En una de las residencias más grandes de Hampshire se encontraba la residencia de Augus Blake, el séptimo conde de Wartonn.
Era mas que conocido que él y la condesa tenían uno de aquellos escasos y vibrantes matrimonios. La rareza de los matrimonios por amor era algo de lo que la sociedad amaba cotillear.
La unión de ambos era algo de lo que incluso aquellos de los miembros más snobs de la sociedad no se atreverían a criticar. Ambas partes provenían de familias de renombre, ambos poseedores de buena fortuna, apariencia y virtud.
Nadie podría negar que el amor entre ellos era un regalo más a su vida.
Nadie se atrevería a decir que los condes no eran la pareja perfecta.
O así lo habían sido en los diez años en los que había durado su matrimonio.
Toda su felicidad se habría desmoronado en aquel invierno, el más frio y lúgubre que podría haber caído sobre la familia.
Uno en el que la tragedia había caído sobre la familia Blake.
5 DE FEBRERO 1810
Las personas suelen olvidar eventos que les causen dolor, en especial si estos se dan en la infancia. Mas el cinco de febrero por más que había intentado olvidar, era un día que no podría borrar nunca de su memoria.
Había abierto los ojos lentamente, solo sentía más y más frio con cada segundo que pasaba.
Había llamado a su madre entre quejidos, recordaba haberla visto, estaba segura de que ella le había dicho algo, pero aun así no había sido capaz de escucharlo. Sentía demasiado sueño, en algún momento tras ver la sonrisa de su madre se había dormido.
No sabía cuánto tiempo había pasado, podían haber sido unos minutos u horas, había vuelto a llamar a su madre solo para darse cuenta de que se encontraba sola en el carruaje. Este se movía demasiado, más aun así la voz no parecía salir de ella.
Su madre había estado ¿feliz o triste?, su mente estaba confundida, no podía recordar.
Solo podía cerrar los ojos.
En algún momento su cuerpo lo supo, había llegado a casa.
Escucho muchos pasos aproximándose, pero entre ellos el que abrió la puerta el carruaje no fue otro más que su padre.
Vio en sus ojos preocupación, aquello le rompió el corazón.
Quiso gritarle “¡estoy bien! “. Más aquellas palabras nunca llegaron a ser más que unos frugales pensamientos que jamás alcanzaron sus labios.
Mientras se encontraba en sus brazos lo único que pudo decir fue mamá.
Mientras continuaba aferrándose a un sobre como si fuese su bien más preciado.
…
Había tenido muchos episodios.
Los momentos en los que dormía su pequeño cuerpo parecía luchar por librarse de la enfermedad y cuando se encontraba consiente le costaba mantener dicho estado.
Habían sido semanas muy duras de las cuales casi no recordaba.
Aunque el progreso fue lento había logrado estabilizarse.
Aun así pasaba los días en cama, su padre solía pasar la mayor parte del tiempo con ella.
Las veces que había preguntado por su madre el solo había sonreído, le había dado un beso en la frente y se habría marchado tras decirle que descansara.
Ella había hecho sin dudar lo que su padre le decía, sentía una opresión en su pecho, había una pregunta que rondaba los pensamientos de una niña de ocho años, una pregunta que no deseaba formular.
Prefería pensar que su madre no podía ir a verla porque estaba cuidando a Edwards su hermano aún era pequeño, y no podían llevarlo con ella, ella no querría que su hermano se enfermase. Aún era un bebe y ella era una hermana mayor, debía de ser comprensiva.
Sus pequeñas e infantiles ilusiones no habían tardado en desbaratarse.
Las doncellas eran una recurrente e inmensa fuente de información para los niños, estas solían cotillear cerca de las habitaciones de los infantes cuando creían que ellos dormían.
Lo había oído por casualidad, si en ese momento hubiese estado dormida no lo habría oído. Deseo haber estado dormida. Deseo que fuera un error.