Tenebris

Profano.

Profano.

 

 

Durante algunas horas, los gritos de aquel hombre habían resonado en las profundidades del castillo; no parecía existir ni una sola parte en todo ese inmenso lugar que pudiera escapar de sus lamentos, de aquellos gritos desgarradores. Claro que, a estas alturas, los demás habitantes del castillo parecían haberse acostumbrado al tormento ajeno, aunque eso no era algo de sorprender si tomábamos en cuenta que la mayoría del clan eran personas que solo se preocupaban por sí mismos. No sería difícil para ellos ignorar a una persona aun si la viesen desangrarse frente a ellos. Sin embargo, yo no podía mostrarme tan indiferente con el proceso por el que él debía pasar. No por gusto, sino porque así era la voluntad del Gran Maestro, y no estaba de más: en su longevidad no solo estaba una leyenda, también podía reflejarse a una persona a la que el tiempo le afectó.

De un momento a otro, los gritos dieron paso a suaves jadeos que se cruzaban con murmullos de un anciano agotado, quien parecía que a duras penas podía articular las palabras. Una vez que la puerta de las mazmorras comenzó a abrirse y liberar ese sonido tan agudo, entendí que era hora de hacerme cargo del resto. Me puse de pie y guardé el diario en mi uniforme, bajando hasta el final de la mazmorra en donde el Gran Maestro y él estaban de pie.

El mayor parecía estar agotado, con gotas de sudor deslizándose por su rostro mientras el más joven parecía estar inconsciente. Su cuerpo estaba totalmente suelto, con múltiples vendajes que recubrían parte de sus extremidades y de su pecho, y aun así, las cicatrices de las runas llegaban a asomar por algunas áreas que no se cubrían del todo. Sus largos cabellos ocultaban su rostro, y uno de sus brazos colgaba mientras el otro estaba rodeando la espalda del Gran Maestro, quien apenas podía sostenerlo.

-¿Seguro que aún puede con el trabajo? Cada vez luce más…

-Cuidado con lo que dices, recuerda que aún soy tu superior…

-… Yo, lo lamento, ¿necesita ayuda?

-Ahora que lo dices –sin vacilar, se retiró para dejarme pasar y ser yo quien sostuviera a Zeeb, mientras el anciano se estiraba para hacer crujir sus huesos una última vez, soltando un quejido antes de poder subir los escalones–. Asegúrate que llegue a la cama.

-Así será, maestro.

-Bien. Pasen una buena noche, necesito reponerme de este episodio.

El Gran Maestro se alejaría con pasos débiles y lentos, pero al no llevar un peso muerto como yo, parecía más veloz que yo. No pasó mucho tiempo antes de que su silueta desapareciera al subir las escaleras, y no pasó menos antes de que el sonido de sus pasos se dejase de escuchar entre los pasillos.

Avancé a regañadientes con el cuerpo de él desde las mazmorras hasta la torre de la zona norte, cruzando de esquina a esquina el castillo a mitad de la noche mientras las antorchas apenas iluminaban algunas áreas. Sus pies arrastraron por todo el trayecto, hasta su habitación y debía admitirlo: en más de una ocasión llegué a soltarlo para darme un respiro y permitir a mis hombros descansar. En momentos así, las ganas de golpear a Henry crecían, recordando que, cuando el Gran Maestro solía pedirle ayuda para esa labor, encontraban a Zeeb a la mañana siguiente entre los pasillos o su habitación se veía destruida casi en su totalidad. La ira incontrolable de ese idiota fue mi castigo.

El camino fue realmente agotador, para el momento en que ambos llegamos a la torre norte, no había un solo musculo que no me doliera, y para empeorar las cosas, él tenía una visita no deseada.

La atractiva mujer que vestía armadura –aun a tales horas de la noche–, se encontraba de pie frente a la puerta del hombre que le robaba la respiración. Su belleza solo competía con su propio Crinos, y su Crinos era tan fuerte como la preocupación que en esos momentos exteriorizaba al verlo llegar.

-¿Está…?

-Sigue vivo –respondí sin ánimos de entablar una conversación–.

-Es un alivio –diría luego de colocar sus manos en su pecho–.

-Sí, debo irme y tú deberías hacer lo mismo.

-Permíteme ayudarte.

-Conoces el protocolo, Laureen. Nadie puede verlo por ahora.

-Solo quiero…

No me interesaba lo que ella quisiera, por lo que su insistencia no hizo más que detonar en mí interior la molestia que no deseaba exteriorizar en un principio. Y estaba segura de que ella lo sabía, tomando en cuenta que su familia y ella eran formidables con su Crinos de dominio. No es que no me agradara solo porque sí, era más el hecho de que su cercanía era un peligro.

Cuando sus pasos resonaron detrás de ambos, una oleada de calor estalló a centímetros de mi espalda mientras los pasos de aquella joven daban indicios de que había retrocedido; no acostumbraba usar mi Crinos fuera de las misiones o el entrenamiento, pero aquello me resultó en algo inevitable.

-¡Eres…!

-Sabes bien que no puedes desobedecer al Gran Maestro. Será mejor que te vayas.

-¿Por qué tú? ¿De todas las personas…?

Y una vez más, una  llamarada emergió mientras la brisa en el pasillo comenzó a tornarse caliente. Sostenía el fuego en mi mano libre, observando a Laureen de lado mientras el cuerpo de él continuaba inerte a mi lado. Los orbes de Laureen no perdieron ese brillo amenazante, y justo cuando ella intento acercarse una vez más, una tercera voz invadió el pasillo.




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