Un eco ancestral

20 Lo inevitable

No había apenas distancia entre nosotros dos. Su enorme tamaño dejaba detrás el mundo entero.

Su camisa blanca bien cuidada resaltaba su robusto cuerpo, y los dos cinturones de cuero negro que desviaban la atención a su lujoso pantalón negro destacaban su atractivo natural y sofisticado. Llevaba el pelo recogido en un moño detrás , y por momentos parecí­a tener el cabello corto.

Su mirada me estudió de pies a cabeza y no pude evitar estremecerme por completo. Pero debí­a mantenerme firme, al fin y al cabo, esa era mi casa, y él no podía ­por ningún motivo notar el miedo que me provocaba. James posó sus ojos sobre el cofre en mis manos y sonrió nuevamente.

—No sabía que eras una ladrona—dijo, levantando una ceja mientras se erguí­a, presumiendo su ventaja sobre mi

—¿Ladrona por tomar lo que es mío? Creo que se equivoca de persona. Yo podría ­decir lo mismo de ti, ¿no crees? —tragué en seco, y unas náusea , producto de los nervios, se apoderaron de mi estómago.

James sonrió mientras miraba hacia un lado para luego volver la vista hacia mí . Su sonrisa desapareció y su rostro se tornó serio.

—¡Dámelo! —ordenó con voz ruda. Su tono me asustó, pero no podía mostrar más vulnerabilidad.

—No, es mío , pertenece a mi familia —sostuve con fuerza el cofre y di un paso hacia atrás en un intento de proteger la caja. Sentí como mi cuerpo chocó contra la enorme gaveta.

Mi respiración comenzó a entrecortarse. James no se movió ni hizo ningún gesto, solo me estudio con la mirada.

—Mí­rate, te comportas como un animalito indefenso. ¿Quieres llevártelo ? Pues hazlo. Luego no te quejes cuando el pasado se vuelva demasiado doloroso —sus palabras sonaron duras y cortantes, pero podía percibir cierto intento de protección .

—¿Qué sabes tú de dolor? A no ser de causarselo a otros —dije en un tono despectivo y elevado, mientras levantaba la cabeza y parpadeaba constantemente.

Él me miró fijo y presionó su mandíbula , conteniendo la rabia que mis palabras le habían provocado. —Escucha, niñita engreída , cuida tus palabras. Estoy intentando advertirte. No sabes nada de la vida, ni de mí, ni del dolor. Solo sabes patalear cuando quieres algo—dijo acercándose más, y su respiración agitada era notable; su pecho subía y bajaba con fuerza.

Ya no había apenas espacio entre nosotros. Mi cuerpo estaba tan pegado a la cómoda que podía sentir los mangos de las gavetas. Sentí que había tocado un punto que le dolía ­, aunque no era mi intención herirlo, pero también comenzaban a ofenderme sus palabras despectivas.

Intenté mirarlo a los ojos, por lo que tuve que inclinar mucho mi cuello. —¿Niña engreída , dices? —hice una carcajada cargada de sarcasmo.

— Quizás sea muy joven para saber mucho de la vida, pero el dolor lo conozco muy bien, Audrey —dije marcando mis palabras, sintiendo que me llenaba de valor con cada sí­laba pronunciada.

—El dolor es como una bestia, una bestia que te araña por dentro, rasgando tu interior, queriendo salir a costa de tu sufrimiento. Pero con el tiempo te das cuenta de que ese animal feroz vivirá por siempre en ti. Entonces debes escoger entre domar a la bestia o dejar que ella te domine a ti —apreté los labios con fuerza mientras lo miraba fijamente.

Él se detuvo en mis ojos. Su rostro se turbó por un momento; estaba perplejo por mis palabras. Su respiración se hizo más suave. Estaba tan cerca que la habitación se sentía ­reducida al espacio que ocupábamos.

Nuestras respiraciones se entrelazaron en el aire. Entonces entendí­ que mis palabras habían rasgado una parte de su armadura; había entrado en su interior, en su dolor. Y por un momento ya no quería herirlo ni pelear, quería entenderlo. Aunque mi razón batallaba con lo que pedía ... ¿mi corazón ?

Me sentía tan confundida al ver que ambos intentábamos luchar contra esa bestia que tanto sufrimiento nos causaba en el alma.

—Intento protegerte, niña tonta, pero claramente sabes lo que es sufrir —su voz sonó diferente, calmada, pausada.

Mi corazón comenzaba una orquesta en mi cuerpo, a la que se sumaban el estómago. Nuestras miradas se fundieron y mis manos se relajaron en el cofre rústico .

Ambos habíamos bajado la guardia una vez más, como si encontrarnos fuera la tregua que el otro necesitaba.

A mi alrededor todo desapareció ; solo James existía . Su mano rozó mi rostro. La aspereza de sus dedos recorrió el contorno de mi cara. Su aliento suave a menta fresca bajó todas mis defensas.

James me hacía sentir que estaba en las nubes, me hipnotizaba. Bajó su mano a mi barbilla y sus ojos tenían una luz, una chispa pequeña que amenazaba con explotar y hacerlo perder los estribos. En una voz susurrada, casi inaudible, dijo:

—Me haces perder el control. Siempre apareces, es como si lo hicieras adrede. Jamás había visto a James así .

Su voz estaba cargada de deseo. Se había despojado de su armadura arrogante y ahora estaba aquí , tan vulnerable, igual que yo. Mis piernas casi se derretían.

Pero mi atracción por este hombre era mas fuerte que mi orgullo. Poco a poco iba perdiendo las fuerzas para luchar en este juego de poder.

Él se acercó aún más. Sus labios rozaron los míos; su aliento caliente y su saliva tibia se mezclaron con la mí­a, dando como resultado un beso apasionado, como dos amantes que se han esperado por años.

Enterró sus dedos en mi cabello rizado, mientras su otra mano se deslizaba por mi cintura. Me aferré a su cuello. Él me levantó y, en un movimiento rápido, casi veloz, me sentó en la enorme cómoda. Ya no podía pensar, apenas sabía mi nombre. Nuestros labios se perdían el uno en el otro; su lengua entraba en mi boca mientras yo necesitaba más de él.

Mis piernas rodeaban su robusto cuerpo. Me aferré a su enorme espalda. "Diablos, es más enorme desde este ángulo".

Él bajó a mi cuello, dejando un recorrido de besos, para luego pasar a mi oreja, haciendo que el calor en mí se sintiera como un enorme incendio sin posibilidades de ser apagado, salvo por el. Con mis manos recorrí­ su cuello dulcemente hasta llegar a su pecho. No podía creer que este momento fuece real.




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