Un secretario muy especial.

Capitulo 36:

Capítulo 36:

Helena no puede creer lo que acaba de escuchar de la boca de Tony, le pide que se lo repita, por si la primera vez entendió mal.

—Helena, mi abuela está muriendo —exclama Tony con la voz entrecortada por la angustia. Además, nota que está llorando.

—Tranquilo, Tony, por favor. Lucía se pondrá bien, es una mujer fuerte, no debes desesperarte —intenta calmarlo, aunque siente que también está al borde de la desesperación.

—Dime que vas a venir, por favor. No se quiere ir sin despedirse de ti —en ese momento, las lágrimas que Helena intentaba contener comienzan a rodar por sus mejillas sin control, pero no puede permitir que Tony lo note, no quiere angustiarlo aún más.

—Tony, escucha. Déjame hablar con mis padres para organizarnos por el negocio, y mañana mismo estaré allí. Dile a tu abuela que nos veremos de nuevo después de tres meses —responde con angustia y un peso en el pecho que apenas le deja respirar. No puede creer que Lucía Montenegro esté muriendo. Lo único que puede hacer es empacar sus cosas y regresar a la ciudad para despedirse de la mujer que tanto ha hecho por ella.

—Gracias, amiga, sabía que lo harías. Aunque sé lo mucho que te cuesta volver a la ciudad, sabía que vendrías a acompañarme en este momento tan duro para mí.

—Tony, prometimos estar el uno para el otro por el resto de nuestras vidas, y sabes que nunca fallo a mi palabra.

Cuando Helena cuelga la llamada, se deja caer en la silla, y las lágrimas vuelven a salir sin que pueda detenerlas. En ese momento, la puerta del negocio se abre, y Esteban entra. Al verla llorar con tanta angustia, se acerca sin decir palabra y la abraza, permitiendo que Helena se calme después de unos minutos.

—¿Puedo preguntar por qué estabas llorando? —le dice preocupado, secando las lágrimas con la punta de los dedos.

—Esteban… Tony acaba de llamarme para contarme que… —al recordarlo, el nudo en su garganta vuelve a formarse— que Lucía Montenegro está muriendo y quiere verme con urgencia.

Los ojos de Esteban reflejan compasión. Desde que se conocieron, hace tres meses, Helena siempre le habló de esa mujer que tanto la ayudó a convertirse en la persona que es ahora.

—Lo siento mucho, amor. Pero dime… ¿has decidido irte? —pregunta, comprensivo, aunque un poco decepcionado. Sabe que, al irse, perderán la oportunidad de celebrar juntos su primer San Valentín.

—Esteban… yo… —Helena no sabe qué decir. No quiere lastimarlo, pero en ese momento no le importa ningún día de los enamorados, ni cenas románticas, ni películas. Lo único que desea es tomar un avión e irse a la ciudad.

—Tranquila, amor, entiendo por lo que estás pasando. Sé lo que esa mujer significa para ti. Puedes irte con tranquilidad; al volver celebraremos nuestro día —confiesa, dándole un beso en la frente. Aunque el dolor se refleja en su rostro, sabe que es lo mejor para Helena.

—Por eso me he enamorado de ti, Esteban. Eres el ser más bondadoso y comprensivo de este mundo —añade, mientras lo compara con Alejandro. No puede creer que, hace unos meses, estuvo perdidamente enamorada de alguien tan distinto.

Al atardecer, cierra las puertas del negocio y regresa a casa. Tras un baño y ayudar a su madre con la cena, comparte la mesa con sus padres. Sin embargo, al terminar, les confiesa algo que temían escuchar: su regreso a la ciudad. Aunque saben que Helena ha cambiado y es más fuerte, no quieren que vuelva a sufrir.

—Lo siento mucho, hija, pero si tu decisión es volver, cuentas con nuestro apoyo —dice su madre, con dolor en los ojos.

—Tranquila, mamá. Solo serán unos días. Regresaré, lo prometo. Mi vida está aquí; Esteban está aquí. No volveré a abandonar todo para ir a la ciudad.

—Helena, mantente alejada lo más que puedas del imbécil de Alejandro —añade su padre, mirando a su hija con seriedad—. Porque si vuelve a molestarte, no dudaré en viajar a la ciudad y demostrarle de lo que soy capaz.

—Tranquilo, papá. Alejandro tiene su novia y seguro se casará. Yo tengo a Esteban; nada volverá a ser como antes. Jamás volveré a enamorarme de ese hombre.

Después de despedirse de sus padres, Helena empaca lo esencial para su viaje y se acuesta. La ansiedad y la angustia no le permiten dormir. Finalmente, a las siete de la mañana, se levanta para alistarse. Su padre la lleva al aeropuerto, y tres horas después, aterriza en la ciudad. Tony la está esperando en la sala de arribos. Al verse, ambos se abrazan con fuerza, cargados de cariño y comprensión.

—Aquí estoy, Tony. Aquí estoy para ti —dice, acariciándolo como a un niño.

—Gracias por venir. Sé que se acerca San Valentín y tú…

—Tranquilo, sabes lo comprensivo que es Esteban. Entendió todo —responde, pensando que tiene al mejor hombre del mundo.

—Me alegra que hayas encontrado la felicidad. Solo me entristece que no haya sido con mi hermano, él...

—Por favor, Tony, no volvamos a hablar de Alejandro. Estoy aquí por Lucía, no por él.

—Lo sé, perdón, Hele. Vámonos, déjame ayudarte con las valijas.

—No te preocupes, solo traje una.

—¿Piensas quedarte pocos días?

—Solo lo suficiente —confiesa. Ya no siente que este sea su lugar.

Tras un rato en carretera, finalmente llegan a la mansión Montenegro.
Tony baja del vehículo y toma la valija de Helena en sus manos, sorprendiéndola.

–¿Qué haces, Tony? –ella intenta quitarsela, imaginando su intención.

–Te quedarás aquí, y no acepto un no por respuesta.

–¿Estás loco? No voy a quedarme. Traje dinero para ir a un hotel –acota, molesta; no piensa compartir el mismo techo que Alejandro Montenegro.

–Mi abuela lo pidió, y no creo que desobedezcas a una mujer en su estado.

–Tony, recuerda la promesa de tu hermano –las palabras de Alejandro se calaron muy dentro de ella. La noche de la fiesta, cuando ella le dijo la verdad sobre Butterfly, le prohibió estar cerca de su familia y de su casa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.