A su alrededor, todo se hizo silencio a los oídos del Duque de Somerset, dejando que sólo el latido de su corazón herido fuera lo único que se escuchara dentro de su cabeza. Andrew tragó saliva. Había sabido lo que sucedería si ella lo miraba directamente, siempre lo había sabido, y, sin embargo…
Todas las personas tenían la misma reacción, pero eran las mujeres quienes menos disimulaban ante él. Se espantaban, se escandalizaban, y, asqueadas, se preguntaban seguramente si había dolido, si había valido la pena el haber escapado con vida de aquel fatal accidente para luego vivir condenado con aquel rostro del demonio por el resto de sus días. Luego, parecían recordar sus modales y bajaban la mirada, pero el daño ya estaba hecho. Si bien era descortés observarlo directamente, aun así, lo hacían sabiendo que podrían aterrarse o bien, como solía sucederle a gran parte de sus sirvientes, se enfermaban como quien hubiesen visto a un fantasma.
La señorita Lilian Gallagher parecía tener la misma reacción que su servidumbre: el color se había ido de sus mejillas y el temblor en su manos junto con esos ojos de cervatillo asustado revelaban el terror que sólo una persona con su deformidad podría causar.
Quiso sonreír, aunque solo fuese una mueca. Estaba acostumbrado. Se suponía que debía estarlo. La dulce niña que se había hospedado en su hogar y que jamás le había visto sino hasta ahora, no podía tener otra reacción, mucho menos tras la dura noticia que soltó su padre sin previo aviso.
Era de esperarse.
—Annette, ayuda a Lilian con los preparativos de la boda —oyó decir a Lord Thomas una vez estar todos acomodados en el gran comedor del Marquesado de Bristol—. A las mujeres les encanta hacer esas cosas.
Andrew no comentó. No pudo hacerlo, menos cuando veía a la joven temblar mientras se obligaba a comer.
Ambos estaban sentados frente a frente haciendo que la situación sea aun más incómoda, todo estaba saliendo peor que mal. Tal vez él no debería estar allí…
Tal vez…
Lilian casi da un brinco en cuanto la Sra. Gallagher le susurró algo, en su rostro reflejándose la preocupación por su hija, y Eric, a su lado, trataba de sacar algún tema de conversación para romper una tensión que ilusamente Andrew jamás pensó que sucedería.
Él había creído que ella lo sabía, que Eric se lo había preguntado y ella había aceptado el plan, quizás así había sido, pero su reacción solo indicaba dos posibles conclusiones, cada una tan mala como la otra: la primera, es que la señorita Lilian no tenía idea del plan, y la segunda, es que se haya arrepentido tras conocerle en persona.
Se sentía ridículo. Muy estúpido.
“Debí de presentarme con máscara” se regañó. Juró nunca más volver a salir sin ella y presionaría a Arthur para que su nueva máscara le llegase pronto. Se sentía desnudo sin ella, y había descubierto que el mundo era aún más cruel con señalar descaradamente sus defectos pese a que aquella tragedia pudo haberle sucedido a cualquiera.
—Debo disculparme —se levantó bruscamente, llamando la atención de todos. Andrew sintió que apenas podía respirar si seguía en ese lugar—. Recordé unos asuntos urgentes que debo atender de inmediato.
—Todavía debemos hablar del contrato y…
—Será en otro momento —le interrumpió, gesto que hizo que Lord Thomas apretara los dientes, odiaba que le interrumpiesen al hablar, sobre todo un muchachito que era bastante menor y con fallas como lo era el duque—. Fue una buena charla… —de reojo, pudo ver a Lilian respirar de alivio, algo que le dolió profundamente—. Que tengan buena tarde.
No esperó una respuesta y tras una breve reverencia, oxidada por la falta de sociabilizar, se retiró sin detenerse pese a que podía oír los pasos de su amigo ir tras suyo. Ignoró al mayordomo, ignoró a todo aquel que se le puso enfrente y aceleró sus pasos, bajando las breves escaleras de la entrada cuando, entonces, Eric consiguió detenerlo. No se había dado cuenta de lo atormentado y enrabiado que estaba hasta que la mano del castaño se posó en su hombro.
—No lo haré. No insistas —fue lo primero que le dijo al darse la vuelta, apenas y podía respirar bien—. Creí que ella lo sabía.
—No tuve tiempo, ¿está bien? —incluso Eric estaba poniéndose histérico— No te arrepientas ahora, Andrew.
—¿Qué no lo haga? ¡Tú la viste! —apuntó hacia el interior de la casona para luego señalar su propio cuerpo— ¡Tú me ves a mí! Esto es lo más ridículo que pretendí hacer, está claro que ella no quiere eso.
—Se le pasará.
—La estás condenando a vivir con un monstruo, Eric.
—Basta…
—De seguro James es mejor candidato. Él está completo —le ignoró con otra de sus razones para tratar de escaparse del compromiso que tanto le ilusionó y ahora le hacía doler el corazón.
—Cállate —Eric se estaba enfadando, pero Andrew no lo veía. Estaba ensimismado en sus ideas que no pudo ver los puños del castaño formarse hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Eric se estaba conteniendo, pero la desesperación porque su plan fracase le estaba jugando en contra de su buen temperamento.
—Sé que nadie podría quererme, pero creí que por lo menos podríamos tratar de tener una buena convivencia sin que el asco cruce por su rostro cada vez que me mire…
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Editado: 23.11.2024