Un secretario muy especial.

Capitulo veinte:

Helena sigue escuchando las palabras de Lucía y, mientras más las analiza, más convencida está de que la anciana ha perdido la razón. Todo se está saliendo de control, y lo peor es que Micaela parece ser cómplice de este alocado plan.

–Lucía, esto es una locura. ¿Novia de Tony? ¿Quién podría creer algo así? Somos amigos desde hace años –exclama Helena con incredulidad.

–Con más razón –responde Lucía, con una sonrisa astuta iluminando sus labios al notar la confusión en el rostro de Helena–. Es totalmente creíble. Si ahora confiesan que son novios, todos pensarán que se enamoraron durante su amistad. Será más fácil que lo acepten.

–¿Y qué busca ganar con eso? –pregunta Helena, incapaz de ocultar su asombro. La sola idea de que Tony esté al tanto y de acuerdo con este plan de su abuela es algo que no puede procesar.

–Quiero que Alejandro sienta celos de Tony –declara Lucía, sin rodeos–. Una vez que te vea tan cambiada, estoy segura de que se dará cuenta de sus sentimientos. Y si te ve en pareja con Tony, hará todo lo posible por conquistarte.

–Esto es una locura. Se está saliendo de control –acota Helena, sacudiendo la cabeza con frustración.

–¿Acaso quieres seguir siendo Martín Gutiérrez toda tu vida? –pregunta Lucía con un deje de ironía–. Al parecer, esa es la única manera en que puedes estar cerca de mi nieto.

–Tampoco quiero seguir siéndolo, pero esto... No sé si podré fingir sentimientos por Tony. Es mi mejor amigo.

–Tranquila, nadie va a obligarte a hacer nada que no quieras –asegura Lucía, con un tono más conciliador–. Piénsalo, háblalo con Tony. Por ahora, te dejaremos en tu casa. Esta noche, te esperamos a cenar. Necesito que Alejandro vea tu nuevo cambio.

–Por favor, ponte el vestido azul. Te queda increíble –interviene Micaela, con una sonrisa cómplice.

–Está bien... Sigo pensando que esto es una locura, pero lo consideraré. Hablaré con Tony –dice Helena, bajando del automóvil al llegar a la puerta de su casa.

–Que lo pienses ya es un gran avance –comenta Lucía, con un dejo de sentimentalismo–. Recuerda que solo queda una semana para mi cumpleaños. Helena, me harías muy feliz si fueras la pareja de mi nieto.

–Nos vemos esta noche. Maneja con cuidado, Mica –se despide Helena, entrando a su departamento con el peso de las palabras de Lucía aún en su mente.

Una vez dentro, deja las bolsas en el suelo y se arroja al sofá, agotada física y mentalmente. El día ha sido un torbellino de emociones. Mientras se recuesta, toma su teléfono, decidida a hablar con Tony. Sin embargo, al desbloquear el móvil, encuentra un mensaje de Alejandro.

“Hola, Martín. Tony me dijo que no te sentías bien. Espero que te recuperes. La resaca nos pegó a los dos. Tú, que puedes, descansa. Nos vemos mañana en la oficina.”

Helena suspira, conmovida por el gesto de Alejandro. Cómo quisiera estar a su lado, piensa, alcanzarle una pastilla para el dolor de cabeza o prepararle un té digestivo. Pero sabe que sería inapropiado para "Martín" actuar de esa manera, así que decide contestar.

–Hola, Alejandro. Muchas gracias por tu apoyo. Perdón por no haber podido ir a trabajar. Me sentía muy mal. Prometo no volver a tomar, y menos un día de semana.

La respuesta de Alejandro llega en cuestión de segundos, sorprendiéndola.

–Hola, Martín. No te preocupes. Los dos tomamos demasiado. Espero que estés bien.

–Estoy mucho mejor. El dolor de cabeza ya pasó. ¿Y tú cómo estás? –pregunta, genuinamente interesada.

–Estoy mejor. Luciano me trajo uno de sus remedios mágicos para la resaca. Él tiene más experiencia en temas de alcohol y borracheras.

–Me alegro de que estés mejor...

–Martín, ¿puedo pedirte un favor? En realidad, dos favores –escribe Alejandro, algo ansioso.

–Dime, ¿qué necesitas? –responde Helena, extrañada por la urgencia.

–Primero, quiero pedirte que no le digas a nadie lo que te conté sobre Alice. Es algo muy doloroso para mí y prefiero que siga siendo un secreto. Segundo, mi abuela organizó una cena familiar y estará Helena presente. ¿Quieres venir a comer con nosotros?

–Alejandro, yo... No sé qué decir –responde Helena, estupefacta.

–Solo tienes que decir que sí. Necesito distracción en esa cena familiar. Mi abuela está obsesionada con hacer que me acerque a Helena, y hará lo imposible por lograrlo.

–Ale... ¿De verdad a ti no te interesa Helena? –pregunta, con el corazón en un hilo, temiendo la respuesta, que no tarda en llegar.

–Martín, creo que no eres la persona indicada para hacerme esa pregunta, pero... No sé lo que siento por ella. Es una mujer tan misteriosa, enigmática... Me atrae mucho su personalidad fuerte y decidida.

Si supiera que ella está lejos de ser fuerte y decidida, piensa Helena, especialmente cuando se trata de estar cerca de él.

–Pero eso no significa que Helena me guste... –añade Alejandro, como si tratara de convencerse a sí mismo.

–Ni siquiera sabes tú lo que sientes... –comenta Helena, con un dejo de tristeza–. Todo el mundo menosprecia a Helena por su apariencia. Nadie la toma en serio.

–¿Su apariencia física? Martín, Helena no es una mujer poco agraciada. Solo mal arreglada. Un cambio de imagen la haría verse mucho mejor, pero no hay por qué obligarla a cambiar.

–¿Te gusta tal y como es? –pregunta Helena, sorprendida por la sinceridad de Alejandro.

–Ya te dije que no me gusta. Solo me atrae. Además, no podemos estar en el mismo lugar sin discutir. Eso debería decirte algo.

–Que los opuestos se atraen –responde Helena, con una sonrisa en los labios.

–Deja de decir tonterías, Martin. Entonces, ¿me acompañarás esta noche?

–No lo sé, Alejandro. Tengo mucho trabajo por adelantar –miente, esperando que él desista.

–Vamos, Martín. Te necesito. Por favor, haz que la cena sea más llevadera.

Helena duda, pero sabe que no puede negarse. Alejandro tiene un poder inexplicable sobre ella.




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