Un secretario muy especial.

Capitulo 32:

Capítulo 32

–Lucía, no me puede pedir eso –exclama Helena, paseándose por la habitación como un animal atrapado, con el pecho oprimido y la mente al borde del colapso. Su respiración se agita mientras trata de ordenar sus pensamientos. –No puedo quedarme aquí. Los Montenegro terminarán con mi salud mental, y no estoy preparada para enfrentar algo así.

Lucía, sentada en su cama, observa con la calma que le otorgan los años de experiencia, aunque sus ojos revelan una determinación inquebrantable.

–Escucha, Helena, necesito que lo hagas –dice con un tono firme y directo–. Tengo una propuesta que puede cambiar tu vida para siempre, y es la única manera que tengo de evitar el matrimonio de mi nieto con esa mujer.

El desprecio en su voz al referirse a "esa mujer" es evidente. Ni siquiera menciona su nombre, como si hacerlo fuera admitir su existencia.

–¿Por qué quiere evitar ese matrimonio? Quizás Alejandro sea feliz con ella –acota Helena, cruzándose de brazos para ocultar su vulnerabilidad. Lo mejor sería dejar de pensar en él, alejarse y concentrarse en su vida.

Lucía niega con un gesto severo, sus manos temblando ligeramente sobre la colcha.

–Porque esa mujer es un demonio, mi niña –afirma con pesar–. No sé si conoces la historia entre ellos, pero le ha hecho demasiado daño. Alejandro no merece sufrir otra vez.

El nudo en el estómago de Helena se aprieta al escuchar aquellas palabras. Alejandro es una herida abierta que no deja de sangrar en su interior.

–¿Y qué tiene pensado hacer? –pregunta, aunque una parte de ella ya sabe que no debería involucrarse.

Lucía la mira directamente, con un brillo calculador en los ojos.

–Tengo en mente un nuevo plan que te unirá a Alejandro definitivamente… o moriré en el intento –declara con una sonrisa que mezcla esperanza y terquedad.

Helena siente un escalofrío recorrerle la espalda. Se cruza de brazos, nerviosa.

–Lucía, no entiendo su empeño en que estemos juntos. Él no me quiere y no me querrá nunca. –Hace una pausa, su voz quebrándose ligeramente–. Tuve que entrar sigilosamente a esta casa porque prometió echarme si volvía a aparecer.

La anciana suspira, como si aquello fuera solo un detalle menor.

–Mi niña, Alejandro solo está confundido. Pero yo sé muy bien lo que siente por ti. Lo conozco demasiado.

–Por favor, no lo tome a mal, pero lo mejor es que Alejandro y yo estemos lo más lejos posible uno del otro. Somos como el agua y el aceite. Solo nos hacemos daño –dice con tristeza.

Lucia la observa en silencio, con una mezcla de compasión y obstinación, y luego pregunta:

–¿No confías en mí?

–No es eso, Lucía, pero no quiero sufrir más –confiesa Helena, sentándose al borde de la cama y tomando las manos de la anciana entre las suyas–. Mi corazón necesita repararse de sus palabras, de sus humillaciones. Lamento decepcionarla, pero no puedo. No me siento preparada para volver a estar en la misma habitación con Alejandro.

Lucía la mira con ternura.

–¿Y como Martín sí puedes hacerlo?

Helena baja la mirada, insegura.

–Es que Martín es diferente –admite con un hilo de voz–. Él es valiente, se anima a todo, a decir lo que siente sin importar a quién.

Lucía suelta una risa suave, acariciándole el rostro.

–Helena, ¿te das cuenta de que estás hablando de ti misma? –le dice con dulzura–. No te estoy pidiendo que enfrentes a Alejandro ahora mismo. Vete, regresa a tu pueblo, descansa, sana, y vuelve más fuerte. Te necesito, Helena. Tú eres la única mujer que puede hacerlo reaccionar y, sobre todo, hacerlo feliz. A mí no me queda mucho tiempo de vida, quiero irme de este mundo sabiendo que mis tres nietos son felices y amados.

Helena traga saliva, conmovida por las palabras de la anciana, pero se esfuerza en mantener la compostura.

–No diga eso. Usted tiene muchos años por delante. Es la cabeza de esta familia, y sus nietos la aman. Pero… –Se detiene, dudando si debería continuar.

–Dilo. Lo que más me gusta de ti es tu sinceridad –la anima.

Helena cierra los ojos y respira hondo antes de responder.

–Está bien. Perdón por pensar de esta manera, pero… yo entiendo que usted desea lo mejor para sus nietos. Sin embargo, lo que está haciendo para manipular a Alejandro no me parece correcto.

Lucía sonríe, con una mezcla de nostalgia y orgullo en su expresión.

–Gracias por amar a mi nieto de esa manera –responde con un suspiro–. Helena, quizás sea un poco manipuladora, sí. Me meto demasiado en la vida de mis nietos, sobre todo en la de Alejandro porque es el mayor. Pero lo hago porque lo conozco. Aunque no lo creas, es muy sensible. Necesita a alguien que lo quiera y lo apoye, y sé que tú eres la indicada.

Helena la mira con los ojos nublados.

–¿Y qué se puede hacer cuando no eres correspondida? –pregunta con tristeza.

Lucía sacude la cabeza con seguridad.

–Lo eres, mi niña. Te aseguro que lo eres. En este momento, Alejandro está confundido, debatiéndose entre el amor que siente por ti y el peso de su posición en la empresa.

Helena se levanta, nerviosa, con el corazón latiendo frenéticamente.

–No lo sé, Lucía… Pero dígame, ¿qué piensa hacer esta vez? ¿Cuál es su plan?

La anciana sonríe con un aire enigmático.

–Aún no puedo comentarte nada. Necesito investigar con mis abogados si es posible llevarlo a cabo. Mientras tanto, puedes tomarte todo el tiempo del mundo para descansar y sanar. Si aceptas seguir a mi lado, yo misma te llamaré para que regreses.

Helena se queda en silencio por un largo momento, su mente luchando entre el miedo y la esperanza. Finalmente, suspira, resignada.

–Está bien. Acepto su propuesta. Solo espero estar haciendo lo correcto y no seguir lastimando a Alejandro con sus planes.

Lucía sonríe con satisfacción.

–Te aseguro que este será el plan definitivo, Helena. Alejandro no solo caerá rendido a tus pies, sino que querrá casarse contigo a como dé lugar.




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