Mi despertador suena. Me levanto de inmediato. Chiqui está acostada a mis pies. Voltea a verme y vuelve a dormir. Escucho la televisión de mamá encendida a lo lejos. Voy al baño y cumplo con mi rutina diaria. Me visto con lo adecuado para viajar: zapatos de goma cómodos y fáciles de quitar para pasar las bandas de seguridad del aeropuerto, nada de prendas, jeggins, franela blanca y suéter negro medio abrigado. Empaco lo que falta sin ganas. Mamá hace su aparición en mi cuarto vigilando que todo está en orden. Como de costumbre, me presiona para salir. Chiqui se mete en la maleta como si se fuera de viaje conmigo y mamá se desespera por pensar que ando jugando.
Salimos en seguida con maleta en mano lista para sufrir. Vamos al Centro Médico Docente La Trinidad para la cita de mi chequeo médico anual. Llegamos justo a tiempo. Solo tengo un paciente por delante. Aunque odio venir al médico, ya estoy acostumbrada por mis alergias.
La recepcionista clama mi nombre. Es mi turno. Entro al consultorio. Semidesnuda, me coloco una bata clínica color verde. El doctor prepara sus instrumentos sobre una bandeja de metal. Una vez listo, con sus guantes y estetoscopio, me revisa con Helena presente, por lo que no puedo llevar a cabo mi plan todavía. Empieza con el pulso, luego los latidos, la respiración, la vista, los oídos, la garganta…
―Mamá, ¿podrías esperar afuera? Me siento incómoda ―miento tratando de esconder mi risa.
―Si jodes. Ya me salgo ―sale de la habitación y me adelanto a hablar con el doctor.
―Entonces, doc, ¿cómo me ve?
―Estás perfecta de salud, como siempre ―confirma haciendo anotaciones en una hoja blanca.
Algo debo tener. No siempre estoy perfecta, eso es mentira.
―Pero… me está doliendo mucho el tobillo últimamente, cojeo de vez en cuando. ¿No sería mejor si tomo un reposo de diez días o algo así? ―me las ingenio para que dude sobre sus resultados, aunque fue muy apresurado mi pronóstico.
Me ve detenidamente y examina mis tobillos. Cuando toca mi pie izquierdo finjo que duele.
―Parece ser un golpe leve. No te preocupes, no necesitas nada ―vuelve a su escritorio para terminar el informe.
Me molesto y alzo un poco la voz.
―También, he estado tosiendo mucho estos días. Si tengo un virus puede ser peligroso para viajar, sobre todo con lo de la influenza ―hago de mi actuación lo más creíble posible.
Toso con fuerza.
―Si vuelves a toser toma un antialérgico, tu tos siempre ha sido alérgica. Aprovecha esta semana de vacaciones, toma sol, báñate en el mar, descansa, haz ejercicio y si tienes algo se te curará con eso. El sol y el mar curan todo.
¿No entiende que no quiero irme de vacaciones? Me cambio en el vestidor que hay a un lado de la camilla. El doctor, una vez lista, me empuja hacia la salida de su oficina hasta toparnos con Helena. Le entrega el informe asegurando con la cabeza que nos podemos ir.
Marchamos hacia el sótano donde estacionamos. De camino al carro me estreso y le suplico a mi madre su ayuda.
―De verdad no quiero viajar con papá. Por favor, dile que tienes un mal presentimiento sobre esta semana ―se me salen las lágrimas de la angustia, aunque me estoy haciendo la víctima para que sea un poco más creíble.
No sé qué hacer para no ir.
―¿Estás loca? Yo voy a descansar de ustedes. Tu padre me está haciendo un favor. Esta será mi semana de vacaciones.
¿Qué le pasa a esta señora? ¿Tanto me ama que me quiere lejos? Mis lágrimas corren con mayor frecuencia hasta que nos subimos al carro. Ahora sí estoy molesta. Lloro un poco más fuerte, a ver si así tiene compasión.
―Hija, no te preocupes, son pocos días y debes convivir con tu papá y Corina de vez en cuando ―dice con tanta sutileza que casi le creo.
Es impresionante cómo nadie entiende, no conocen bien a mi familia y lo que está por venir. Mamá debería entender.
Pese a que parecen poquitos días, son demasiados. Cada día tiene 24 horas, cada hora tiene 60 minutos y cada minuto 60 segundos, multiplicado por 7 días de crucero intensivo, encerrados en altamar… Es mucho tiempo para estar con las mismas personas en un viaje sin escapatoria por más de una semana entera, donde no hay señal de celular ni wifi gratis, sino cuatro paredes y agua. ¿Qué será de mí estos días?
Al llegar al colegio de Kike, estacionamos el carro para esperar que diera la hora de salida. Minutos después, se escucha la campana y a los pocos segundos veo cómo cientos de niños corren por doquier buscando a sus padres. Kike se acerca con alguien a su lado. ¡Eduardo, carajo! Volteo rápido para arreglar mi cabello en el espejo retrovisor y limpiar un poco mi cara. Mi apariencia no es linda, al contrario, mi ropa aparenta ser pijamas viejos, solo es cómoda, no elegante. Mientras se acerca, siento cómo me sonrojo. Mi piel se calienta, el corazón se acelera y tengo los nervios de punta.
―¡Hola, Helena! ¿Cómo has estado? ―saluda a mamá.
Ella lo abraza y le devuelve el saludo con un beso demasiado maternal.
―¡Hola, Luisa! ¿Ya lista para viajar? ―sonríe mostrando sus dientes perfectos mientras me da un pequeño abrazo.