Un latido a la vez

Capitulo Uno | Primera Campanada

Emma Isabelle.

El aire frío de la mañana era como un recordatorio de que no podía dar marcha atrás. Sujeté las correas de mi mochila con fuerza mientras cruzaba las puertas de vidrio de la preparatoria St. Claire. Todo se sentía inmenso, casi intimidantes. Las voces, las risas, los pasos apresurados en el pasillo... era un caos ordenado del que, de alguna forma, ahora formaba parte.

Mi corazón latía rápido, pero no era del todo emoción. Había nervios. Muchos nervios.

«Solo es una escuela nueva, Emma. No es para tanto.»

Me repetí, intentando calmarme, aunque sabía que no iba a funcionar.

Entre al salón de clase, y el ruido se calmó un poco, remplazado por el sonido de las sillas al moverse y el murmullo bajo de los demás. Hice un escaño rápido del lugar. Un asiento vacío al fondo llamó mi atención. Perfecto. Un espacio donde pasad desapercibida.

Caminé hasta allí, bajando la mirada para evitar miradas curiosas. Deje mi mochila en la silla y, solo entonces, note al chico sentado a mi lado.

Estaba inclinado sobre su cuaderno, dibujando algo que no alcance a distinguir. Su cabello oscuro le caía sobre la frente, y sus manos se movían con precisión. Era el tipo de persona que parecía no notar nada a su alrededor, totalmente absorto en lo suyo.

— Hola —dije, porque parecía lo mínimo que debía hacer.

Él levanto la vista brevemente, me dedicó un asentimiento casi imperceptible y volvió a lo suyo, como si yo no existiera.

No me lo tomé personal. Tampoco es que quisiera una conversación. De hecho, lo agradecí. No estaba segura de tener ganas de hablar con nadie en ese momento. Solo quería que el día el día transcurriera rápido, que todo esto dejara de sentirse tan... nuevo.

La profesora llegó poco después, y la clase empezó. Traté de concentrarme, pero la sensación de estar fuera de lugar no desaparecia. Era como si todo el mundo supiera exactamente qué hacía allí, excepto yo.

Apenas había pasado media hora y ya me sentía agotada. La profesora habla con entusiasmo, presentándose y explicando el plan de estudios, pero sus palabras apenas llegaban a mi. Mi mente estaba ocupada intentando procesar cada pequeño detalle de mi entorno: las risas ahogadas de un grupo al frente, el suave tranqueteo de un bolígrafo en la esquina, e incluso el leve susurro de las hojas del cuaderno del chico a mi lado.

De reojo, noté que su mano se detenía. Parecía haber terminado su dibujo. Giró el cuaderno apenas un poco, lo suficiente para que yo alcanzará a ver unas líneas de formann un paisaje: árboles desdibujados bajo lo que parecía un cielo tormentoso.

Sin pensar, las palabras escaparon de mi boca.

— Es... bonito.

No supe si lo oyó o si simplemente decidió ignorarme, porque no respondió. Cerró el cuaderno con calma y lo guardo en su mochila.

Sentí un ligero calor subiendo a mis mejillas. Tal vez no debí decir nada. Tal vez él preferiría que nadie hablara con él.

— Gracias. —Su voz fue baja, casi un murmullo, pero suficiente para que la oyera.

Volteé hacia el, un poco sorprendida. Sus ojos no se encontraron con los míos; en cambio, seguía mirando al frente, como si aquello no tuviera importancia.

—De nada —respondí con torpeza, volviendo mi atención al escritorio.

El resto de la clase transcurrió sin más interrupciones. Para cuando sonó campana, sentí un peso menos en los hombros. Mientras recogía mis cosas, escuché su voz otra vez.

— ¿Eres nueva aquí?

Lo miré, algo desconcertada. Sus ojos oscuros estaban fijos en mí, está vez esperando una respuesta.

Si. —Me apresuré a responder mientras guardaba mi cuaderno. Después de un segundo, añadí—: ¿Es tan obvio?

El se encogió de hombros, como si no fuera la gran cosa.

— Un poco. —Hizouna pausa, como si estuviera considerando si debía continuar—. No te preocupes, eventualmente dejaras de serlo.

Sonreí, un poco aliviada por su tono neutral, aunque aún no podía descifrar si intentaba ser amable o simplemente estaba diciendo la verdad.

— Eso espero.

Cuando la campana del descanso sonó, la mayoría de los estudiantes salieron del salón en un remolino de risas y charlas. Yo me quedé en mi lugar, sacando un sándwich de mi mochila. No estaba segura de querer enfrentarme al bullicio del comedor todavía.

El chico seguía allí, inclinado sobre su cuaderno otra vez. Supuse que, como yo, prefería evitar el caos afuera.

— ¿No vas al comedor? —pregunté, más por romper el silencio que por verdadera curiosidad.

Él levanto la vista por un momento, como si estuviera sorprendido de que alguien le hablará otra vez.

— No. —Volvió a bajar la mirada hacia su cuaderno, pero después de una pausa añadio—: Demasiado ruido.

Asentí, aunque no estaba segura de si el lo había notado.

— ¿Que estás dibujando?

No sabía por qué había preguntado eso. Tal vez porque había algo fascinante en la forma en que se enfocaba tanto en ello, como si el resto del mundo desapareciera.

— Nada importante. Pasó una mano por la página, tapando parte del dibujo, como si no quisiera que lo viera está vez.

— Lo que sea, parece interesante. —Le di un mordisco a mi sandwich, intentando parecer casual.

Él no respondío de inmediato, pero cerró el cuaderno de golpe, como si quisiera poner fin al tema.

— ¿Siempre hablas tanto con desconocidos?

— Solo los que no huyen a la primera. —La respuesta salió antes de que pudiera pensarla bien, pero supe que había acertado cuando ví una ligera curva en sus labios. No era exactamente una sonrisa, pero casi lo parecía.

Saqué un paquete de galletas de mi mochila y lo sostuve frente a él.

— ¿Quieres?

Parecía a punto de decir que no, pero después de una breve pausa, tomó una, como si estuviera probando algo extraño.

— Gracias.

— De nada. —Le di otro mordisco a mi sandwich y miré hacia la ventana, intentando no hacer que se sintiera observado.




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