Stella.
Escuchando las sugerencias de Madame Clarice, me puse en contacto con el Dr. Norton, quien amablemente aceptó ver a David en su clínica en Londres. Con voz tranquila y profesional, me aseguró que haría todo lo posible por ayudarnos.
—Será un placer recibir a David —dijo el Dr. Norton—. Yo ya hablé con Clarice y me explicó el tema. Estoy seguro de que podremos avanzar en su tratamiento.
La clínica del Dr. Norton, ubicada en una tranquila calle londinense, estaba rodeada de jardines bien cuidados. Al llegar, me sorprendió la serenidad del lugar. El entorno parecía perfecto para la terapia de David.
—Bienvenidos —nos saludó el Dr. Norton al llegar—. Por favor, pasen. Estoy ansioso por conocer a David y comenzar nuestra evaluación.
David, con su mirada curiosa y reservada, se aferró a mi mano mientras nos conducían a una sala de espera luminosa y acogedora. El Dr. Norton se tomó su tiempo para hablar conmigo primero, asegurándome que su enfoque sería holístico, atendiendo tanto las necesidades emocionales como las cognitivas de David.
—Quiero que se sientan cómodos aquí —dijo, sonriendo amablemente—. Este es un espacio seguro para David, y trabajaremos juntos para entender mejor sus necesidades.
Después de nuestra conversación, el Dr. Norton llevó a David a una sala de juegos equipada con una variedad de juguetes y actividades diseñadas para evaluar sus respuestas y comportamientos en un entorno relajado.
—David, ¿te gustaría mostrarme cómo juegas con estos juguetes? —preguntó el Dr. Norton, acercándose a él con suavidad.
David, sorprendentemente, asintió y comenzó a explorar el espacio. Observé cómo el Dr. Norton interactuaba con él, utilizando métodos lúdicos para establecer una conexión y entender mejor sus patrones de comportamiento.
Pasaron unas dos horas y, mientras esperaba en la sala contigua, no pude evitar sentir una ansiedad increíble, sin saber exactamente por qué. Quizás se debía al hecho de que esta vez estaba sola con David en un país extranjero. Como dije que iba solo para un par de días, Alba había regresado junto a mi padre, y Agatha había estado últimamente muy débil del estómago, lo que la mantenía apartada.
Londres era una ciudad grande y desconocida para mí. Aunque las calles estaban llenas de vida y movimiento, me sentía muy incómoda. Podría ser porque siempre pensaba que Smith era inglés y aquí en cada esquina la gente se parecía mucho a él. Aunque el Dr. Norton me aseguró que su clínica era un refugio muy seguro para mi hijo, la preocupación me golpeaba con fuerza.
Finalmente, el Dr. Norton regresó, con una expresión reflexiva en su rostro.
—Stella, creo que hemos hecho un buen progreso hoy —dijo, sentándose a mi lado—. David es un niño excepcional. Hay muchas capas en su comportamiento que necesitamos entender mejor, pero tengo confianza en que podemos ayudarlo.
—¿Qué es lo que has descubierto hasta ahora? —pregunté, ansiosa por saber más.
—David muestra signos de un espectro de comportamiento que podría estar relacionado con el autismo, pero también hay indicios de algo más profundo, algo que podría estar vinculado a su excepcional personalidad, de que me habló Clarice. Necesitamos más sesiones para comprenderlo completamente. Por eso pedí hacerle una resonancia magnética otra vez. Tengo el presentimiento de que algo se me escapa.
Agradecí al Dr. Norton por su tiempo y su dedicación. Luego pedí permiso para recoger a David y volver al hotel de al lado, donde nos alojábamos.
—Por supuesto, podéis ir a descansar y mañana nos vemos de nuevo. David está en la sala de juegos —dijo el Dr. Norton.
Salí del despacho y fui a la sala de juegos, donde lo vi jugar la última vez. Sin embargo, al llegar, David no estaba allí. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras miraba alrededor, buscando desesperadamente a mi hijo.
Pregunté a una de las asistentes de la clínica.
—Disculpe, ¿ha visto a mi hijo David? Estaba aquí hace un momento.
La asistente me miró con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Lo siento, señora. No lo he visto salir de la sala. Déjeme verificar con el personal de seguridad.
Cada segundo que pasaba aumentaba mi ansiedad. Me sentía mareada y asustada, intentando mantener la calma. Después de unos minutos, la asistente volvió acompañada de un guardia de seguridad.
—Vamos a revisar las cámaras de seguridad, señora. No se preocupe, encontraremos a su hijo.
Asentí, tratando de controlar mi respiración mientras los seguía a la sala de vigilancia. El guardia empezó a revisar las grabaciones, buscando cualquier pista sobre el paradero de David.
Después de unos momentos eternos, finalmente lo vimos en las cámaras. Estaba caminando tranquilamente por el pasillo.
—¡Ahí está! —exclamé, señalando la pantalla.
El guardia frunció el ceño y mostró otro video en el que mi hijo salía solo por la puerta de emergencia.
—No estoy seguro, pero parece que salió a la calle solo —dijo con preocupación.
Mientras el guardia y la asistente se movilizaban, mi mente se llenó de pensamientos de pánico. ¿Cómo quito este código que me puso Clarice para que David no escuchara mis pensamientos? ¡¿En qué estaba pensando, idiota?! ¿Está en peligro?
Me sentí mareada y aterrorizada. Salí corriendo de la sala de vigilancia y me dirigí hacia la salida de emergencia, empujando la puerta con fuerza. Al salir, me encontré en una calle bulliciosa, llena de peatones y tráfico. Mi corazón latía con fuerza mientras miraba desesperadamente a mi alrededor, buscando a David.
—¡David! —grité, con la esperanza de que pudiera escucharme y regresar.
El miedo y la desesperación me golpeaban con fuerza. ¿Cómo había podido salir sin que nadie lo notara? ¿Y si alguien se lo había llevado?
Corrí por la calle, mirando en cada dirección, tratando de localizar a mi hijo. Pregunté a los transeúntes si habían visto a un niño pequeño, pero nadie parecía haberlo notado. La ansiedad me estaba consumiendo.
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Editado: 23.07.2024