Tenebris

Prólogo. Superviviente.

Superviviente.

No importa cuanto duela, debemos seguir. El truco está en ignorar el dolor y continuar, pelear sin importar que la muerte esté cerca. Ese es el verdadero sacrificio, no importa cuando duela. Solamente lucha.

 

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que despertaste? Dos, tres, seis meses ¿más? Te gustaría recordarlo con total claridad y certeza, pero no tienes tiempo para pensarlo; tu cabeza solo tiene lugar para una idea: el truco. Debes ignorar el dolor. Tu quijada parece estar próxima a destrozarse por la inmensa presión que se genera cuando tu boca se aprieta ante la idea de llevar a cabo el truco e ignorar el dolor. Solo un poco más, solo debes tolerar un poco más y todo esto acabará. Él te lo ha prometido.

El tiempo suele pasar de formas bastante misteriosas cuando la luz y las sombras coexisten en un mismo espacio de manera eterna, sin presencia alguna de color o formas. Solo luz y sombras. Él suele decirte que todo estará bien, que encontrarán la manera de que todo vuelva a ser como antes, pero ¿Qué significa eso? ¿Qué significa “ser como antes” para alguien que no recuerda nada del pasado? No tienes idea de cuando comenzaron las pesadillas, pero si recuerdas todo el dolor que aquellas eran capaces de producir en todo tu ser; el umbral parece estar próximo a reventar, orillándote para ser finalmente arrastrado hacia la nada. Y, sin embargo, ahí estás: intentado que el dolor no signifique nada para continuar. Eres todo un guerrero.

Todo tu cuerpo se encuentra envuelto en sudor, con líneas carmesí que bajan por tus brazos y tus labios, por tu espalda y pecho mientras las runas se siguen grabando en tu piel para desvanecerse conforme las heridas comienzan a sanar de manera lenta y agonizante.  Y mientras eso sucede, no puedes dejar de preguntarte la misma pregunta de todas las noches: ¿Por qué alguien debería pasar por tanto?

 

-Un paso a la vez –señaló el gran maestro. Tus manos se aferran a las sabanas de la cama y a su antebrazo, presionando con fuerza la piel marchita de aquel hombre mientras tu cuerpo comienza a ladearse, sintiendo las punzadas de dolor ir y venir por cada terminal nerviosa de tu organismo; es algo atormentador, sofocante, pero debes hacerlo–, tómalo con calma. Es natural si aún no consigues hacerlo –pero lo logras. Estás de pie.

La sensación de aspereza en el suelo genera en tus pies una sensación de adormecimiento, aunque puede que eso sea normal. Después de todo, has estado mucho tiempo en cama.

-¿A dónde vamos? –preguntas.

-A ningún sitio. No puedo llevarte lejos si no puedes moverte, lo mejor será que descanses.

-No –le reprochas–. P-puedo hacerlo. Lo prometo.

No puedes verlo, pero el gran maestro sonríe a tu lado mientras se incorpora, ayudándote a ponerte de pie para sentir el primer fallo al sentir tus piernas vencerse y hacerte caer de rodillas. Su voz suena exaltada, pero no por molestia, sino por preocupación. Te toma por detrás, sujetando debajo de tus brazos hasta rodear tu pecho y ayudarte a poner de nuevo de pie, pero devolviéndote contra la cama.

-Tal vez, fue demasiado pronto. Lo lograrás a su tiempo.

-…Yo…

-¿Sucede algo?

-Lo siento, maestro.

-¿Qué lo sientes? –su voz refleja duda– ¿Por qué dices eso? Ha pasado mucho tiempo, tu recuperación es difícil.

-Soy una carga ¿verdad?

-Zeeb. No digas eso, un buen soldado jamás será una carga. Sobreviviste al infierno mismo, no cualquiera puede volver de la muerte y contarlo como tú lo harás.

-¡Perdí mis ojos, y mis compañeros han muerto! ¿Qué hay de bueno en eso? ¡TODOS ESTÁN MUERTOS!

Silencio. Lo odias.

No hay pasos, ni tos. Tampoco sonidos de disgusto en su voz, solo silencio.

La cama se hunde a tu lado cuando él se sienta, colocando su mano en tu hombro para dar palmadas suaves en el mismo como un ritual previo a sus discursos de apoyo.

-¿Sabes cual es el truco ante el dolor?

-Seguir adelante –respondes. Y por primera vez, en su voz hay un ligero ruido de aprobación–. No importa cuánto duela…

-…Debemos seguir adelante.

 

Las uñas en tus dedos duelen, las garras están saliendo al mismo tiempo que las rocas del muro en el que te sostienes comienzan a emitir ecos ante sus rupturas. Todo terminará pronto, pero debes ignorarlo un poco más; el dolor no puede detenerte. Es la regla. Las runas continúan grabándose en tu piel, pero la voz del gran maestro no logra pasar el umbral que aturde tus oídos internos, dando lugar únicamente a un molesto zumbido que se vuelve más agudo con cada segundo que transcurre. ¿Hasta donde había de llegar? ¿Qué tan tolerante se debía ser para alcanzar lo que uno se proponía?

 

-¡Esto es imposible!

Los libros caen al suelo junto a las plumillas y la tinta. Darío –quien es el encargado de la biblioteca– no parece contento por su tono de voz, pues mientras tú te quejas y replicas, él solo grita que los libros son algo sagrado que no merece estar en el piso o en tus manos. Las lecciones de braille son realmente complejas, y más cuando tu nivel de tolerancia es bajo. Tal vez, nulo. Pero Darío es alguien bastante compasivo, al menos hasta ahora, no te ha arrojado sus manuscritos o sus libros de historia a la cabeza. Mientras tú continuas con tu rabieta, aquel hombre se dispone a levantar cada una de las cosas que has tirado al suelo, suspirando al devolver todo y colocarse detrás de ti para sostener una de mis muñecas.




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