Un día antes del cumpleaños de Juanchi, a la mañana, el cumpleañero fue llevado a rastras al consultorio odontológico. Hizo una escena de esas que no hizo de pequeño: se tiró al suelo, como desmayado, y así lo cargaron y lo metieron al auto. Al llegar al consultorio odontológico, ya casi sin recursos, se aferró a las piernas de su madre.
—Levantate Juan Cruz —dijo, seria.
—¿Podemos negociar? Sé que me metí la pata un poquito.
—¿Un poquito? Vamos, vamos antes de que te re mil mate.
No había tortura más insoportable que ponerse frenos y seguir escuchando los retos de sus padres y sus tíos por haber ocultado aquél diagnóstico. Sintió que la mitad de la cara la tenía completamente paralizada por alambres que hacían fuerte comprensión en la zona mandibular.
El día de su cumpleaños, que coincidía con el día de la Inmaculada Concepción y quedaba inicio el calendario navideño, apenas podía modular algunas palabras. Sus amigos no paraban de burlarse de él por haber sido descubierto.
—Vamos a cuidar la amistad de esos chicos —murmuró Milena. Adela junto a Juanchi desenredaban las luces mientras Clari, tan detallista, iba colocándolas alrededor del árbol. Ella les había dado permiso a los cinco amigos de decorar el árbol de Navidad de la familia Martínez, así que parte del patio trasero estaba invadido de adornos, luces y esferas de colores.
—Por supuesto. Estaremos alerta —siguió Nacho. Sacó unos chorizos de la parrilla y llamó a los chicos a la galería para que se sirvieran.
—Man, me da pena comer con ganas viendo que vos apenas puedes masticar —comentaba Santiago con la boca llena de choripán.
—No problem —contestó Juanchi, cortando en pedacitos la carne y así poder comerla sin problemas.
Después de comer y a esperar para cantar el feliz cumpleaños, los chicos prendieron el árbol. Tocaron el botón que controlaba las luces y escucharon la leve musiquita al ritmo de villancicos. El año había pasado en un suspiro y parecía increíble estar entrando en la época navideña, el calor, las fiestas en la pileta y en el río y las amadas vacaciones de verano.
El lunes siguiente, por la tarde, fueron todos a despedir a Juanchi y a su madre a la terminal de ómnibus. Milena aguantaba las lágrimas, aunque estaba feliz con la decisión de su sobrino de seguir viviendo en Merlo hasta que acabara el colegio, algo que ni Agustín terminaba por creer. El chico subió al micro con Lucero. Los vieron subir las escaleras y ubicarse en el medio del mismo, sin dejar de mover la mano a modo de saludo. El chico estaba feliz, no paraba de sonreír a pesar de tener la cara todavía adolorida. El copiloto del ómnibus dio la orden de cerrar la puerta. El chofer arrancó y empezó a hacer marcha atrás, listo para encaminar el vehículo hacia la salida. Entre diversas maniobras, algo ocurrió y frenó de golpe. Juanchi, al estar parado y con las dos manos batiéndolas de un lado a otro, perdió el equilibrio y cayó, desapareciendo por completo de la imagen que comprendía la ventana, mas se vio a Lucero levantarse de su asiento y agacharse a ayudarlo. Los amigos no paraban de reírse al igual que Nacho.
—Sí, no hay dudas de que es mi hijo —se dijo Agustín mientras Milena se sonaba la nariz de forma ruidosa.
El micro dio la vuelta y, finalmente, salió hacia la ruta con destino a Córdoba, donde madre e hijo pasarían la noche en hotel, antes de seguir el largo camino hasta Salta.
—Bueno, hasta el año que viene, Juanchi —suspiró Clari, apoyando la cabeza a la de su amiga Adela, con aire nostálgico las dos.
—Se lo va a extrañar al chanta ese —comentó Dan, en sintonía con las chicas.
—Sí, sí, es una lástima... La próxima semana mi papá organizará un picadito en el centro. Cinco pesos cada uno, ¿se prenden? —saltó Santiago, obviando por completo el tinte de la despedida, dirigiéndose hacia Nacho y Agustín—. Los padres contra alumnos del Juampa.
—Yo me animo —sonrió Nacho, saliendo a la par del grupo.
A Adela la acercaron a su casa. Esta se despidió de todos y bajó del auto de Agustín. En la acera vio sentado a Fran, esperándola. Tomó aire, diciéndose que era hora de enfrentarlo.
El chico se paró y se acercó a ella lentamente.
—Hola.
—Hola.
—¿Cómo estás?
Adela cruzó los brazos y alzó una ceja.
—Perdón, no debí preguntar eso. ¿Podemos hablar un momento? Prometo no quitarte mucho tiempo.
La chica asintió. Sus padres estaban mirándolos desde el fondo de la casa, atentos a cualquier cosa y evitando que Verónica, la hermanita menor de Adela, fuera a armar un escándalo. A pesar de su corta edad y de que no sabía al detalle lo ocurrido con su hermana, sí comprendía que la chica había sufrido por culpa del que estaba con ella en el patio delantero de su casa.
—Es cierto lo que dicen, que tuve una novia que vivía en Santa Rosa de Conlara. También que iba en bici cada tanto hasta allá a pesar de la distancia, pero la gente exagera. A ella no la engañé, la dejé cuando empecé el juego tonto de seducir a un par de chicas aquí. Lo peor fue cuando te conocí, Adela, me gustaste desde el primer día. Todo lo referido a vos fue de verdad...
—Fran...
—Sé que suena cursi pero así fue. Con vos iba en serio, muy en serio, pero no supe cómo detener lo de las otras chicas hasta hace un par de días. Te juro, puedo ponerme de rodillas, y decirte que vos fuiste la única con la que... Eso.
—¿Tanto te costaba decirme todo esto? Si me lo hubieras dicho al menos hace una semana... o unos días antes... ¿Sabes el quilombo que se armó? Vos mismo lo has dicho, Fran, la gente exagera y la villa, en ese sentido, en un pañuelo.
Fran cerró los ojos con fuerza, lanzando un quejido.
—¡Lo sé y te pido que me perdones! Realmente me gustas Adela y no te voy a pedir que seas mi novia porque sé que ni siquiera tengo el derecho de hacerlo. Ya bastante tengo con mi familia, la tuya... Al menos decime si, en un futuro, podremos ser buenos amigos, así como lo son nuestros papás.
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Editado: 07.07.2024