Helena siente que en su cabeza todo da vueltas, y eso que no ha tomado ni una sola gota de alcohol. Jamás imaginó sentir algo así, como si su cuerpo ardiera, deseando tocar la piel de Alejandro bajo la palma de sus manos.
Está recostada sobre la cama mientras Alejandro, quien está encima de ella, la besa con desesperación. En ese momento, Helena entrelaza sus brazos alrededor de su cuello, acercándose más a su boca para devolverle el beso con avidez. Sus manos juguetonas finalmente desabrochan los botones de su camisa, quitándosela rápidamente para observarlo con determinación.
Jamás había visto algo igual. Su cuerpo parece tallado por los mismos dioses. Dejándose llevar por los impulsos del momento, recorre cada línea de su pecho, provocando que el cuerpo de Alejandro reaccione a su tacto.
Sus manos exploran cada centímetro de su piel hasta llegar a ese lugar donde nace su masculinidad. Pero Alejandro la toma rápidamente por la cintura y la sienta sobre él.
—¿Acaso estás buscando venganza, Helena? ¿Solo quieres torturarme? —pregunta Alejandro con una sonrisa pícara en los labios—. Si sigues así, esto solo durará unos minutos, y yo te quiero toda la noche —le susurra al oído. Las palabras hacen que la piel de Helena se erice mientras miles de sensaciones y sentimientos atraviesan su mente, incluido un nombre: Esteban. Pero no se siente capaz de detener lo que está sucediendo.
—Esto es una locura, Alejandro —exclama confundida, mientras siente los besos de Alejandro en su cuello—. Mañana te olvidarás de todo esto, y yo... tengo novio —confiesa, sintiéndose culpable. Pero cada vez que intenta detenerse, una nueva caricia de Alejandro la hace arrepentirse.
—No me olvidaré, Helena —responde con voz suave sobre su piel mientras desata su cabello, dejándolo caer libre sobre sus hombros—. Deberías llevarlo suelto siempre, te ves increíble. Eres hermosa, Helena. Fui un ciego. Perdón por no haberte visto antes —confiesa con los sentimientos a flor de piel.
Alejandro termina de despojarse de la poca ropa que le queda y vuelve a recostarse sobre ella.
Helena siente que ha muerto y renacido, o que está en el cielo o el mismísimo infierno. Jamás había experimentado tantas emociones juntas ni había visto un hombre desnudo. Aunque lleva tres meses con Esteban, nunca pasó nada entre ellos.
Sus ojos se abren de par en par al observar cada parte de su cuerpo, cada centímetro que desea tocar. Lo hace con curiosidad, disfrutando de los gemidos de Alejandro bajo su tacto, sintiendo que tiene poder sobre él.
Pero hay un problema, piensa mientras su mirada se centra en su masculinidad. Es demasiado grande para mí. Alejandro parece percibir su confusión.
—Tranquila… déjalo en mis manos. Quiero que disfrutes —le asegura, besando su frente con dulzura, aunque la desesperación por estar dentro de ella lo consume.
—Maldita sea, Helena —murmura con frustración—. Hay demasiada ropa entre nosotros.
Con habilidad, Alejandro quita cada prenda de su cuerpo, percibiendo los nervios de Helena, pero también el deseo que la invade.
Finalmente, Helena queda completamente desnuda, y Alejandro se detiene para observarla con deseo. Explora cada centímetro de su piel con todos sus sentidos. Es como si sus cuerpos se conocieran de toda la vida. Ninguno de los dos puede negar esa conexión que va más allá del sexo y el deseo.
Con un movimiento suave y profundo, ambos cuerpos se vuelven uno solo.
Se mueven al unísono, sin control, como si sus cuerpos tuvieran vida propia. En cada movimiento, Alejandro no puede apartar la mirada de los ojos de Helena. El deseo que ve en ellos le confirma que quiere hacerle el amor por el resto de su vida.
Minutos después, abrazados y transpirados, ambos llegan al éxtasis, tanto físico como emocional. Exhaustos, se recuestan en la cama. Helena apoya la cabeza sobre el pecho de Alejandro, mientras él acaricia su cabello. Ninguno de los dos encuentra palabras para describir lo que acaban de compartir.
Finalmente, Helena, preocupada, rompe el silencio.
—Alejandro… creo que tú y yo no nos hemos… —comienza, pero él la calla con un dedo sobre sus labios.
—No te preocupes, no habrá consecuencias de esta noche —responde. Por una milésima de segundo, Helena cree ver dolor en sus ojos, pero es tan rápido que no está segura.
—Y otra cosa más… —añade Helena, mientras Alejandro, un poco más recuperado, vuelve a recostarse sobre ella.
—¿Qué sucede? —pregunta con voz seductora, mientras besa su cuello.
—¿Crees que Alina nos habrá escuchado?
Alejandro había olvidado por completo a Alina, pero la verdad, en ese momento, ya no le importa lo que esa mujer piense o haga…
–No te preocupes, a lo sumo mi abuela me pedirá que me case contigo– sonríe mientras sigue besándola.
–Estás loco, Alejandro– acota, cuando siente sus manos acariciando su abdomen.
–Sí, Helena, loco por ti…
Al otro día, los rayos del sol que se cuelan por la ventana hacen que abra los ojos lentamente. Pero la desesperación se apodera de ella cuando los abre de par en par y recuerda dónde está.
Está en la habitación de Alejandro, después de haber compartido la más increíble de las noches, aunque seguramente no recuerde lo sucedido una vez despierto.
Luego de darle una última ojeada a Alejandro, quien se encuentra completamente desnudo, solo cubierto con las sábanas, toma su ropa, abre la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido y sale de allí, rumbo a su habitación.
Una vez dentro, se da una ducha. Le duele cada músculo de su cuerpo. Y aunque debería sentirse feliz, algo dentro de ella la hace sentir culpable, la peor de las mujeres.
Hoy es 14 de febrero, día de San Valentín, y se suponía que debía festejarlo con Esteban, pero acaba de volver de la habitación de Alejandro, después de pasar la mejor noche de su vida, y eso es lo que la hace sentir culpable.
Está terminando de cambiarse cuando siente golpes en la puerta de su habitación. Solo espera que no sea Alejandro, no está preparada emocionalmente para enfrentarlo, aunque seguro debe estar con una terrible resaca y habrá olvidado todo lo ocurrido.