–¿Ali...na?–pregunta Helena, sin poder creer lo que está escuchando. Alejandro dijo Alina y ella siente que no puede respirar, que le falta el aire. Aún así, debe disimular. Podrá haberle confesado que era butterfly, pero jamás le diría la verdad sobre Martín. Se llevará su secreto a la tumba.
El silencio entre los dos se podría cortar con un cuchillo, hasta que Alejandro decide seguir hablando.
–Sí, Martín... lamentablemente es la única opción que encontré–exclama, observando por la ventana, como si los autos y las personas que andan por la calle pudieran distraerlo y hacerle cambiar de opinión por la locura que está por cometer.
–No entiendo, Alejandro, Alina...–tartamudea, muy nerviosa, sintiendo que cada pedazo de su corazón se sigue rompiendo. Aún así, continúa–. ¿Te has vuelto a poner en contacto con ella?
–Sí, Martín, hace unos días la busqué por redes sociales y le mandé la solicitud de amistad. Está muy cambiada, ¿sabes? Acaba de quedar viuda de un magnate griego, así que es dueña de una inmensa fortuna–comenta, intentando convencerse de lo que está por hacer–. Le comenté mi situación y me dijo que ella había obrado muy mal conmigo y que se casaría como un favor, con separación de bienes. Ella no quiere nada de los Montenegro, solo ayudarme a salir de este aprieto en el que me metieron mis abuelos.
–La verdad...–acota Martín, sin poder entender el pensamiento de Alejandro. Esa mujer jugó con sus sentimientos, lo humilló y quizás arruinó su vida al no poder ser feliz con otra mujer, y ahora él quiere casarse con ella. La mente de los hombres es más retorcida que la de las mujeres–. Es una locura lo que me estás diciendo.
–Lo sé–Alejandro se sienta en una de las sillas de la oficina y se apoya sobre la mesa, con las manos en la cabeza, desesperado–. Pero mi abuela no me dará otra opción, o me caso o no heredo el cargo presidencial–confiesa con pesar.
–¿Y tú crees que lo hará sabiendo que te casas con Alina?–pregunta Martín, intentando hacerlo entrar en razón. Se acerca a él y le palmea el hombro, intentando calmarlo.
–No lo sé, no lo había pensado. Mi abuela me va a volver loco.
Después de despedirse de Martín, Alejandro se sube a su automóvil y se dirige a su casa. Esa noche, en la cena familiar, tendrá que confesarle sobre el casamiento con Alina. Solo espera que lo tome bien o, de lo contrario, no sabrá cómo salir de esta situación.
Ya en la mansión, decide ponerse su ropa de gimnasio y se dirige a hacer ejercicio para liberar un poco sus tensiones y dejar de pensar en todo lo que acaba de suceder en los últimos días, pero sobre todo en Helena.
Desde la fiesta, no puede dejar de pensar en ella. ¿Será verdad que no volverá más a la ciudad? Sus sentimientos por ella aún están confusos, no sabe si la ama o no, solo que son demasiados fuertes como para poder negarlos.
Después de una hora de darle duro al ejercicio, Alejandro se toma una ducha para relajar sus músculos y vuelve a ponerse ropa cómoda e informal, unos joggins y una camiseta. Hoy solo será una cena de familia, sin invitados, solo Micaela, que ya es una más de los Montenegro.
Alejandro se sienta en su escritorio y se pone a trabajar en un nuevo manuscrito que saldrá en publicación en poco tiempo, pero su mente sigue divagando entre Helena y butterfly... Extraña poder conectarse con ella, compartir sus mensajes y siempre esas palabras bonitas que tenía para todo...
Sin pensarlo demasiado, toma su celular y decide escribir un mensaje:
–Hola butterfly–quizás reciba respuesta, quizás no. Helena debe estar en su pueblo, atareada con el accidente de su padre, enojada por las duras palabras que le dijo la noche de la fiesta. Ahora que han pasado varios días, ya no se siente tan enojado, sino más bien confundido.
Cerca de la hora de la cena, Alejandro baja las escaleras para encontrarse con su familia en la sala. Allí están su abuela, sus dos hermanos y Micaela, quien, desde que volvió, no se ha separado de la familia en ningún momento, sobre todo por Luciano, el muy tonto que todavía no se ha dado cuenta de que sigue enamorada de él.
Alejandro saluda a los presentes y se sienta en el sofá junto a una copa de vino que se acaba de servir. Necesita algo de alcohol para tolerar los reproches que seguro vendrán del lado de su abuela, una vez que confiese el matrimonio con Alina.
Parece a propósito, pero ni bien se sentó, su abuela comienza a hablar sobre Helena con Tony, y aunque él no quiere parecer interesado en la conversación, no puede negar que le interesa, y mucho.
–Dime, Tony, ¿has hablado con Helena estos días?–pregunta Lucía, como si tuviera las preguntas ensayadas para atormentar a Alejandro.
–Sí, abuela, por un lado está contenta, hacía mucho que no veía a sus padres. Está dedicándose al negocio familiar y, por otro lado, está triste porque faltó a su palabra de estar en tu fiesta de cumpleaños–añade Tony, intentando hacer sentir mal a su hermano.
–La entiendo, dile que no se preocupe, me alegro de que el reencuentro con su familia le haya hecho bien, quizás eso la ayude a regresar con más fuerza, no permitir que vuelvan a lastimarla y revelarse al mundo como butterfly.
–Abuela... ¿crees que no me doy cuenta de lo que estás intentando hacer?–pregunta Alejandro, un poco enojado, levantándose del sofá y yendo por otra copa de vino–. Ambos están intentando hacerme sentir mal y no van a conseguirlo. Helena se fue porque quiso–exclama Alejandro con determinación, bebiéndose la copa de un sorbo–. Y volverá si ella quiere... yo no soy culpable de que se haya ido...
–¿Cómo estás tan seguro de eso?–manifiesta Lucía, mirándolo a los ojos–. Pero sabes que, Alejandro, quiero tener una cena en paz, sin discusiones sin sentido. Solo voy a decirte una sola cosa... jamás te mereciste ni te merecerás a Helena...
En ese momento, la joven de servicio se acerca para avisar de que la mesa está servida.