Capitulo 33:
Helena no sabe qué hacer ni qué pensar. Frente a Lucía, no tuvo el valor de decirle que no quería seguir adelante con ningún plan que lastimara a Alejandro. Es tan cobarde que no puede decir que no. La culpa se aferra a su pecho, pero el miedo la paraliza.
Después de despedirse de la abuela, Tony la lleva a su departamento. El aire entre ellos está cargado de tensión, y Tony, siempre observador, no tarda en intentar sacar información sobre la conversación que tuvo con Lucía.
—Vamos, cuéntame, ¿qué te ha dicho? —pregunta mientras mantiene los ojos en la carretera. Sus manos sujetan con firmeza el volante, pero la sonrisa pícara que luce en los labios no logra suavizar la ansiedad de Helena.
—En sí no me dijo mucho, Tony, solo me pidió que… me quedara —confiesa con un hilo de voz. Su ansiedad está a flor de piel; siente el temblor en sus dedos mientras juega con el borde de su camisa.
Tony abre los ojos de par en par y, sin apartar la vista del camino por mucho tiempo, desvía una mano del volante para tomar la de Helena, dándole un apretón reconfortante.
—¿Y tú? ¿Qué le dijiste? —pregunta, su tono más serio ahora.
—Que no podía quedarme, pero que… volvería para llevar adelante su nuevo plan —responde, su voz quebrándose por la emoción contenida.
Mientras Tony digiere esa respuesta, un silencio incómodo se instala en el auto.
—¿Su nuevo plan? —exclama, incrédulo. La idea de su abuela tramando algo más lo deja desconcertado.
—Sí, me dijo que este plan es el definitivo, que Alejandro dejará a Alina y se casará conmigo —murmura Helena, clavando la mirada en la ventanilla. El reflejo de su rostro muestra el mar de emociones que intenta ocultar: confusión, miedo, tristeza.
Tony sacude la cabeza, incrédulo.
—¿Y qué te dijo que tienes que hacer?
—Nada por ahora. Me pidió que esperara a que hablara con los abogados. Dijo que cuando tuviera la confirmación, me llamaría para que regresara.
Helena siente su pecho apretarse aún más al compartirlo en voz alta. Es como si al decirlo, la carga se hiciera más real.
—¿Qué es lo que mi abuela está tramando ahora? —pregunta Tony al aire, sin esperar respuesta.
—Quisiera saberlo yo también, para no estar tan ansiosa y desesperada. No quiero seguir haciéndole daño a Alejandro, pero Lucía no me da opción —dice Helena, y las lágrimas finalmente ruedan por sus mejillas—. Sé que no lo hace con maldad, ustedes son su vida, pero esto es demasiado para mí.
Tony la observa con preocupación, sintiendo una mezcla de impotencia y rabia por la situación. Sin dudarlo, vuelve a tomar su mano con fuerza.
—Tranquila, Helena. Hablaré con ella e intentaré saber cuál es su nuevo plan. Sabes que estoy aquí para apoyarte.
Helena asiente, intentando calmarse, y cuando finalmente llegan a su departamento, Tony la abraza con todo el cariño fraternal que siente por ella.
—No voy a permitir que los Montenegro sigan haciéndote daño, confía en mí… —le promete, mientras ella se relaja en sus brazos.
—Gracias, Tony, siempre lo haré —responde con una sonrisa triste.
—Mañana es tu último día en la ciudad, ¿qué harás? —pregunta con curiosidad, intentando cambiar el tema.
—Por la mañana iré a la empresa. Es también mi último día como Martín Gutiérrez y por la noche, quizás, acepte que mi mejor amigo me haga una pequeña despedida de dos y tomar alcohol toda la noche.
—Es una brillante idea —añade Tony con una sonrisa.
Helena se despide y entra a su departamento. Su gato la recibe con un maullido suave, y verla le recuerda que tiene todo listo para partir al día siguiente. Mientras acaricia su suave pelaje, se siente un poco menos sola.
Después de una ducha caliente para calmar los nervios, busca en su heladera una cerveza y se sienta en el sofá, tratando de distraerse con una película. Pero su mente no deja de pensar en todo lo que está por suceder.
De repente, su teléfono vibra con un mensaje. Al abrirlo, el corazón de Helena da un vuelco.
—Hola, butterfly, sé que no contestarás mis mensajes, pero te extraño —confiesa Alejandro en un mensaje de WhatsApp.
Helena lo lee con el pecho apretado. El celular tiembla entre sus manos antes de dejarlo en el sofá. Lágrimas traicioneras caen por sus mejillas mientras susurra:
—Yo también te extraño, Alejandro…
Al levantarse al día siguiente, Helena siente una mezcla de emoción y tristeza. Hoy es su último día como Martín Gutiérrez. Ha aprendido a querer a esa versión de sí misma, pero sabe que no puede seguir siendo alguien que no es.
El tráfico matutino la detiene como siempre, pero ella apenas lo nota. Al llegar a la empresa, saluda a todos con normalidad, como si fuera un día cualquiera, pero los nervios le punzan el estómago. Se encierra en su oficina y se sumerge en su trabajo, queriendo dejar todo en orden antes de marcharse.
Martín está saboreando su café cuando un golpe en la puerta lo sobresalta.
—Adelante —dice, y su corazón late con fuerza al ver que es Alejandro.
Siempre tan imponente, tan elegante, tan inalcanzable. Su perfume llena la sala y se graba en su memoria.
—Martín, ¿tienes preparado el manuscrito que te pedí que leyeras? —pregunta Alejandro, acercándose al escritorio.
—Claro que sí, Alejandro —responde, entregándole la carpeta con manos temblorosas—. Hice un resumen con mis observaciones y añadí algunas correcciones al manuscrito original.
Alejandro la observa con atención, notando algo extraño en su comportamiento.
—Gracias, Martín —dice, tomando la carpeta—. Pero… ¿estás bien? Te noto diferente.
Helena siente que se queda sin aire. Intenta hablar, pero solo logra un susurro.
—Estoy… solo cansado. El fin de semana descansaré. No te preocupes.
Pero Alejandro no parece convencido. Da un paso hacia el escritorio y, al ver las carpetas organizadas y los pendientes resueltos, su mirada se oscurece.