Capítulo 39:
—Esto es inaudito, abuela, ¡no puedo creer lo que estás diciendo! ¿Es que has perdido la cabeza? —pregunta Alejandro levantándose de la mesa, enfurecido—. Esta mujer… —exclama señalándola—, esta mujer no sabe nada de negocios. Ediciones Montenegro se iría a la quiebra en pocos meses.
—Es lo mismo que le dije yo —añade Helena—, pero no ha querido escucharme. Quizás tú logres hacerla entrar en razón.
—¡Tú cállate! —le recrimina enojado—. Seguramente todo fue un plan entre ustedes, como lo de Butterfly, para engañarme, pero les aseguro que esto no va a quedar así.
—Alejandro, si piensas que vas a humillarme como antes, estás muy equivocado. Yo no tengo nada que ver en esto —acota enojada. Esta maldita familia lo único que hace es hacerla perder el juicio.
—Helena no tiene nada que ver en esto, Alejandro. Yo le pedí que viniera, engañándola como a todos ustedes. Le hice prometerme, en mi lecho de muerte, que tomaría el cargo presidencial, sin su consentimiento —aclara Lucía, viendo cómo el semblante de su nieto y Helena está enfurecido. Aunque no quieran aceptarlo, ambos son el uno para el otro. La joven podrá haberse enamorado de otro, pero Lucía está muy segura de que jamás podrá olvidarse de Alejandro, y eso le da más esperanzas para seguir adelante con su plan. No todo está perdido.
—¿Sin su consentimiento? —repite—. ¿Estás segura de lo que estás haciendo, abuela? Entiende que esta mujer nos llevará a la ruina. ¿Quieres que el negocio que fundó nuestro abuelo con tanto esfuerzo se caiga a pedazos? —pregunta nervioso, a un paso del colapso, mirando a su abuela, intentando encontrar en ella la razón de por qué está haciendo esto.
—Tranquilo, Alejandro. ¿Crees que tu abuela es tonta? —dice Lucía observando a ambos, enojados.
—Sé que no eres tonta, pero no puedo adivinar tus pensamientos. No sé si has perdido el juicio o estás detrás de alguno de tus planes para dominarme.
—Escúchame, solo necesito que ambos se tranquilicen y dejen de mirarse con la intención de asesinarse. A partir de la semana que viene, trabajarán juntos en la empresa —confiesa, llamando la atención de Helena y Alejandro.
—¿Juntos? —pregunta su nieto. Jamás podría estar en el mismo lugar que ella por mucho tiempo. Es verdad que está cambiada: se la ve mucho más bonita, segura de sí misma, y ese carácter… Sin dudas lo tenía escondido. Pero de sentirse atraído hacia ella a trabajar juntos, es algo completamente diferente.
—Sí, Ale. Quiero que Helena tome el mando de la empresa y tú seas su compañero, que le enseñes sobre finanzas y negocios —dice Lucía, poniendo aún más nervioso a su nieto, quien camina de un lado para el otro.
—Abuela, ¿sabes lo que me estás pidiendo? —pregunta, sin poder entender toda esta locura, pasándose la mano por la cabeza, señal de que está estresado.
—Sí, lo sé, y te conviene ayudarla. O dentro de seis meses, cuando asumas el cargo, te encontrarás con una empresa en quiebra. Y dudo que quieras eso —le explica Lucía, viendo confusión en los ojos de Alejandro. Sabe que su nieto es un buen muchacho; es uno de los mejores empresarios del país, pero es un tonto en temas del amor—. Y algo más, mi amor.
Alejandro observa a la anciana a los ojos, buscando más que una respuesta:
—¿Qué más, abuela? —pregunta resignado. Ya no puede luchar contra su abuela; ella lo tiene todo fríamente calculado. Es más inteligente que todas las personas presentes, juntas.
—Por una cláusula en el testamento de tu abuelo, referido al cargo presidencial, no puedes casarte con Alina.
Los ojos de Alejandro se abren de par en par, sorprendido. Aunque nunca se lo hubiese imaginado, es algo que sin dudas hubiese hecho su abuelo. No le tembló el pulso para darle dinero a cambio de que Alina lo abandonara. No le tembló el pulso, antes de morir, para evitar ese matrimonio a toda costa.
—Todo esto es una locura, abuela. Toda tu vida me has manipulado a tu antojo. Tengo 27 años, creo tener la suficiente edad como para saber lo que quiero hacer con mi vida —responde cruzándose de brazos, demostrando que su intención no es aceptar lo que ella está proponiendo.
—Piénsalo, Alejandro. Si quieres el cargo presidencial, tendrás que cumplir mis leyes. De lo contrario, quedará en manos de Helena hasta que Tony o Luciano decidan hacerse cargo.
—No necesito pensarlo, abuela. Haz lo que quieras con tu maldito cargo presidencial. No lo quiero, renuncio a él —grita enojado, mientras sale de la sala golpeando la puerta con fuerza, sorprendiendo a los presentes, incluida Lucía, quien no esperaba esa respuesta de su parte.
—Mi nieto es impredecible, Helena, pero te aseguro que lo pensará y regresará. Ediciones Montenegro es lo más importante en su vida. No lo dejará ir tan fácilmente.
Alejandro sale de la mansión, toma las llaves de su vehículo y se dirige al bar más cercano.
Hoy el bar está más atestado de gente que lo normal y la música a un volumen que es imposible hablar encima de ella, aunque en este momento no desea hablar con alguien, solo llenarse de alcohol el cuerpo y el alma. Una buena dosis de alcohol hará que se quite de la cabeza a Helena y a todo este absurdo plan de su abuela.
Pero dos horas después, el tequila solo hace que piense mucho más en ella, y los deseos de verla se han vuelto insoportables.
Luciano, quien ha ido a verse con sus amigos a ese mismo bar, observa el estado deplorable en el que está su hermano y no lo puede creer.
—Alejandro, entiendo que todo lo que ha sucedido hoy con la abuela te haya alterado, pero llegar a este estado, hermano... Jamás te he visto así —exclama preocupado. Alejandro apenas puede articular palabra y mantenerse sentado en la barra del bar—. Iré a avisarles a los chicos que te llevaré a casa.
—No, Luciano, no te preocupes por mí, estoy bien. Además, estoy esperando que ella venga a buscarme —en su estado de ebriedad, Alejandro ni siquiera sabe lo que dice.