Un crucero, tú y yo... ¡piénsalo!

Sábado 16 de abril de 2011

Me levanto y nuevamente no hay llamadas perdidas ni sonó el teléfono. Sigo con mi rutina. Hoy es el último día, el barco navega todo el día y mañana estaremos de vuelta en el puerto.

Al terminar de comer recorro la piscina y encuentro a Dani y Alice agarrando sol. Habíamos quedado en patinar en hielo hoy, por lo que estuvimos un rato en la piscina y luego, a eso de la 1:00 p.m. bajamos a nuestras habitaciones a ponernos jeans y medias para la pista.

Llego a la pista y Dani corre hacia mí.

―Adivina quiénes están aquí ―dice sorprendida.

Pensé unos segundos. Pelé los ojos e hice un movimiento con mi cabeza jurando que mi amiga lee mis pensamientos. En respuesta a eso ella asiente con su cabeza abriendo bastante sus ojos y sonriendo a la vez.

―¡No me jodas! ¿Rodrigo y Daniel? ―casi grito.

Daniela cambia la cara.

―No, gafa. Rodrigo y su hermano, Juan. Andan con sus primos ―dice como si fuera adivina.

―¿Qué? ¿Es en serio? ―confirma haciendo un pequeño sonido como mjmm…

No sé si quiero verlo. Qué rabia me da. Estoy segura de que se me va a olvidar lo molesta que estoy con él apenas lo vea. No quiero patinar ya. Doy media vuelta y me largo. Daniela me jala el brazo.

―No seas tonta. Que te vea feliz. Vamos a pasarla bien. Es el último día, no dejes que un niño estúpido lo arruine todo ―se queda callada―. ¿Vienes?

Nos dirigimos a la pista. Ahí está. Se sostiene de la baranda y su mirada se clava en mí. ¿Por qué, Dios? Es demasiado bello y yo soy demasiado débil. Me cuesta no verlo. Voy con Dani al puesto de permisos de patinaje, al igual que los permisos de surf y la pared de escalar. Llegan Kike, Ricardo, Romina y Alice con su hermana. Rodrigo frena en la puerta de la pista. Nos está esperando, estoy segura. Voy por mis patines y me siento con Dani a ponérnoslos. Juan jala a Rodrigo a patinar, así que deja de esperar en la puerta e intenta patinar con su familia, aunque nos observa de lejos. Nosotras esperamos a los demás para empezar.

Listo, todos a la pista. Soy la última en entrar, prefiero evitar encontrarme con míster Ferrante. Veo cómo el resto de su familia saluda a los que vinieron conmigo. Saludo a sus primos, luego a Juan y, por último, a él. Le doy un beso en la mejilla, de esos que se rozan cachete con cachete, evitando el contacto directo a los ojos, y continúo por la pista. Trato de hacer caso omiso a su presencia. En ocasiones lo logro y patino con confianza, riendo y disfrutando con mis amigos. Entre las niñas tratamos de hacer competencias de quién va más rápido, pero a Carol le cuesta mucho patinar, así que mejor le enseñamos cómo hacerlo. Juan patina en reversa y mis roommates van a toda velocidad, asustando a aquellos que van muy lento. Rodrigo, en cambio, va caminando agarrado del barandal, tratando de mantenerse de pie. Ojalá se caiga.

Patino un rato junto a Carlos. Nos reímos. Hasta que Rodrigo le grita.

―¡Wey! Psssst… ¡Charlie! ―grita Ro agarrándose todavía de la baranda―. ¡Wey, ayúdame! ―Carlos se hace el loco, pero los gritos no paran―. ¡No seas mamón, Carlos! ¡Ayúdame, wey! ―Ro se molesta y, por ende, Carlos va a auxiliarlo.

Sé que Rodrigo lo hace a propósito, pues fácil puede llamar a su hermano, o al hermanito de Carlos…

Hacemos trenecitos de gente patinando y los instructores nos regañan. Nos soltamos y cinco minutos después volvemos a hacer el tren. Regresan los regaños. No paramos de reír. Cuando llega uno de los instructores amenazándonos con botarnos nos quedamos quietos.

Alice y Carol llevan récord en caídas. En cada vuelta, alguna se va de nalgas al suelo. Dani trata de ayudar a Rodrigo, pero le entretiene más el chino, Juan. Ellos tienen algo que no se entiende, como un “jujú, un “pique”, una conexión. Se atraen.

Ayudo a Caro a patinar y nos caemos durísimo. Nos ayudan a levantarnos y seguimos patinando. Rodrigo se burla a lo lejos. Me amarga.

Patino sola y paso cerca de Rodrigo.

―¿Y a mí no me ayudas? ―reclama sin titubear.

Sigo mi camino fingiendo que no escuché. En la siguiente vuelta que doy vuelve a fastidiar.

―Sé que me escuchaste perfectamente ―no tiene pena.

Doy otra vuelta y nuevamente:

―¡Estás hermosa! ―trato de ir más rápido.

Me encanta lo que dijo, pero lo odio, ¡Que se caiga!

Próxima vuelta y sigue:

―¿Así me vas a tratar nuestro último día?

OK. Freno en seco. Retrocedo. Ya se le fue de las manos. Me acerco a él. Me sonríe firmemente mientras mi cara dice totalmente lo opuesto.

―¿No te has dado cuenta de que no te respondo porque no me da la gana? Déjame en paz, te has portado de lo peor conmigo y no voy a fingir que no pasa n…

Me roba un beso, sin pensar, sin parpadear, sin preguntar. Simplemente en cuestión de pocos segundos agarra mi cara con su mano izquierda, la derecha sigue agarrada de la baranda, me jala y me estampa un beso. Enfrente de todos, mientras le digo que no me hable más, que lo odio. Y así de simple, nuevamente hace que se me olvide todo. Detesto que lo haga, pero cómo me fascina.




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