón comenzó a latir sin control.
El capitán se acercó caminando despreocupadamente, hizo un gesto de fastidio cuando vio el dibujo, pero luego sonrió y se dejó caer al lado de Sebastián.
- ¿Dibujarías una gaviota para mi cuando termines con eso?
- claro…Given…yo…quiero pedirte disculpas por lo que pasó anoche.
- ¿Por lo que pasó?, más bien por lo que NO pasó, dirás.
Sebastián se sintió muy incómodo y volvió a su dibujo. No debió haberle dicho nada a ese descarado.
- Mañana vamos a hacer un alto en otro puerto, pero sólo para recoger a un pasajero. Es una isla pequeña, muy parecida a esta, está cerca…
- ¿Un pasajero?
- Un viejo amigo. Necesita que lo lleve hasta una de las islas mayores. Es guardaespaldas del rey de ese poblado…cada una de estas islas tiene un rey, ¿sabías?
- a…no. Qué interesante.
-Si. Bastante.
Given se levantó y fue a unirse a sus hombres que ya preparaban la partida.
Al anochecer llegaron a un puerto pequeño, similar al anterior.
“El pasajero” fue una verdadera sorpresa para Sebastián.
Vio ascender al barco a una jovencita delgada y grácil, vestida con una túnica larga y colorida, como había visto que usaban algunas princesas de oriente, y la cara muy empolvada. Se protegía del sol con una sombrilla muy delicada, que en sus manos parecía no tener peso.
Cuando saludó, su voz vino a revelar que era un muchacho, y no una chica. Su nombre es Kienn, y es un gran guerrero, explicó Given a Sebastián, contratado hace ya varios años para la seguridad del soberano de la Isla Grande, vestía así para pasar desapercibido o, mejor dicho, para causar confusión. Y lo lograba a la perfección.
Given lo saludó besando su mano como si en realidad fuese una dama.
Sebastián hizo lo mismo, no pudo evitar fascinarse con sus ojos negros, sus movimientos elegantes y su perfume.
Cenaron los tres juntos, apartados del resto de la tripulación. Kienn era muy divertido y se mostró muy amable tanto con Sebastián como con Given, pasaron un buen rato.
Bien entrada la noche, se retiró cada uno a su camarote.
Sebastián se sentía todavía un poco extraño en la enorme cama de Given, era una cama para estar acompañado, pensó. Se abrazó a una almohada y se durmió. Aunque no le duró mucho el sueño…
Pegó un salto cuando sintió que le pellizcaban el trasero por debajo de las sábanas.
- ¿Qué pasa con tu educación? No me has invitado a dormir contigo- escuchó en la oscuridad. Era la voz suave de Kienn.
- ¿Kienn…?- preguntó Sebastián un poco confundido.
El otro pegó un grito de sorpresa - ¡¿Se…Sebastián?! Perdón, estaba buscando a Given…
Sebastián encendió una luz.
Kienn juntó sus manos y le dijo muy apenado - Te ruego que me perdones, ¿tú duermes con él? Disculpa. No hay nada más que una amistad entre nosotros, dormimos juntos a veces pero no es amor ni nada profundo… - se lo veía sinceramente preocupado, ya no iba pintado ni vestido como mujer, era un muchachito bastante atractivo.
Sebastián comenzó a reírse.
- No te preocupes - respondió - y no me des explicaciones, por favor. Yo no duermo con Given, lo que pasa es que le gané su camarote en una apuesta, ayer.