El silencio del cementerio resonaba profundamente en mi alma, un susurro de recuerdos que no podía evitar. Cada pensamiento me arrastraba hacia el pasado, un torbellino de verdades reveladas y, al mismo tiempo, inalcanzables. Pensar en James y en el breve momento que compartimos me hacía sentir que nuestras almas estaban en búsqueda de paz, aunque yo no podía entender su conflicto. Aunque el caos de mi vida seguía sin resolverse, aquel instante de tregua parecía un faro en medio de la tormenta que nos rodeaba.
El eco de mis pasos resonaba en mis oídos, amplificado en el largo y estrecho camino. No miraba a los lados, ni pensaba en nada. Los días de lluvia me habían llevado a sumergirme en mi propio mundo interior, reflexionando sobre lo que estaba sucediendo. La lluvia había caído sin cesar durante dos días, y la neblina envolvía todo en un manto gris. La humedad en el aire hacía que cada respiración se sintiera densa, y el paraguas que sostenía parecía ser mi único refugio. Las enormes coronas de flores y la brisa
fría que cubría el lugar me hacían sentir aún más sola. La tumba de mis padres estaba allí, tan solitaria, tan fría, como si pudiera alzar los brazos y acogerme una vez más.
Me arrodillé; la herida en mi mano, aún vendada, dolía con cada movimiento. La tumba estaba tan solitaria, tan abandonada. No podía creer que hubiera pasado un año desde la última vez que los abracé. ¿Por qué me dejaron? Estaba siendo tan difícil sin ellos. Papá, ¿quién era mi abuela? ¿Qué hizo? ¿Por qué tengo estos poderes extraños? Me preguntaba si alguna vez supo algo. ¿Madre, acaso te callaste algo? Tal vez todos me miraban con lástima o esperaban algo más de mí, como si fuera un experimento. No sabía si sentirme agradecida o traicionada.
Mi abuela siempre me protegía, o tal vez cuidaba su ofrenda para el ritual. Estaba cansada de todo. El mundo apestaba, la gente apestaba. Estaba harta de sentirme como una víctima. Ese dolor me había hecho más fuerte. Ya no quería llorar más. Ese era un camino, una fuerza que me empujaba a buscar respuestas y tomar decisiones rápidas. No iba a quedarme estancada. Me dejaron sola, con un millón de deudas y problemas que no entendía. Pero iba a enfrentar todo eso. No me pregunten por qué había cambiado. El dolor me había llevado a un punto en el que tenía que actuar.
Mientras me levantaba, el sonido del teléfono rompió el silencio de la mañana lluviosa. La lluvia había caído sin cesar durante dos días, y la neblina envolvía todo en un manto gris. El timbre del teléfono sonaba en contraste con la calma del cementerio, como si estuviera esperando el momento de renacer para afirmar lo que ya estaba sintiendo.
Respondí con una mezcla de esperanza y agotamiento. La voz de Ryan se oyó al otro lado de la línea, clara y decidida.
—Emma, escucha, tengo buenas noticias —dijo Ryan con un tono que revelaba su entusiasmo—. Encontré una forma de reclamar la propiedad.
Una chispa de esperanza se encendió en mi pecho.
—¿En serio? —pregunté, tratando de mantener la calma.
—Sí, pero necesitarás ver algunos detalles en persona. Hay una cafetería en el centro de la ciudad, un lugar discreto y tranquilo. Te enviaré la dirección. Podemos encontrarnos allí para discutirlo.
El cielo gris y la lluvia persistente parecían cobrar vida, como si el clima mismo estuviera en sintonía con mi cambio interno. Sostuve el paraguas con la fuerza de una nueva determinación.
—Gracias, Ryan. Nos vemos en la cafetería.
Colgué el teléfono y me sentí más fuerte, como si este pequeño paso hacia adelante fuera la señal que necesitaba para enfrentar todo de una vez. Me dirigí hacia el lugar indicado, lista para enfrentar el siguiente capítulo de mi vida.
Abrí la puerta de cristal de la cafetería, mi corazón latía con fuerza, impulsando cada paso que daba. Sentía que no era la misma; el tiempo de reflexión me había servido de mucho. Busqué con la vista a Ryan y allí estaba, mi calma. No sabía qué hacía, pero siempre lograba alegrarme el día.
—Hola, preciosa, días sin vernos —dijo, levantándose para besarme en la cara. Me hizo un gesto para que me sentara. No pude evitar hacer una leve sonrisa ante su presencia.
—Hola.
—Te ves diferente... —dijo Ryan, fijando sus ojos azules en mí. Se rascó la garganta y continuó—. Bueno, te dije que tenía buenas noticias, así que allá vamos —abrió su enorme carpeta negra. Su gran dragón en el brazo parecía tener vida propia—. Puedes apelar, Emma, declarando que el pacto firmado con tu abuela fue hace muchos años y que no tenías ningún conocimiento de esto. Además —hizo una pausa para tomar aire y ajustarse los espejuelos— puedes alegar que estabas en una situación económica delicada al haber perdido toda tu fortuna y que no se te informó con antelación.
Sus palabras fueron como oxígeno para mi mente asfixiada de problemas. Las esperanzas volvían por fin a mí. Ryan me observaba, esperando alguna reacción de mi parte. Sonreí con alivio.
—¿Quieres decir que se puede abrogar la reclamación de James? —pregunté, y mi sonrisa no desaparecía de mi rostro.
—No del todo, recuerda que tu casa también estaba en hipoteca. Pero te daría tiempo para buscar alguna solución sobre la deuda o llegar a algún acuerdo con James —sus palabras fueron claras y directas, sin rodeos.
Sentí alivio, como si al fin un rayo de sol se colara a través de mi cielo cubierto de nubes negras.
—Hay algo más. Tienes que buscar algún registro del pacto antiguo. El acuerdo está en los archivos, pero necesitas algún papel escrito por tu abuela o algo que corrobore lo acordado —dijo, y mi cabeza empezó a preocuparse.
—Será un poco difícil encontrar algo así, pero lo intentaré —respondí, intentando pensar en dónde podría estar. El recuerdo del libro rojo vino a mi cabeza. Tragué un sorbo de café, y una duda llegó de golpe a mi mente.
—Ryan, aún no me has dicho el costo de tu trabajo —dije, levantando la taza de café para beber.