En ese momento, la puerta del despacho de Lucía se abre con fuerza, y Alejandro entra sin pedir permiso, enfrentándose al enojo de su abuela.
–¡Alejandro Montenegro! Te he dicho mil veces que no entres sin tocar la puerta. Porque esté por cumplir 70 años no significa que no tenga privacidad.
–Lo siento, abuela. Estaba buscando a Martín. ¿Él está aquí? –Helena abre los ojos de par en par al escuchar el nombre, y ambos, después del beso que compartieron, vuelven a cruzar sus miradas.
–Alejandro, ¿por qué Martín tendría que estar aquí, en mi despacho? –pregunta sorprendida.
–No lo sé. Lo he buscado por toda la casa; era el último lugar que me faltaba. Encontré su auto a dos cuadras de aquí, pensé que estaría esperándome para hablar conmigo –exclama Alejandro, haciendo que Helena se ponga más nerviosa aún.
–Alejandro... en realidad... fui yo quien tomó prestado el auto de Martín para venir hasta aquí –los ojos de él vuelven a fijarse en ella y, luego, con arrogancia, sale del despacho sin decir ni una palabra.
–¿Puedo... puedo ir a hablar con él? –pregunta Helena, avergonzada.
–Vete, mi niña, te prometo que pronto arreglaremos todo esto. Martín desaparecerá, y tú dejarás de ser pareja de Tony.
–Dudo que eso solucione las cosas, pero confiaré en usted y en su sentido común.
Helena sale del despacho de la anciana y encuentra a Alejandro entrando en el gimnasio, seguro para liberar un poco las tensiones que siente por este día tan difícil y diferente para él, por la confesión de Martín.
–Alejandro, ¿podemos hablar? –pregunta, un tanto intimidada por su rostro de piedra. Aun así, decide hacerle frente.
–Creo que entre tú y yo no hay nada de qué hablar –exclama, yendo a la máquina de correr, poniéndola a una velocidad que lo hace comenzar a transpirar rápidamente.
–Alejandro, tienes que escucharme... no podemos dejar las cosas así como así... –Helena está varios minutos rogándole por un poco de atención hasta que decide retirarse de allí, pero, en ese momento, él apaga la máquina y se acerca a ella.
–Escúchame, Helena. ¿Tú crees que porque te has hecho un cambio de imagen y te ves más bonita significa que me gustas? –responde con crueldad, rompiéndole el corazón en pedazos. –Pues te equivocas... Solo estaba pasado de copas –miente Alejandro para excusarse–, y no medía lo que estaba haciendo. Además, te recuerdo que eres la novia de mi hermano, mi cuñada, y no sé qué estás haciendo aquí, rogando migajas de mi tiempo, tiempo que no tengo para perder contigo.
Helena siente que las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. No puede parar de llorar. No quisiera estar haciéndolo frente a Alejandro, pero no puede controlar sus emociones. Al ver sus lágrimas, Alejandro se siente culpable e intenta acercarse a ella, pero en ese momento llega Tony.
Helena observa la situación y siente que no puede seguir allí, por lo que sale corriendo del gimnasio y se dirige a su auto para alejarse un poco de su realidad, escondiendose como una cobarde.
–¿Se puede saber qué sucedió aquí? –pregunta Tony, muy enojado. No es la primera vez que su hermano hace llorar a Helena, y la verdad es que está muy cansado de esa situación.
–Nada, Tony, absolutamente nada. Ve tras ella, y a mí déjenme en paz.
–Alejandro, eres mi hermano mayor. Sabes que te amo y te respeto, pero con Helena no... Estoy cansado de verla llorar por tu culpa. ¿Hasta cuándo dejarás de estar ciego y no ves lo que pasa a tu alrededor?
–No sé qué estás tratando de decirme, Tony. Solo vete...
–¿Estás confundido, verdad? Helena ha hecho un cambio increíble, está bellísima y no puedes manejarlo. –Alejandro abre los ojos de par en par. Tony se ha dado cuenta de todo. Se siente un miserable con su propio hermano.
–Tony, escucha, no es lo que tú crees... –Él intentará explicarse, pero está seguro de que no saldrá ileso de esta. Jamás debería haber besado a Helena. Sin embargo, fue más fuerte que él.
–Alejandro, no tienes nada que explicarme. Sé lo que siente Helena por ti. Por eso nuestra relación no puede funcionar. Ella seguirá siendo mi mejor amiga, pero debo aceptar que su corazón te pertenece.
–¿Qué es lo que estás diciendo, Tony? –pregunta sin poder creer lo que está escuchando de la boca de su hermano.
–Alejandro, ¿eres tan ciego para no darte cuenta de que Helena está enamorada de ti, de que son el uno para el otro? Serías un tonto si la dejaras ir...
–Escúchame, Tony. Yo no siento lo mismo por ella... –Él intenta negarlo, pero sabe que sus hermanos lo conocen lo suficiente como para darse cuenta de que está mintiendo. Aun así, seguirá haciéndolo.
–¿Por qué niegas tus sentimientos y solo la haces llorar? Helena tiene el corazón más puro y transparente que existe, es bondadosa. Jamás podrías compararla con la arpía de Alina.
–Tony, ese es tu error, eres demasiado bueno. Lamentablemente, todas las mujeres son iguales, se manejan por intereses –añade Alejandro con pesar.
–Y ese es tu problema. Tienes el corazón cargado de resentimiento por esa maldita mujer y no te permites ser feliz con una que daría la vida por ti... La verdad es que no la mereces, ni la merecerás nunca si no ves lo grandiosa que es Helena. –Tony, muy enojado, sale del gimnasio, dejando a Alejandro completamente desorbitado.
Después de recuperar sus estribos, Helena pone en marcha su automóvil para volver a casa.
En el camino recibe la llamada de su madre, quien le comenta que su padre, decorando su casa para las fiestas que están por llegar, se cayó y se fracturó un brazo y una pierna. En unas semanas será intervenido quirúrgicamente y necesita de su ayuda.
–Tranquila, mamá. En unos días estaré allí, más tardar una semana. Por favor, dile a papá que tenga más cuidado la próxima vez.
–Aquí está tu padre. Dice que no lo regañes tú también, que conmigo ya tuvo demasiado– dice riéndose con su esposo.