La brisa fresca de la noche golpeaba su rostro sin compasión agitando sus mechones de cabello negro que ondeaban libres rosando su piel pálida y resplandeciente bajo la luz de la luna.
Su espalda recta se encontraba recargada contra el muro de roca de la vieja torre. Desde su posición lo podía observar todo, las aldeas lejanas que eran iluminadas por las antorchas, el bosque a su alrededor sumido en penumbras; una oscuridad que era irrumpida por el curioso camino de velas que lo atravesaban de un extremo a otro hasta llegar a donde ella se encontraba, pero a pesar de ello en el lugar reinaba la calma y el silencio… Hasta que a sus oídos llegó el lejano galopar de un caballo acercándose dándole aviso de que el momento había llegado.
Suspiró rendida cerrando los parpados, ocultando así sus orbes verdes y las pupilas afiladas que los atravesaban. Un suspiro más, con su vista nuevamente activa se alejó de la pared sacudiendo el polvo que quedó impregnado en su ropa negra; ajustó su capa y se colocó nuevamente su capucha. La punta enfundada de la espada que llevaba atada en la espalda golpeó contra su cadera enviando una corriente eléctrica por todo su cuerpo, un sentimiento placentero para cualquier guerrero.
Continuó con su labor avanzando hacia los almenas en el borde del balcón y, una vez ahí, se arrodilló con el cuerpo oculto tras uno de ellos dejando que únicamente sus ojos sobresalieran a espera del momento perfecto para continuar con su misión.
Fue entonces cuando los vio.
Un joven castaño de ojos esmeralda montado en un corcel blanco y, sentada tras él, estaba una doncella de largos y dorados cabellos que se abrazaba con fuerza a su pecho por miedo a caer. Los curiosos ojos grises de la joven parecían inspeccionar todo a su alrededor mientras que el chico, tranquilo y sonriente, insistía al caballo en avanzar para lograr salir por completo del bosque siguiendo el camino de velas que se habría paso por el pequeño claro hasta llegar a la antigua construcción de piedra donde ella se refugiaba.
—Al fin—susurró entonces ella con una mueca de fingido fastidio, un gruñido bajo escapó de su garganta seguido de una bocanada de humo violeta que formó una pequeña nube alrededor de su rostro.
Se deslizó por el suelo con cautela sin dejar de observar a los intrusos que ahora se encontraban detenidos en medio del claro. Escuchó el susurro del viento producido por los movimientos del castaño al desmontar del corcel, escuchó también su cálida voz alzándose entre el silencio pronunciando el nombre de su acompañante a la par en que le tendía una mano ayudándola a descender con gracia y cuidado.
Su corazón latía con fuerza producto de la adrenalina y la tentación, emociones que envió a callar una vez que se encontró en la cornisa de la torre siendo protegida por las sombras que le brindaba la noche.
— ¿Por qué me trajiste aquí?—escuchó hablar a la joven, su voz dulce y delicada haciendo eco en el lugar.
—Ya lo verás—fue la contestación que el castaño le dio.
Un gruñido más, ahora más intenso, y se encontró lista para saltar descendiendo con agilidad por el costado de la torre hasta estar a la altura de la ventana del pequeño templo que era observado por la pareja. Liberó el aire contenido en sus pulmones en forma de una nueva bocanada de humo violeta justo antes de inhalar nuevamente, preparándose para su siguiente acción.
Sus ojos se cerraron, el calor en su pecho aumentó quemándola por dentro conforme las llamas subían por su garganta dejando un camino ardiente por donde pasaban. Su mandíbula tensa se relajó al abrir su boca y liberar las llamas violetas que entraron con rapidez por la ventana danzando como listones por todo el lugar hasta caer en las velas esparcidas por toda la habitación, encendiéndolas e inundando el lugar con una luz violeta que poco a poco se fue tornando dorada.
Las ultimas llamas escaparon de su garganta rozando sus labios hasta dejarlos rojos y agrietados por el calor, un hilo de humo brotaba de su garganta y nariz hasta que lo liberó por completo con una rápida exhalación.
Sonrió agotada y satisfecha por su proeza sabiendo que, a pesar de los constantes fallos durante las prácticas, había logrado cumplir con su objetivo sin causar daños en el resto del mobiliario que con tanto empeño había dispuesto en el pequeño lugar.
—Vamos, Kirian—se alzó nuevamente la voz de la joven—, dime de qué se trata, por favor.
—Está bien, está bien—habló entre risas el nombrado y ella alcanzó a ver entre el muro de piedra como este la tomaba de las manos obligándola a avanzar hacia la entrada del recinto.
Los pasos de ambos retumbaron en el suelo de piedra conforme iban subiendo los pequeños y agrietados escalones abriéndose camino hacia el interior del ahora iluminado lugar.
— ¡Oh, Kirian!—exclamó entusiasmada la doncella llevándose ambas manos entrelazadas al pecho sobre su pulcro vestido rosa—, ¡esto es hermoso!
Y vaya que lo era, las velas brindaban un aspecto cálido al lugar reflejando su luz en los mullidos cojines blancos que estaban dispuestos sobre un sofá del mismo color y una pequeña mesita de centro en cuya superficie reposaba una bandeja con bocadillos y un humeante té de aroma dulzón que inundaba la habitación llamándola a probarlo de forma inmediata.
— ¿Te gusta?—cuestionó nervioso el castaño girando a su alrededor para apreciar con detalle la reacción de su compañera.