Un secretario muy especial.

Capitulo 29:

El lunes, Helena, aún vestida como Martín, decide armarse de valor e ir a la empresa.
Durante el fin de semana, después de la fiesta, no ha querido ver a nadie, ni siquiera ha contestado las llamadas de Tony y Lucía. Necesitaba estar sola y pensar en la locura que había cometido. Nunca debió haberle confesado la verdad a Alejandro, pero lo hecho, hecho está, y ahora tiene que enfrentarse a la realidad. Solo quedan cuatro días para irse de la ciudad para siempre, y Helena no volverá a tener contacto con ninguno de los Montenegro. Aunque Tony es la excepción, jamás podría estar distanciada de él.

Al ingresar por la puerta de Ediciones Montenegro, Tony se acerca a ella y la toma del brazo, ante la mirada atónita de todos los empleados. Ambos se encierran en la sala de juntas, no sin antes cerrar todas las ventanas para tener privacidad.

—Por fin te veo, pensé que no vendrías... No contestaste mis llamadas en todo el fin de semana —le reprocha en un tono entre preocupación y enojo—. Necesitaba saber cómo estabas. Por un momento pensé que habías decidido irte sin despedirte de mí.

—Perdóname, Tony. Necesitaba estar sola y pensar... —dice Helena, con lágrimas en los ojos. Aunque lo intenta, es imposible disimular lo que siente. Pero tiene que estar ahí, darle un final a Martín y desaparecer para siempre de la vida de Alejandro Montenegro.

—Te entiendo, Hele, pero podría haber estado contigo, consolarte... No vuelvas a hacerlo porque me preocupaste mucho. No solo a mí, sino también a mi abuela y, aunque no lo creas, a Alejandro... —Helena abre los ojos de par en par, sin poder creer las palabras de Tony.

—¿Alejandro?

—Sí, ha estado preguntándome por ti. Sin dudas piensa que ya te has ido, e imagínate el humor que tiene...

—Helena se ha ido, Tony, y para siempre... Ahora estás frente a Martín. Ella no volverá —exclama con pesar y dolor en su corazón.

—No puedes decir eso. Eres mi amiga, Helena. No puedes dejarme así. Además, prometiste que estarías en el cumpleaños de mi abuela, ¿no lo recuerdas?

—Me disculparé con Lucía, pero Alejandro me prohibió la entrada a su casa y que esté cerca de ella y de ti también —confiesa, acercándose al ventanal que da a la calle, intentando concentrarse en los vehículos o en un punto fijo. Pero su mente está tan caótica que no sabe cómo reaccionar.

—Helena, mi abuela y yo somos lo suficientemente grandes como para decidir con quién estar y compartir nuestras vidas. Tú eres mi mejor amiga, y no va a poder impedir que yo te vea, aunque tenga que viajar kilómetros hasta el pueblo de tus padres para verte —dice Tony con determinación. Helena se emociona con sus palabras y lo abraza con fuerza, mientras él le responde el abrazo.

En ese momento, la puerta de la sala de juntas se abre de golpe, y ellos se separan rápidamente... Por suerte, la persona que ingresa al lugar es Lucía Montenegro, quien cierra para que los curiosos no vean ni puedan escuchar nada.

—Abuela, ¿qué haces aquí? —pregunta Tony, sorprendido—. Por poco me matas de un susto.

—Estoy aquí porque cierta jovencita no contesta mis llamadas —exclama Lucía, preocupada. Helena se aleja de Tony y se acerca a ella. La anciana la toma en sus brazos como si fuera su propia nieta—. Tranquila, mi niña. No voy a permitir que Alejandro siga lastimándote con sus palabras. No te lo mereces. Eres tan buena y dulce... Pensé que te habías ido sin despedirte de esta anciana.

—Lucía, Helena se ha ido para siempre —confiesa con melancolía en su voz.

—Deja de decir tonterías, estás aquí enfrente —añade con enojo—. Entiendo tu dolor, pero tienes que dejar de ser una cobarde.

—Lo intenté y no pude... Le confesé que era Butterfly, y él solo me hizo sentir de lo peor. Necesitaba decírselo, necesitaba confesárselo antes de irme para no seguir engañándolo. Pero ahora comprendo que fue el peor error de mi vida.

—Helena, no te castigues más, mi niña. Intenta volver a acercarte a Alejandro.

—No lo haré, Lucía. En unos días estaré lejos de aquí, y lo mejor es que comience a sacármelo de la cabeza y del corazón.

El día, a pesar de todo lo sucedido, transcurrió con normalidad. Martín, poco a poco, sin levantar sospechas, organiza todo para la persona que ocupará su lugar. Solo le quedan cuatro días en la empresa, y está segura de que extrañará cada rincón del edificio y a su gente.

Martín está juntando sus cosas para marcharse a casa, cuando Alejandro golpea la puerta de su oficina. Hoy no lo había visto en todo el día. No tenía las agallas y el trabajo no ameritaba su presencia.

—Hola, Martín. ¿Puedo pasar?

—Hola, Alejandro. Pasa, por favor.

Después del día de la fiesta no había vuelto a verlo. Debe reconocer que no se lo ve de buen semblante; tiene pequeñas ojeras debajo de sus ojos, signos de que no ha tenido un buen descanso, quizás cargándose de trabajo para no pensar demasiado.

—Martín, no te he visto desde la semana pasada. Te estuve esperando en la fiesta, pero no viniste...

—Lo siento, es que... —finge toser— estuve engripado en cama todo el fin de semana —miente para justificar su ausencia.

—Entiendo. Deberías haberme avisado, por si necesitabas algo.

—No te preocupes... Helena estuvo conmigo. —Al escuchar ese nombre, los ojos de Alejandro se abren de par en par, confundido y muy sorprendido.

—¿Helena? ¿Quieres decir que tú... sabes lo que sucedió, verdad? —pregunta, mirándolo a los ojos.

—Sí, Alejandro. Helena me contó todo, y déjame decirte que yo también sabía de su secreto. —En ese momento, el semblante de Alejandro empalidece.

—¿Tú también lo sabías? —Aunque se lo imaginaba, no quería aceptarlo. Él también había sido engañado.

—Por supuesto que lo sabía, Alejandro. Helena es mi amiga. Pero no entiendo por qué lo tomas tan personal. Jamás tuvo que ver contigo. Helena era Butterfly antes de conocerte.

—Ya lo sé, y eso lo entiendo. Pero lo que no comprendo es por qué todos lo sabían y yo no. Mi abuela, Tony, tú... Hasta Micaela lo sabía... —Alejandro se siente frustrado y engañado por sus seres queridos, enojado con todos ellos.




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