Susurros del Alma

Dulces Instantes

El viento soplaba con fuerza haciendo volar los copos de nieve que obstaculizaban la visión del halcón que luchaba por avanzar en tan terrible tormenta. Por tres aleteos que daban sus agotadas alas, el viento lo hacía retroceder dos.

La encomienda que le fue asignada iba a ser más difícil de cumplir de lo que se esperaba.

Sus plumas ahora blancas por la nieve estaban congeladas, el calor corporal comenzaba a abandonar su cuerpo al igual que sus fuerzas para seguir volando. Poco a poco su ritmo disminuyó y, tras un último aleteo descontrolado, cayó perdiéndose entre la oscuridad de la noche y la nieve de la montaña, llevándose consigo aquella carta que su dueño le pidió entregar, misma que jamás llegaría a su destino.

Una carta cuyo contenido no sería leído hasta muchos años después por ojos desconocidos…

Secó el sudor de su frente con el dorso de su mano para después saltar al hoyo que recientemente habían cavado. Con gran habilidad comenzó a retirar el polvo y las rocas de lo que parecían ser los restos del espécimen prehistórico que habían estado buscando.

— ¿Es él?—cuestionó uno de los agotados arqueólogos asomando su cabeza por la abertura en la tierra.

La castaña frunció el ceño apartando los mechones de cabello que se pegaban a su rostro debido al sudor, libres del recogido improvisado que horas atrás se había hecho.

—No—anunció al fin sentándose de rodillas con la espalda encorvada por el cansancio—. Es solo un ave—reveló con un suspiro dejando caer a su lado la brocha con la que había estado trabajando—. Posiblemente un águila o un halcón. Para nada es una especie extinta—gruñó decepcionada y a ella le siguieron sus compañeros.

— ¿Qué es eso?—cuestionó el mismo hombre saltando al foso, sus ojos castaños se fijaron en los huesos fosilizados.

La joven arqueóloga no tardó en dirigir su mirada azul al sitio señalado. Rendida ante la curiosidad del fornido hombre, comenzó a  liberar el misterioso rollo de cuero agrietado que se encontraba preso entre la tierra y los huesos.

—Seguramente se trataba de un ave mensajera—dijo entonces teniéndolo en sus manos cubiertas de polvo—. En el pasado era muy común—explicó con la mirada perdida en el viejo cilindro con extraños grabados ahora ilegibles.

Mordió su labio con nerviosismo antes de abrir el contenedor. No supo en qué momento su compañero se había arrodillado a su lado, respirando ansioso sobre su hombro a espera de que el contenido fuera descubierto.

El sonido de algo deslizándose en el interior inundó el ambiente hasta que cayó en manos de la castaña, revelándose como un antiguo pergamino enrollado y atado con un viejo listón verde.

— ¿Qué es lo que dice?—susurró el azabache liberando una bocanada de aire caliente sobre el cuello de la joven haciéndola estremecer por el contacto.

Luego de una mirada de reproche que lo hizo apartarse un poco, deshizo el nudo del listón con delicadeza, deteniéndose un momento al notar que algo más estaba atado a él; no dijo nada y guardó ambos objetos en uno de los bolsos de su camisa gris.

Aclaró su garganta, desenrolló el pergamino y…

Nada.

Las palabras que estaban escritas en el papel eran completamente desconocidas para ella.

—No tengo idea de qué idioma es este—se lamentó mostrándole la carta.

—Que decepción—gruñó el hombre levantándose del suelo para después salir de la fosa sin decir nada más.

La castaña, igualmente rendida, volvió a enrollar el pergamino guardándolo de nuevo en su contenedor. No haber encontrado los restos del espécimen que buscaban había sido una decepción, pero no poder leer lo que había en esa carta fue aún peor.

Desanimada observó la tierra suelta sobre la que estaba sentada; se perdió en sus pensamientos hasta que algo iluminó su mente devolviéndole la sonrisa entusiasta al rostro.

—Creo saber quién puede ayudar—anunció animada para después levantarse de un salto y comenzar a trepar por la pared de tierra hacia donde el resto la esperaba.

Observaba con impaciencia el monitor de la computadora mientras mordía su pulgar con insistencia. Tras encontrar la misteriosa carta, había regresado a su departamento para poder comunicarse con quién podía ayudarle a descifrar su contenido; luego de una semana de espera, finalmente tendría una traducción y eso, sin duda, la emocionaba demasiado.

Su mente divagaba sobre todos los posibles significados de esas palabras y el antiguo idioma en el que fueron escritas. No supo cuánto tiempo pasó hasta que un silbido hizo eco en la habitación anunciando la petición de video-llamada de su amigo.

Nada dudosa se apresuró a atender, irguiéndose sobre su silla cuando la cámara se encendió.

— ¡Hola, June!—saludó sonriente el joven castaño al otro lado de la pantalla, sus rebeldes cabellos caían húmedos encima de sus ojos color chocolate, clara señal de que recientemente se había duchado.

—Hola, Zach—correspondió sin dejar atrás su ansiedad—. ¿Lograste traducir lo que te pedí?—se apresuró a preguntar, su cuerpo inclinándose sobre el escritorio para estar más cerca del monitor.



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En el texto hay: tragedia, romance, drama

Editado: 06.08.2021

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