El que madruga, encuentra todo cerrado. Estas no son horas de Dios... ni de nadie. Me encantaría estar en Europa en un país donde los colegios comienzan sus clases a las 9:00 a.m., ¿por qué nosotros no podemos ser así? ¡5:00 a.m.! A las 5:00 a.m. no hay nada que hacer; no puedes comer en la calle, ni ir al banco, o al centro comercial, no hay nada bueno que ver en la televisión, hasta el café sabe mal a esa hora... ni los gallos cantan porque ¡siguen durmiendo! Además, sigue oscuro, hace frío y es inseguro. No entiendo la necesidad de levantarnos tan temprano.
Apago la alarma de mi BlackBerry y vuelvo a dormir. Mamá pasa quince minutos después, intenta despertarme al jalar mis pies y agitar mis sábanas.
―¡Levántate! ―obviamente despierto de mal humor.
Intento dormir nuevamente hasta que Chiqui –mi perrita de raza poodle– estornuda frente a mi cama para llamar mi atención, ya que no se puede subir sola. Como sabe que estoy haciéndome la dormida intenta de nuevo, pero esta vez con pequeños ladridos, como queriendo decir algo, pero todavía no hablo el idioma perruno, así que no entiendo. Se cansa y muerde mis sábanas mientras retrocede para quitármelas de encima gruñendo como un hombre molesto. Agitando su cabeza, como una loca desesperada, consigue quitarme las sábanas. Ahora tiene mi atención.
Me muevo de un lado estirando mis brazos dándole la señal de que la quiero levantar. En dos patas, se apoya de mis brazos, la subo y, emocionada, mueve su cola restregándose por donde puede, desde mis pies hasta la cabeza, buscando mi cara para lamerla. ¿Cómo puedo estar molesta si esta cosita me alegra la vida? ¡Ah, sí! ¡Siguen siendo las 5:20 a.m.!
Mamá entra al cuarto apresurada, como todos los días. Se asoma y se asegura de que estoy despierta. Enciende la luz, me ve fijamente y emite un sonido:
―Mjm... ―nunca he entendido su significado.
Entra al cuarto de Kike y lo levanta, pero a gritos, porque no se mueve todavía.
―¿Cómo es posible que tu alarma ha sonado por lo menos cinco veces y tú sigues dormido? ¡Párate vale, que nos tenemos que ir ya! ―Kike camina sonámbulo hasta el baño, tardando tanto tiempo que me quedo dormida por unos segundos mientras espero mi turno para usarlo.
Por inercia, me pongo el uniforme del colegio. Primero, las medias blancas hasta las rodillas, luego la camisa azul de botones, la falda azul marino que llega hasta donde terminan las medias y, por último, el suéter cuello en V color vino. Me hago una cola de caballo y me pongo un lazo que combina con mi suéter. Toco la puerta del baño varias veces, ya es mi turno de usarlo.
***
Estoy sentada en la parte de atrás del carro y no me acuerdo en qué momento cepillé mis dientes, pero sí lo hice porque siento la menta en mi boca y no tengo la cara grasosa, así que espero haberla lavado... ¿Y Chiqui? Bueno, más le vale haber estado fuera de mi cuarto cuando cerré la puerta, si no estará encerrada hasta las 3:00 p.m. cuando regresemos de clases.
Veo por la ventana las señalizaciones verdes que indican la zona: “Las Mercedes”. Me preparo para bajarme del carro pronto. Agarro mi bolso y me pongo los mocasines marrones. Al llegar al colegio, una señora abre la puerta trasera del carro de mamá, mientras otras hacen señas con las manos para que avance el vehículo y otras gritan “¡Rápido, rápido!” a la vez que suena un silbato aturdiendo a todo el que pasa cerca. Mamá se despide, me da mi lonchera y continúa su camino a dejar a Kike en su colegio en La Castellana.
Son las 6:20 a.m., mis mejores amigas no han llegado, seguro siguen dormidas. El timbre suena a las 7:00 a.m. y normalmente llegan a la hora o diez minutos después de eso. Me siento con Alejandra en el piso de la “sala de espera”, ya que no hay sillas en ningún lugar cercano y, lo más desagradable, es lo helado que está el suelo. Hablamos sobre la tarea “Relato de un Náufrago” de Gabriel García Márquez, que no leí, obviamente; también hablamos del clima, como las abuelas, de las ganas de dormir, lo que hicimos ayer, Facebook, Twitter, chismeamos sobre niños, parejas, cosas de niñas...
―Hoy es 6 de abril, ¡ya casi es Semana Santa! No había caído en cuenta con tanta tarea que hemos tenido. Dos días para vacaciones, ¿qué harás? ¿viajarás?, ¿te quedas? ¿visitarás los templos?... ―interroga Alejandra esperando mi respuesta.
¿Semana Santa? ¿QUÉ? ¿En qué momento pasaron 40 días? Si ayer fue Carnavales y Miércoles de Ceniza... bueno hace unos días. Yo estaba en Puerto La Cruz en mi casa de playa disfrutando con mis vecinos, pero ¿ya? ¿ya es Semana Santa? Sigo procesando todo lo que pasó en Carnavales: Javier, mi amor de verano... mejor dicho, de fin de semana, mis escapadas de la casa para rumbear en algún bar cerca con mi identificación falsa, mis salidas en bote con mis amigos, mi primer shot de tequila... ¡Es demasiada información para mi pequeña cabeza! ¡Todavía la estoy absorbiendo! Mi papá habló sobre ir a la playa esta Semana Santa, pero nunca nos volvió a mencionar nada ni a Kike ni a mí... o eso creo. Seguro Kike sabe algo, pero como de costumbre no me contó.
¡Ya sé! ¡Ya sé qué haré! Tengo un boleto de avión a Margarita, que no usé por problemas familiares. En realidad, lo puedo usar ahorita. Mis amigan van, estoy casi segura de que algo planeaban.
Ya llegaron muchas niñas al colegio y ni cuenta me di. Suena el timbre, hora de formarnos en filas para cantar el Himno Nacional y rezar como todos los días.