Aquello era demasiado explícito en muchos sentidos. La mujer, sentada en el lobby de aquel desierto hotel, cerró el libro que le habían entregado e intentó no recordar lo que acababa de conocer. Podía ser que aquella mujer del libro estuviera muriendo, pero dormir así de simple con una parca por muy guapa que fuera era sin lugar a dudas espantoso.
— ¿Te gustó?
Jadee, cuando aquellas palabras vinieron de mi espalda, miró al hombre tras de mí, e intentó no quedar como una cobarde. No obstante, cuando se puso en pie, sus piernas le temblaron ligeramente. Seguía pensando también en su marido, así que aquella extraña sensación de peligro seguía corriendo por sus venas.
— Es un poco… extraño — carraspeé — aunque me hubiese gustado muchísimo más ayudarte con las cosas de este lugar.
— Estaba trabajando en cosas técnicas, así que no se preocupe — Alan sonrió — ahora iremos a la casa y haré el almuerzo.
— ¡Oh, yo me encargaré de eso! — Evelin habló con firmeza —. Y no puede decir que no, así que si me dice dónde están las cosas, yo lo haré.
Alan no quiso aceptar la oferta de la mujer que había encontrado, pero sin duda la gratitud que sentía era completamente genuina, así que no pudo rechazar la oferta de la chica. El hombre la acompañó hacia la casa una vez más y, mientras ella prácticamente se apoderaba de la cocina, él se acercó a la habitación de sus hijas.
Las dos chicas jugaban tranquilamente con los regalos que habían mandado sus abuelos el año pasado. Alan suspiró recordando lo poco que le gustaba que ellos siguieran teniendo relación con sus hijas cuando sabían perfectamente lo descarada que había sido su propia hija, pero ni siquiera ellos sabían donde Julia se había ido.
— ¡Papi! — Sarah se puso en pie y corrió a darle un beso en la mejilla — ¿Ya terminaste en el hotel?, ¿Podemos jugar fuera hoy?, ha dejado de nevar ya papi.
— No lo sé, nena, está haciendo bastante frío, ahora además hay mucha nieve, así que no sé si…
— ¡Por favor papi! — su otra hija suplicó haciendo un pequeño puchero — estamos aburridas aquí y la señorita seguro se divierte también.
— ¿La señorita? — cuestionó Alan dejando a su hija Sarah sobre el suelo una vez más— ¿Les agrada la chica?
— Si papi, parece buena — Melissa sonrió — aunque también está triste papi, como tú.
Aquellas palabras movieron el corazón de Alan, sus hijas no tenían ningún problema en decirle cómo creían e incluso cuando él trataba con todas sus fuerzas de ocultar sus emociones, ellas siempre terminaban descubriéndolo. El hombre sonrió, admitiendo secretamente lo orgulloso que estaba de sus niñas.
— Bien, si les agrada, la dejaré quedarse más tiempo, pero no pueden hacerle preguntas
— dijo — y tampoco decirle que está triste o preguntarle por qué, saben que eso está…
— ¡Mal! — respondieron ambas al unísono
Alan sonrió ante la contestación de sus hijas, les dio un dulce tirón de pelo a ambas antes de pedirles cambiarse de ropa para almorzar y luego salir al jardín un rato. Tomó los instrumentos que necesitaba del garaje antes de ir a la cocina por un poco de sal para derretir la nieve, sin embargo, al ver a la mujer que tarareaba alguna canción, no pudo evitar quedarse mirándola.
La mujer era atractiva, pero lo que realmente cautivó a Alan fue la forma en que el ambiente cambió solo con su presencia, porque de algún modo parecía que su casa se había vuelto más cálida, más acogedora, más…
La mujer en la cocina de Alan se volteó, el hombre se sorprendió de ser atrapado infraganti y la pala de nieve en su mano cayó golpeando uno de sus pies en el acto. La mujer en su cocina trató de acercarse, pero desgraciadamente, cuando pisó la parte delantera de la pala, el mango golpeó directamente entre sus piernas, haciéndolo quedar completamente sin aire mientras se curvaba sobre sí mismo por el terrible dolor que aquello causó.
— ¡Oh por dios!, lo siento, lo siento — Evelin miró al hombre retorciéndose de dolor frente a ella — Se acercó al hombre con preocupación e intentó revisar que realmente no le hubiese hecho mucho daño, pero cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo ya tenía sus manos directamente en la entrepierna de aquel hombre y cuando él la miró a los ojos de algún modo terminó cerrando sus dedos alrededor de su…
¡Trágame tierra!
Susurró Evelin mientras el hombre, aún un poco encorvado, trataba de no mirarla tampoco a la cara. La chica quiso abofetearse y reclamarse por seguir, haciéndole indirectamente daño a aquel hombre tan agradable y tan… grande.