Un trato con Hamilton

Prólogo

Amelia

El frío de la noche eriza mi piel, camino por la solitaria calle oscura hasta que llego a mi casa. Sonrío cuando veo a mi novio durmiendo en el sofá, dejo mi abrigo y mi bolso en el perchero y me acerco a él. Comienzo a acariciar su cabello y abre sus ojos. Grises como un cielo nublado. Sonríe mostrando sus dientes perfectos y se pone de pie. Sus brazos me rodean y recuesto mi cabeza en su hombro. Todo pasa muy rápido, las sirenas se escuchan a lo lejos. Frunce su ceño y tocan la puerta. Se levanta, abre y comienzan a revisar todo. Nos rodean y sujetan mis manos detrás de mi cuerpo. Colocan un frío metal, atándome. Y nos sacan de allí.

Despierto agitada y con mi cuerpo sudoroso. Los recuerdos de esa noche llegan a mi mente y no me abandonan. Esté despierta o dormida, da lo mismo. Ha pasado ya un año y no puedo olvidarlo, no es como si los demás lo hubieran hecho. Me observo en el pequeño espejo sin ser capaz de reconocerme. Mis ojos verdes están adornados por una bolsa negra debajo de ellos. Mi cabello castaño está desarreglado. Me levanto de la cama y salgo de la habitación. Veo a mi mejor amiga, Sofía, en el comedor y sonrío.

—Amy, lamento decir esto, pero mi hermana volverá en unos días— muerdo mi labio y pienso rápidamente en algo.

—Estaba pensando en eso, un amigo actor, me ofreció cuidar su departamento mientras está en el extranjero— digo rápidamente.

—¿Estás segura?— cuestiona.

—Sí, iré a hacer mi maleta— respondo.

Desde aquel día, mi vida entera cambió. Muchas personas decían que tenía un futuro como actriz, que realmente en unos años sería considerada un orgullo de la nación, pero bastó un segundo y dejé de importarles. Aquel futuro se fue a la basura y todo por la culpa de él. Y allí me di cuenta de lo hipócrita que es la gente. Mientras yo estoy aquí, con mi carrera en pausa y sin un hogar. Él regresó a su trabajo y ahora está en el extranjero. Cuando el que cometió el error fue él, cuando mi único error fue amarlo.

Hago las maletas y en media hora he terminado, no tenía demasiadas cosas. Suspiro y salgo de la habitación. Sofía inmediatamente viene hacia mí y me abraza.

—¿En verdad estarás bien?— pregunta.

—Lo estaré— respondo.

Me despido de ella y salgo del pequeño departamento. Salgo del edificio y comienza a llover. ¡Genial! ¿Qué podía salir mal? Pensé en algún lugar al que podía ir, sin embargo no tengo ninguno. La casa de mis padres estaba prohibida para mí desde que elegí ser actriz y luego de ese escándalo, jamás volverían a permitirme poner un paso dentro de allí. Todos mis amigos me abandonaron luego de ese incidente, así que estoy sola. Camino sin rumbo y la lluvia no cesa.

Para cubrirme de la lluvia camino hasta la parada de autobuses más cercana y me siento allí. Observo mi ropa, ahora está totalmente adherida a mi piel. Las horas pasan, pero el cielo no detiene su llanto. Después de unos minutos, comienzo a sentirme mareada, poco a poco mi vista se vuelve borrosa y sin poder evitarlo, cierro mis ojos.

 

Cuando vuelvo a abrirlos, observo todo a mi alrededor, frunzo mi ceño al no reconocer el lugar, velozmente me reincorporo y me doy cuenta de que estoy en un sofá. Bajo la mirada y mi ropa ha sido reemplazada por una masculina. Busco mi maleta y cuando la encuentro, me levanto del acolchonado sillón de piel artificial. Sin embargo, al hacerlo, mi cabeza comienza a doler bastante. ¿Acaso me habían secuestrado y drogado? Me vuelvo a levantar y tomo mi maleta, comienzo a caminar hacia la salida cuando una voz me interrumpe.

—Lo mejor es que descanses— la voz es ronca y me suena de algún lugar.

Giro mi cuerpo y abro mi boca cuando veo a Keith Hamilton frente a mí. OH POR DIOS. Realmente es él. Casi no logro reconocerlo, pues la última vez que lo vi tenía menos tatuajes y su cabello era más corto.

—Debí imaginarme que serías una fan mía— dice y rasca su nuca.

—¿En verdad eres Keith Hamilton?— cuestiono.

—Sí, si quieres puedo firmar alguna foto o playera— responde.

—¿No me recuerdas?— pregunto.

—¿Te conozco?— ruedo mis ojos. Cómo pude esperar que él me reconociera.

—Actuamos juntos en Inmarcesible, entiendo que mi papel era secundario pero fue la película que me trajo más reconocimiento— explico.

—Oh, eres esa chica— muerde su labio inferior. —¿Amalia?—

—Amelia— corrijo.

—Bueno, Amelia, no puedes irte todavía. Al parecer tuviste fiebre al estar tanto tiempo bajo la lluvia. Creo que no eres consciente del peligro de la calle. ¿Cómo puedes dormirte en una parada de autobuses?— si no tienes un hogar al cual ir, los peligros no son importantes.

—Supongo que fue el resfriado— respondo restándole importancia.

—¿Quieres llamar a alguien para decirle que dormirás aquí?— cuestiona.

—No, estoy bien así— él asiente y se da la vuelta. —¿Keith?— cuestiono.

—¿Necesitas algo?— sonrío.

—¿Por qué me ayudaste?— sus ojos azules permanecen observándome.




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