Un secretario muy especial.

Capitulo 37:

Capitulo 37:

–¿Qué es lo que estás diciendo, Lucía? –pregunta Helena sin poder entender lo que escucha. Se aleja de la anciana, confundida y aturdida.

–¿Abuela… has perdido la cabeza? –añade Tony, también confundido ante la confesión de su abuela.

–Tony, amor, estoy más cuerda que nunca –acota Lucía–. Sé que esto parece una locura, pero te aseguro que todo tiene una explicación.

–Te escucho, abuela… –le reclama al ver que Helena se ha quedado petrificada, sin nada que decir.

–Entiendo que estén confundidos, pero hace unos meses, cuando esa mujer apareció en nuestras vidas otra vez, me di cuenta de que Alejandro no se merece la presidencia, al menos por el momento. Entonces, junto con mis abogados, me puse a buscar los papeles de tu abuelo –explica, tomando aire para poder seguir hablando–. En ellos encontré la cláusula que imaginé que iba a encontrar. Al parecer, tu abuelo conocía a su nieto tanto como yo –Lucía guarda silencio, intentando buscar las palabras.

–¿Qué decía esa cláusula, abuela? –pregunta Tony ansioso, sin poder soportar el silencio.

–Tu abuelo, en el testamento, puso una cláusula prohibiendo el matrimonio de Alejandro con esa mujer –confiesa, sorprendiendo a los dos.

–Entonces, quiere decir que… –dice Tony, pero Lucía lo interrumpe.

–Si Alejandro se casa con Alina, pierde la presidencia de la empresa para siempre –acota la anciana, mirando a Helena, quien aún no reacciona ante la petición que le hizo hace minutos–. Entiendo que estés confundida, Helena. Lo que menos quiero es causarte problemas, pero te necesito, mi niña. Necesito que aceptes antes de que me vaya –añade, intentando llegar a ella con sus emociones a flor de piel.

–Lucía, yo… no entiendo cuál es su plan… pero esto es imposible. Soy escritora, no empresaria. No puede pedirme algo así; llevaría a Ediciones Montenegro a la ruina en un mes –dice Helena, queriendo hacer razonar a la anciana–. Si Alejandro no puede ser el presidente, tiene dos nietos más que estarían dispuestos a ocupar su lugar –añade, observándolo a Tony.

–A mí ni me mires. Puedo responder lo mismo que tú: soy escritor y editor, no empresario. Soy malo hasta para jugar al Monopoly, perdería la empresa en pocos meses –acota su amigo, observando a ambas mujeres.

–¿Y Luciano? Estoy segura de que él sí estaría dispuesto a tomar la presidencia –exclama, intentando salir de ese embrollo.

–Helena… Luciano es un mujeriego, inmaduro, que disfruta de andar en las noches. Pasan días que no aparece por la empresa. ¿Te parece lo suficientemente responsable como para hacerse cargo de la empresa? –pregunta Lucía.

–¿Y le parezco yo lo suficientemente buena como para hacerlo? –manifiesta, mirándola a los ojos.

–Si no creyera que lo eres, no te lo estaría pidiendo, mi niña –añade Lucía, sintiéndose débil y cansada. Tony le acerca un vaso con agua y se recuesta a su lado.

–Por favor, tranquilícese, necesita descansar –dice Helena, acercándose también a la anciana.

–No hay tiempo. Puedo irme en cualquier momento –exclama con pesar y dolor en su voz.

–Escúcheme –Helena quiere hacerle entender que ella no es la indicada para llevar adelante un imperio como lo es Ediciones Montenegro–. Yo aceptaría cualquier cosa que usted me pidiera, pero esto es imposible. No entiendo de finanzas, de negocios, solo de libros, y no es suficiente.

–Por eso no debes preocuparte, amor. Está todo arreglado. Mis empleados de confianza te prepararán y te ayudarán a manejar y tomar las mejores decisiones para la empresa –Helena, confundida, vuelve a levantarse de la cama y comienza a dar vueltas por la habitación, nerviosa. Al parecer, Lucía lo tiene todo preparado.

–No sé qué decir… usted sabe que esta ciudad ya no es mi lugar. Prometí regresar al pueblo junto a mis padres y mi novio.

–Solo serán unos meses. Todo está estipulado en el testamento que se leerá una vez que me haya ido –dice Lucía, bajando la cabeza con tristeza–. Por favor, Helena, sé que no amas a mi nieto, pero ayúdame. Ayúdame a salvar la empresa y a Alejandro, por favor. Esa mujer ha venido por todo, y es la única manera que tengo para que ese tonto abra los ojos. Solo me quedan horas, días. No puedes negarme este favor –le suplica con lágrimas en los ojos, necesitando irse sabiendo que todo se hará como ella lo ha organizado.

El silencio se apodera otra vez de la habitación. Los tres están demasiado confundidos para hablar, pero finalmente, después de pensarlo sabiamente, Helena manifiesta su decisión:

–Está bien, Lucía, acepto.

Tony observa a su amiga sin poder creer su respuesta. Luego observa a su abuela, quien comienza a sentirse mal y vuelve a acercarse a ella:

–Abuela… necesitas descansar –le pide desesperado, sintiendo que la está perdiendo.

–Sabía que aceptarías, Helena. Te conozco lo suficiente. Ahora te has vuelto una mujer fuerte y decidida, y eres la persona indicada para esta tarea. Ahora sí, puedo irme en paz –dice Lucía, cerrando sus ojos, dejándose ir.

Tony y Helena comienzan a llorar. Toman la mano de la anciana, desesperados, intentando hacerla reaccionar. Tony está por salir en busca de sus hermanos, cuando Helena lo detiene.

–Quédate ahí, no te vayas.

–Que dices, Helena?– Tony la observa con los ojos llenos de lágrimas.

–Tu abuela solo está fingiendo– afirma con determinación, muy enojada–, y lo ha hecho todo este tiempo, jugando con nuestros sentimientos. Abra los ojos, Lucía. Tome su mano; su pulso es normal.

En ese momento, la anciana abre los ojos y se levanta de la cama con vitalidad y llena de energía, como si nunca hubiese estado enferma:

–No puedo creerlo, he vuelto de la muerte, Helena, es un milagro, tú me has hecho el milagro –confiesa Lucia con una sonrisa.

–No puedo creer que me haya engañado de esta manera. Volé horas en un avión preocupada, pensando que no llegaría a despedirme de usted. Juro que no se lo perdonaré nunca –dice Helena, saliendo de la habitación llorando desconsoladamente rumbo a su cuarto para bus




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