Un secretario muy especial.

Capitulo 38:

Con la vista nublada por las lágrimas, no ve que Alejandro se acerca por el pasillo y, sin querer, tropieza con ella.

–¿Helena? –exclama atónito. No puede creer lo que está viendo. Aunque sabía que ella vendría a despedirse de su abuela, nunca imaginó volver a verla y menos en ese estado–. Helena, cálmate, por favor. ¿Qué sucede? –Alejandro intenta tranquilizarla. Ella quiere librarse de él para ir a su habitación, pero él no se lo permite.

–¡Quítate de mi camino, Alejandro! No te lo pediré dos veces –añade, terriblemente enojada.

Alejandro abre los ojos de par en par, sorprendido por la actitud de Helena. ¿Quién es esa mujer? Es verdad que han peleado varias veces, piensa, pero jamás la había visto así: tan enojada, que si no se quita de su camino, quizás lo golpee.

–Solo dime, ¿qué sucede? ¿Es mi abuela? ¿Le pasó algo? –pregunta preocupado. Por un momento, había olvidado a su abuela al volver a ver a Helena.

–¿Tu abuela? Tu abuela está mejor que vos y que yo… Me hizo volar hasta aquí, dejar mi pueblo, mi novio, mis padres por su absurda idea.

Alejandro no pudo seguir escuchando lo que decía; su mente quedó congelada al escuchar la palabra "novio". ¿Helena tiene novio? razonó, decepcionado. La ha perdido para siempre.

–No entiendo lo que dices... Solo cálmate –intenta tranquilizarla, pero ella está furiosa.

–¡Quítate de mi camino, Alejandro! Iré por mis cosas y saldré en el primer vuelo. No me quedaré aquí a ver cómo todos los malditos Montenegro se burlan de mí, incluido tú… –Alejandro sigue sin poder creer su actitud y se pregunta mil veces quién es esa mujer. ¿Qué ha hecho con la anterior Helena? La Helena vergonzosa que se quedaba callada, la Helena insegura, que se escondía detrás de un seudónimo para escribir por miedo a que no la aceptaran. Si antes sentía una atracción por ella, ahora lo ha dejado cautivado por completo.

En ese momento, Tony se une a ellos, intentando controlar a su amiga.

–Y tú ni te atrevas a decir nada –le grita enojada–. Estoy segura de que lo sabías y te uniste al plan de tu abuela.

–¡Hele, te juro que no lo sabía! Ninguno de los presentes en esta casa sabíamos que la abuela estaba fingiendo –Tony intenta excusarse al verla tan molesta.

–¿Que la abuela estaba fingiendo? –pregunta Alejandro, consternado–. ¿Quieres decir que no se está muriendo?

–No, Alejandro, está vivita y coleando. Así que, como aquí ya no me necesitan, voy por mis cosas y me largo de aquí.

Helena sale corriendo, seguida por Tony. Juntos entran a la habitación. Él intenta hacerle entender que no sabía nada de la estrategia de su abuela; jamás estaría de acuerdo con algo así, sabiendo los sentimientos que ella tiene hacia Lucía.

–Amiga, te juro que no sabía nada… Jamás hubiese estado de acuerdo en que jueguen así con tus sentimientos –Helena se arroja a sus brazos.

–Lo siento, Tony, no debí agarrármela contigo. Solo necesito irme de aquí...

–Quédate esta noche. Estás cansada y nerviosa. Yo mismo te llevaré a casa mañana.

–Está bien, pero no me pidas que baje a cenar con tu familia, porque no lo haré.

–Necesito que lo hagas, Helena –más que un pedido, es una súplica–. Necesitas demostrarles a todos los Montenegro y a esa mujer que no eres la misma Helena de antes, que nadie volverá a humillarte como lo han hecho, incluido Alejandro.

Después de varios minutos de insistencia por parte de Tony, finalmente acepta. Jamás volverá a temerles ni a dejarse humillar por ellos.

Cerca de las nueve de la noche, baja las escaleras para dirigirse a la sala.
Después de una ducha relajante en el jacuzzi de la habitación, se pone un vestido cómodo y elegante, acorde a la ocasión, y baja para enfrentarse a todos los Montenegro.

Allí están, sentados en el sofá, esperando por la cena, tomando una copa de vino, hablando entre ellos, sin poder creer la mentira de su abuela. Al parecer, es verdad que Lucía los había engañado a todos. Aunque sus intenciones son buenas, es demasiado manipuladora y ya no les está gustando tanto.

–Mi querida Helena, estaba por ir a buscarte. Pensé que no bajarías –exclama Tony acercándose a ella–. ¿Quieres una copa de vino?

–Claro, Luciano, Alejandro –saluda con frialdad.

–Hola, Helena, tanto tiempo sin verte –responde el hermano menor–. Pero mira lo cambiada que estás. Los aires del pueblo te han asentado demasiado bien.

–Gracias por el halago, Luciano, pero ya tengo pareja. No estoy buscando un amante –responde de forma muy grosera. Esta familia la saca de quicio, y hoy está demasiado nerviosa. Como si no fuera suficiente, tiene que soportar la intensa mirada de Alejandro, quien no ha apartado los ojos de ella desde el momento en que entró en la sala.

–Cálmate, Helena. Sé que no te caen bien, pero relájate. Mira, ahí viene mi abuela –dice Tony.

Lucía llega a la sala, más espléndida que nunca ante la mirada atónita de sus nietos.

–Hola, mis niños, la abuela ha renacido. La visita de Helena ha hecho un milagro en esta anciana –saluda, observando a sus nietos y alegrándose de que esa mujer no esté entre ellos–. Qué bueno que Alina no nos acompañará esta noche, Alejandro –añade con veneno–. Por favor, pasemos al comedor. La cena está servida.

Minutos después, todos están sentados en sus respectivos lugares disfrutando de la cena. Sin embargo, nadie habla; el silencio reina y se vuelve insoportable, hasta que finalmente Lucía decide romperlo:

—Alejandro, Antonio, Luciano, quizás no fue la manera correcta, pero era la única manera de hacer que Helena volviera a la ciudad —confiesa, llamando la atención de sus nietos.

—No se preocupe, hoy es mi última noche aquí —la interrumpe Helena.

—Helena, tú y yo teníamos un acuerdo...

—¿Un acuerdo? —exclama, levantándose de la mesa y sorprendiendo a todos, incluida la misma Lucía—. Usted jugó con mis sentimientos, me hizo prometerle algo en su lecho de muerte, pero le aseguro que no lo haré.




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