CAPÍTULO 40
Después de despedirse de Luciano, Helena pone en marcha el auto y maneja hasta la mansión Montenegro. Está algo nerviosa, ya que no es su fuerte conducir de noche por sus problemas de vista. Por suerte, se acordó de traer sus gafas. Con cuidado, se quita los lentes de contacto y se coloca sus gafas ópticas; así se siente más segura por la carretera.
Aún no puede creer que lleva a Alejandro como acompañante. Está inconsciente y con ese fuerte olor a alcohol que se desprende de su piel. Puede imaginarse por qué está en ese estado: su abuela ha sobrepasado todos los límites conocidos, y Alejandro ha querido perder la cordura por horas para no pensar en lo dominante que es Lucía Montenegro.
Después de media hora de conducir por la carretera, finalmente llegan a la mansión. Helena se quita el cinturón de seguridad, se acerca a Alejandro para desabrochar el suyo e intenta despertarlo, zarandeándolo con suavidad, pero sin éxito. Lo llama varias veces por su nombre, pero parece como si no la escuchara.
No pueden quedarse mucho tiempo ahí o podrían descubrirlos, por lo que Helena se arma de valor. Sale del vehículo, abre la puerta de Alejandro y, con todas sus fuerzas, intenta cargarlo, pero ni con toda la energía de su cuerpo logra moverlo. Es demasiado pesado para ella.
Justo cuando está por darse por vencida y llamar a Tony para que la ayude, Alejandro comienza a emitir unos ruidos extraños y a moverse lentamente, como queriendo despertar. Helena vuelve a acercarse a él y lo llama por su nombre, hasta que Alejandro, muy confundido, abre los ojos y los clava en ella, sorprendido.
—Alejandro, por fin has despertado. ¿Estás bien como para caminar hasta tu habitación? —pregunta Helena. Él sigue observándola sin decir una palabra, como intentando grabar su rostro en la memoria.
—¿Por qué llevas gafas? —pregunta.
Helena había olvidado quitárselos. Aun así, se sorprende. Recién acaba de despertar de una terrible borrachera, están afuera de su casa intentando salir del automóvil sin que nadie los descubra, y él está preguntando por sus gafas.
—Olvidé quitármelos —responde—. Si uso los lentes de contacto, no me siento segura para manejar de noche.
—Está bien. Si me hubieras despertado, podría haber manejado yo —dice Alejandro, mirándola a los ojos.
Esa noche, con el cabello apenas despeinado y el semblante cansado, Helena está más bonita que nunca. Jamás se había sentido así con ella. Siente que todo su cuerpo reacciona al tenerla cerca. Seguramente el alcohol tiene algo que ver, pero no quiere dejarla ir tan pronto. Desea tenerla cerca, muy cerca.
—Alejandro, apenas puedes mantenerte en pie. Era un peligro que manejaras, por eso fui a buscarte.
—Tienes razón, bebí más de la cuenta. Es que quería sacarte de mi cabeza y pensé que el alcohol me ayudaría —confiesa Alejandro.
Helena abre los ojos sorprendida. Nunca hubiese esperado una confesión tan dulce y tierna de su parte.
—Pero lo único que logró fue que pensara más en ti... y que te extrañara —añade.
—Alejandro, por favor, estás ebrio. Si me ayudas, puedo llevarte a tu cuarto a descansar, pero tienes que hacer silencio porque nadie puede verte en este estado.
—¿Y tú te quedarás conmigo? —pregunta, mirándola a los ojos y poniéndola muy nerviosa.
—¿Cómo voy a quedarme contigo, Alejandro? Tú te quedarás en tu cuarto; cerraré con llave y me iré a dormir al mío. Estoy cansada. Volé varias horas y aún no he podido descansar —le recrimina.
—Lo siento, Helena. Mañana regañaré a Luciano por haberte llamado —dice, en un tono que a Helena le resulta desconcertante.
¿Qué sucedió con Alejandro y quién es este hombre? Su dulzura, su calidez al tratarla, es completamente diferente a cuando está cuerdo… Alejandro Montenegro debería estar ebrio todos los días para ser más accesible ante las personas.
—Vamos, necesito tu ayuda, eres demasiado grande para mí —exclama, sintiendo la mirada penetrante de Alejandro sobre ella, algo que la pone muy nerviosa—. Deja de mirarme así, Alejandro.
—Lo siento, no puedo evitarlo, estás hermosa… ¿me das un abrazo? —Helena, usando todas sus fuerzas y energías, se acerca a él, y con su ayuda logran ponerse de pie y salir del auto.
Con mucho esfuerzo, e intentando que Alejandro se calle, llegan a su habitación. Allí, Helena abre la puerta y ambos entran.
Con las pocas energías que le quedan, lo ayuda a desplomarse en la cama. Al parecer, también está cansado.
—Alejandro, debo irme y cerrar esta puerta con llave, fue recomendación de Luciano —exclama ella, viendo cómo él intenta sacarse los zapatos y no puede.
—Helena, ayúdame, por favor, siento que todo me da vueltas, necesito sacarme los zapatos —le pide, mirándola con ojos tristes y haciendo pucheros, como si fuera un bebé a punto de llorar. Eso le causa gracia, y Alejandro se queda embelesado al ver su sonrisa—. Creo que es la primera vez que te veo sonreír, Helena. No dejes de hacerlo, eres demasiado bonita —confiesa.
—Alejandro, ya duérmete —lo regaña. Una vez que le quita los zapatos, toma las llaves y está por retirarse de la habitación cuando él le pide otro favor.
—Helena, espera, necesito… que me ayudes a quitar la camisa. Me tiemblan los dedos y no puedo desabrochar los botones.
—Olvídalo, Alejandro, debo irme o alguien nos descubrirá.
En ese momento, sienten que alguien se acerca a la habitación, por lo que él le pide que le ponga el cerrojo a la puerta.
Segundos después, la misma persona intenta entrar al cuarto, y al ver que está cerrada desde adentro, comienza a golpear y llamar a Alejandro.
—¡Alejandro, ábreme la puerta! —grita Alina, sin importar si alguien de la casa se despierta. Está enfurecida. Mientras dormía tranquila en su habitación, recibió la llamada de una amiga diciéndole que Alejandro se había ido del bar, completamente borracho, acompañado de una hermosa mujer. Eso la puso como loca; necesita hablar con él, pero la puerta está cerrada desde el lado de adentro. Seguro que está con esa mujer en la cama. Hace meses que está a su lado, y el muy idiota no ha querido acostarse con ella ni una sola vez. Se merece que le quite toda su herencia y mucho más.