Cuando nadie mira

Nikolai

No tenía inspiración.

Eso era lo primero que había pensado cuando abrí los ojos esta mañana. No era nada nuevo, en realidad. Venía sintiéndome así desde hacía semanas, quizá meses. Pero tocar la guitarra, incluso sin rumbo, incluso sin melodía, seguía dándome algo. Un tipo de calma. Como si los acordes al azar lograran calmar algo que ni siquiera entendía del todo.

Esta mañana, después de lo de Selene, encendí el móvil. Lo había tenido apagado desde que llegué. Lo encendí solo para recordar por qué lo había apagado.

Cientos de notificaciones. Mensajes de Daphne, por supuesto. Bastantes. Algunos con signos de exclamación. Otros con puntos suspensivos que no auguraban nada bueno. También de Helena, mi representante. Y de Josh, el productor de la última colaboración.

Ninguno sonaba particularmente amigable. Ni uno solo.

Volví a apagarlo sin responder a nadie. No podía. No todavía. Necesitaba un respiro. Aunque fuera en un pueblo donde no conocía a nadie. O casi nadie.

Me acerqué a la ventana. Estaba entreabierta y el aire entraba helado, con olor a tierra y café. A cosas simples. Apoyé los brazos sobre el marco, dejando que mi mirada se perdiera entre los tejados. El cielo tenía ese color opaco que anunciaba lluvia, aunque aún no caía ni una gota.

Sin pensarlo, miré hacia el lado. La ventana contigua estaba encendida. Luz cálida, amarilla, colándose por las cortinas semiabiertas. La habitación de Selene.

Suspiré.

Definitivamente, era guapa. Incluso demasiado. Y, para mi desgracia, todavía más guapa cuando se enojaba. Tenía esa intensidad callada, de las que no necesitan decir nada para hacerse notar.

Pero no pensaba acercarme demasiado. No era una buena idea. Ni para ella, ni para mí.

Mantendría la distancia correspondiente. Era lo más inteligente.

O al menos, eso intentaría.