«No puedo fingir que sé cómo te sientes.»
Le había dicho ese día, el mismo en el que su mundo se vino abajo por primera vez.
«Pero debes saber que estoy aquí, que soy real. Di lo que quieras o no digas nada, pero no voy a dejarte caer…»
—Mentira—susurró con voz ronca, sus rodillas contra el suelo cubierto de césped y las manos convertidas en puño sobre sus piernas flexionadas—. Te fuiste y me dejaste solo—acusó.
Gruesas lágrimas comenzaban a escapar de sus ojos negros dejando un camino húmedo por donde pasaban. Frente a él se encontraba la piedra pulida y plana en cuya superficie se encontraban escritas las palabras que él no había deseado escuchar pero que aun así terminaron por derrumbar su mundo por segunda ocasión.
“Amado hijo, hermano y amigo.
Descansa en paz.”
Tragó con fuerza conforme sus ojos llorosos leían con cuidado la inscripción una y otra vez, como si esta pudiera cambiar de un momento a otro demostrándole que no era verdad. Pero sabía que eso nunca iba a suceder, no cuando su cerebro le anunciaba que la pérdida era real, no cuando sentía que le faltaba una parte a su corazón y este lo quemaba por dentro. No había forma de seguir engañándose, él había sentido como algo se desgarraba en su pecho y había visto como todo a su alrededor desaparecía; las luces apagándose eternamente con su partida y un inmenso vacío en el cual comenzaba a caer lentamente sin nadie que lo detuviera esta vez.
«No voy a dejarte caer… y si acaso no puedo evitarlo, entonces caeré contigo.»
Sus palabras resonaban en su mente haciendo eco en todo su interior. Recordaba ese día, aquél en el cual perdió a su familia y con ellos todo lo que le daba sentido a su vida. Ese día en el que ese chico que él tanto había deseado tener a su lado sin restricciones le prometió no abandonarlo y lo ayudó a ponerse de pie nuevamente. El chico que, desde ese día, se convirtió en la luz que iluminaba todo su mundo, por el cual había decidido seguir viviendo y volver a sonreír. El chico que amó con toda su alma y que ahora se había marchado dejándolo solo en medio de la oscuridad de la cual, estaba seguro, esta vez no podría escapar.
Perder a sus padres había dolido demasiado, pero lo que sentía en ese momento era aún peor. Nunca creyó volver a pasar por lo mismo, nunca pensó que podría llegar a sufrir más que ese día… Nunca pensó que él lo dejaría.
« ¿Por qué sonríes?»
Le había preguntado, sus enormes y brillantes ojos azules lo habían observado con detenimiento, destellando en la oscuridad esa noche en la playa.
—Porque tenerte a mi lado me hacía feliz—murmuró la respuesta que latía en su corazón.
« ¿Por qué vives?»
Lo recordaba caminando a su lado, las manos entrelazadas tras su espalda y una sonrisa traviesa en sus labios. Su piel acaramelada brillaba con los rayos del Sol sobre sus cabezas; el suave caminar del castaño se asemejaba a la danza de las hojas levantadas por el viento.
—Porque te lo prometí—Su voz, ahora firme, volvía a ser clara y suave como todas esas veces que intercambió palabras con él. El cabello negro le caía rebelde sobre la frente, rozando sus orejas y la fría piel de su nuca.
Densas nubes de lluvia cubrieron el cielo, ocultando el Sol y trayendo consigo una fina llovizna que comenzaba a humedecer el pasto verde del cementerio. Podía escuchar el golpeteo de estas al chocar contra las numerosas lapidas que lo rodeaban y las sentía correr por su piel descubierta.
« ¿Me amas?»
Cerró sus ojos, el nudo en su garganta había vuelto a tomar el control. Dejó caer su cabeza hacia atrás a la vez en que las lágrimas rodaban por su rostro mezclándose con las gotas de lluvia que impactaban contra su piel lavando sus penas y su dolor.
A veces parecía que el cielo se daba cuenta de sus emociones y las reflejaba para que el mundo entero lo supiera. La lluvia representaba su dolor, pero había ocasiones en que reflejaba su alegría; esas tardes en las que ambos salían a pasear con las suaves gotas mojando sus cabellos. No importaba qué le transmitiera la lluvia, al final siempre terminaba devolviéndole la calidez de la misma forma en que lo hacía el Sol cuando las nubes se dispersaban y dejaban su lugar al arcoíris que, en incontables ocasiones, él y su amado contemplaron con fascinación.
Eso era el castaño para él. El arcoíris después de la tormenta.
Una débil sonrisa se apoderó de sus labios, sus ojos negros se abrieron inundándose con la visión del cielo gris siendo atravesado por un rayo que lo iluminó por varios segundos antes de desaparecer.
—Te amo más que a nada en el mundo—su voz hizo eco a su alrededor hasta ser opacada por el trueno que resonó en todo el lugar.
La lluvia comenzaba a ser más fuerte.
«Debes saber que estoy aquí, que soy real. Di lo que quieras o no digas nada, pero no voy a dejarte caer…»
—Sé que no lo harás.
«Me tienes a mí, sin importar qué, nunca me alejaré de tu lado. Incluso si llego a morir no te abandonaré.»