Kike y Ricardo hablan como si estuvieran a kilómetros de distancia, o, mejor dicho, uno en la parte delantera del barco y el otro en la trasera. Les pido silencio y a cambio encienden las luces. ¡Finísimo! Me levanto histérica, obviamente.
Aturdida de la gritería, bajo de mi cama y contemplo el campo de guerra en el que me encuentro. Hay ropa tirada por todos lados, ¡es peor que un basurero! En mi intento de pedir orden lanzan más ropa al suelo. ¿Cuántos años tienen? Menos de cinco, al parecer. Me rindo, voy al baño entre los escombros de la III Guerra Mundial, cepillo mis dientes, lavo mi cara, me coloco un traje de baño y me arreglo para subir al buffet a desayunar.
Es día de navegación, no pararemos en ninguna isla. Será un día de disfrutar del barco y tomar sol. Buena forma de empezar la semana, aunque no de despertarme. Últimamente mis mañanas no son nada bonitas.
Después de desayunar, pido permiso a papá para usar las computadoras por cinco minutos. Me presta su tarjeta de habitación, donde hace los cargos de los gastos extras como este. Me conecto a una de ellas, aunque el internet es lento. Entro en Facebook. Tengo un inbox. Es de Eduardo. Me ha escrito todos los días como un diario, contándome lo que ha hecho. Se me había olvidado por completo que nunca contesté.
―¡Hola, preciosa! No he sabido nada de ti, espero que eso signifique que todo va bien. Ayer buceamos con tiburones. Estuvo increíble. Al principio estaba demasiado asustado, pero luego fue excelente. De verdad es tremenda experiencia. No sé si lo volvería a hacer… al menos que me lo pidas y claro que te acompaño…
Qué lindos mensajes. Nunca me habían tratado así. Me preocupa que no me acordaba de su existencia. De todas formas, amo su esfuerzo. Se esmera en dar lo mejor y eso me encanta de él. Me trata como una princesa.
Mientras leo, el chamo de anoche pasa justo enfrente. Me ve fijamente. Estoy en shock. Disimulo mi emoción y mis nervios. Mantengo una expresión neutra en mi rostro. Lleva puesto un traje de baño gris plomo, cholas de playa y una franela verde. Sale por la puerta de vidrio a continuación. Obviamente se dirige hacia la piscina. Quiero salir corriendo tras él.
Me hace sentir incómoda verlo y estar leyendo un mensaje de Edu. Respondo apresuradamente el inbox:
―¡Hola, Edu! Todo va bien, ya estamos navegando. Todo muy tranquilo por acá. No tengo mucho tiempo para escribirte. Espero que la estés pasando increíble y qué divertido lo que has hecho. Sigue disfrutando y saludos a tu papá. Un beso.
Me desconecto y sigo a mi hombre incógnito, pero lo pierdo de vista. Perdóname, Edu, pero estoy en una misión.
Me da remordimiento de conciencia. Me pasé con Eduardo. Mi respuesta fue de lo peor y no me puedo conectar. Buscaré wifi por el barco, pero más tarde. Ahorita me da un poco de fastidio. ¿Mi interés estará perdido?
Me apresuro en encontrar a Kike y a Ricky en el Flow Rider, el simulador de surf, desde esta mañana están antojados, mala idea ya que el crucero entero quiere subirse hoy.
Un instructor nos avisa, después de media hora en la fila, que necesitamos unas pulseras para subirnos al juego. Corremos al módulo de información donde las colocan, entregamos las tarjetas de nuestra habitación, nos registran y nos las dan. Además, con la pulsera que nos colocaron, firmamos una especie de contrato que dice que, si tenemos un accidente, somos responsables de ello, no el crucero. Regresamos a la cola y esta vez es más larga que antes. Mientras esperamos, observo cómo las mujeres se caen y quedan semidesnudas en el simulador. Los “salvavidas” del juego piden el uso de shorts y camiseta ajustada, preferiblemente licras o surf tees. Escapo de la fila y espero en las gradas, no quiero pasar por ese incidente.
Daniel me hace señas desde lejos. Bajo de las gradas a saludar, se lo presento a Kike y abraza a Ricky, estudian juntos en el colegio Los Arcos, aunque no son amigos, son compañeros de clase.
―¿Qué pasó, brother? ¿Cómo está la vaina? ―da la mano a Ricardo y dos palmadas en la espalda. Daniel prefiere no hacer la fila y regresar en otro momento u otro día cuando haya menos gente. Va a la piscina. En un rato vamos para allá. Mientras, agarro sol esperando que mis roommates usen el simulador.
―¿Ya lo conocías de Caracas? ―Kike pregunta jurando conocer la respuesta.
―No, lo conocí anoche. Es amigo de Daniela, la que estaba ayer conmigo ―se impresiona, pero le da igual y sigue haciendo la cola.
Luego de que se subieran al simulador y se cayeran haciéndome reír bastante, caminamos por las canchas de básquetbol y encontramos una sala de recreación con mesa de billar, ping pong, dominó, entre otros juegos… una sala que anoche estaba cerrada. Alice me sorprende entre los chamos del sitio y me saluda. Avisa que estará en la piscina con su hermana y comento que vamos en camino para allá. La introduzco a mis compañeros y sigue su rumbo.
―¿Es venezolana, verdad? ―cuestiona Kike, entretanto Alice se aleja.
―No. Es de Tenerife, España.
―¿Cómo la conoces?
―Anoche se nos acercó en The Fuel, la discoteca de menores… estaba sola, y bueno, ahora es nuestra amiga. Es full pana, me cae buenísimo.
―¡Mierda! Tú no pierdes el tiempo, pero ¿cómo?... olvídalo ―exclama Kike intrigado de cómo es posible que ya conozca gente.