Una mañana sin noticias

2.

Aquella mañana, la rabieta le duró poco. A diferencia de su hermano, bajó a desayunar aquel sábado con sus padres distraídos en otro asunto, claramente menos importante que el que ella tenía. ­

—¿Pero cómo es eso de que el diario está en huelga? ¿Cómo van a dejar de trabajar?

—No lo sé, hija, o no les subieron los sueldos o es el día del repartidor. —Su madre levantó la vista del teléfono para contestarle, pero no mostraba el interés suficiente—. Existe Google, seguro lo encuentras por ahí.

Había un problema con buscarlo en Google: le sacaría la emoción, y haría el asunto mucho más simple que el que ella esperaba. A Maeve nunca le gustaron las cosas simples, o sin emoción, ¡o con ambas características!

—Voto por la huelga, el día del repartidor fue hace dos meses. —Su padre no parecía tan interesado tampoco; eso ya parecía una ofensa personal. Finn seguía dormido, con lo que Maeve terminó su desayuno en silencio para después salir de su casa—. ¿A dónde vas?

—A encontrar la verdad. —Otras personas la llamarían sobredramática, pero ella lo veía totalmente justificado. Si había algo que no le gustaba seguir, eso era el camino fácil.

Era un día húmedo, algo común y corriente en el clima de Charing Cross fuera el día que fuera, fuera en la estación que fuera. Su cabello esponjado estaba cubierto por un impermeable amarillo que le lastimaba los ojos a quien lo viera. Buscaba con la mirada en los departamentos aledaños; quizás simplemente se olvidaron de traerle el periódico a ellos. Por otro lado, era quizá difícil que otros vecinos del edificio tuvieran el diario traído a sus puertas y justo se saltearan su casa. Cuando salió a la calle, comenzó a observar las puertas del resto de las casas, pero obtuvo el mismo resultado: la nada misma le devolvía el saludo.

“Esta búsqueda no puede resumirse a sólo mi cuadra,” pensó, avanzando calle tras calle para continuar buscando. Quizás su madre tendría razón respecto a la huelga, pues no había encontrado un solo puesto de revistas en donde preguntar qué había ocurrido con el diario de ese día. No había caso de socializar, pues las dos personas a las que les quiso preguntar le habían evadido la conversación, y a esa hora no parecía haber adolescentes en la calle. No había caído en la cuenta de cuántas puertas sin periódico había visto, pero a ese punto ya estaba un poco perdida.

En su acto de rebeldía, había salido sin el celular, con lo que no había GPS que la salvara, y para ese momento ya había aceptado que su madre tenía razón y googlearlo le iba a ahorrar muchos problemas. De todas maneras, entró a un cibercafé que había en la acera del frente (tan apurada que casi la atropella un taxi, pero eso nunca lo va a mencionar), y tuvo suerte que tenía unas monedas en el impermeable para pagar al menos media hora.

Huelga de los medios de comunicación decía un título, que parecía salido de una página del gobierno. Al parecer, ese día no habían entregado los diarios, no porque fuera una huelga de los repartidores, sino porque directamente no lo habían escrito. En su lugar, los avisos oficiales fuera de los portales de periodistas hablaban sobre el fallecimiento de un importante director. El periodismo está de luto.

Sería más fácil leer el artículo entero si no se encontrara en un cibercafé lleno de universitarios desesperados tipeando su último trabajo a la mañana de sábado. Los cubículos de las computadoras eran bastante clásicos, con el beneficio de la privacidad que te otorga un biombo de madera cubriéndote de tu compañero. Bueno… privacidad, si no fuera por la curiosidad de Maeve que le hizo tirar la cabeza un poco hacia atrás para ver quién era esa persona tipeando.

El cabello largo en primera vista lo hizo confundirse con una mujer, pero luego de mirar su perfil notó que sus facciones no eran para nada femeninas. Sus ojos azules eran cubiertos por unos lentes rectangulares, ni muy gruesos ni muy finos, con mechones pelirrojos cayendo sobre su frente. Si tuviera que adivinar, sería uno de esos universitarios desesperados por terminar la tesis en medio de una vida triste de sábados madrugadores…

—¿Qué? —Ups, se olvidó que las personas tienen consciencias y saben cuándo las estás mirando y preguntándote sobre su trasfondo—. ¿Necesitabas algo?

—…¿Ah? —En primer lugar, su rostro se veía relajado, pero cuando la miró de frente se veía como si un usurero le estuviera reclamando por deberle un préstamo de hace dos meses—. Nada.

Volvió a su posición inmediatamente, evitando el contacto visual. “Nada.” ¿Cómo que nada? ¡Ella era la gran Maeve Corcoran, la que no se pierde una oportunidad de hacer un amigo más! ¡La que no les tiene miedo a los nerds con cara de mafioso! ¡La que le pregunta “oye amigo, ¿por qué tan solo?” hasta a un asesino psicópata serial!

—En realidad no era nada. —Volvió a ver su rostro de perfil, girándose con molestia ante la interrupción—. ¿Qué estás escribiendo?

—Cientos de líneas de código para un virus que destroce las computadoras de la NASA. —“… ¿eh?” ¿Lo estaba diciendo en serio? No lo estaba diciendo en serio, ¿verdad? —. No, eso no era lo que hacía, no te asustes. En realidad estaba buscando un regalo para mi hermano…

Maeve no pudo evitar mirar la pantalla de la computadora, donde se veía una laaaarga publicación en Facebook llena de comentarios, ¿qué clase de persona joven usa Facebook hoy en día? No fue muy disimulado el modo en que el chico minimizó la página del navegador, pero eso le recordó a Maeve que parecían estar teniendo una conversación.

—¿Y tú por qué estás tan entrometida en lo que hacen otras personas en un ciber? —Creyó que la que hacía las preguntas era ella, pero suponía que podía responderlo.

—Escribías tan frenéticamente que parecía que estabas discutiendo con una vieja en un grupo de compraventa. —Esperaba ver su reacción; no era algo que había dicho al azar, y le hubiera gustado que fuera una frase que rompiera el hielo, pero el rostro de él se puso tan rojo como su cabello aunque su expresión siguiera indiferente. Supuso que no iba a decir nada—. ¡Me llamo Maeve! Supongo que es justo que te diga qué estoy haciendo, estoy investigando por qué hoy no me llegó el diario a casa.




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