Marcelo Alamar estaba prácticamente ciego, pero conocía su casa de memoria y realizaba todas sus acciones con un impecable dominio del espacio. Estaba preparando té, sirvió el agua hirviendo sin que se cayera una sola gota fuera de las tres tazas. Mara le tocó el antebrazo para ofrecerle ayuda, pero él la rechazó con un gesto amable, caminó hasta la mesa y apoyó la bandeja con las tazas, casi sin arrugar el mantel blando bordeado con flores azules. Mara acercó la taza que le correspondía, que había quedado un poco alejada hacia la derecha. El té olía a rosas y a limón.
—¿Cómo describirías tu relación con Ezequiel Neón? —le preguntó.
—Inexistente —respondió Marcelo.
—Tenía entendido que eran cercanos.
—Si, lo fuimos... hace años.
—¿Y qué pasó?
—Tiempo.
Marcelo elevó suavemente sus labios en una sonrisa y probó un sorbo de té. Tanteó la mesa para agarrar el azucarero y le agregó dos cucharadas a su taza.
—Siempre me quedo corto. Sírvase más, si gusta.
—Esta bien, gracias —respondió Mara, que ni siquiera había probado el té —Voy a necesitar que seas más específico...
—Realmente no hay mucho que decir, la tragedia primero y el éxito después, nos fueron distanciado. Hace varios años que no hablamos. No es fácil para una familia lidiar con lo que pasó.
—¿Y con Salazar? Me consta que lo fuiste a visitar a la prisión en dos oportunidades.
—Es correcto —respondió Marcelo. La cucharita de metal tintineaban contra la taza.
—¿Puedo preguntarte los motivos de esas visitas?
—Nosotros teníamos un dinero en común, habíamos ganado una suma importante apostando en el Hipódromo, dos días antes de que lo detuvieran.
—Tu primo fue condenado a cadena perpetua por homicidio, me cuesta contextualizar la importancia de ese dinero en esta situación.
—Lo puedo entender. La verdad es que trato de ser un hombre recto y actuar siempre de buena fe. La mitad de ese dinero le correspondía a Salazar y no podía hacer menos que hablarlo con él.
—¿Y qué te dijo?
—Que me lo quedara, obviamente. Pero no lo hice, se lo envié a Lila Fuentes de forma anónima, porque nunca hubiera aceptado nada que viniera de nuestra familia. Siempre traté de evitar las apuestas, porque tengo un historial complicado en ese sentido y siempre sentí una compulsión hacia el juego, creo que es una enfermedad hereditaria —sonrió haciendo un gesto con la mano, como restándole importancia a lo que acaba de decir— Desde niño me gustaban los caballos, un día Salazar me llevó al hipódromo y me pidió que eligiera uno, y justo elegí al ganador. Desde ese día íbamos de vez en cuando, pero él nunca me pedía dinero, nunca gasté un peso, sólo quería “mi magia” —hizo comillas con los dedos y dejó escapar una carcajada melancólica— Decía que yo le daba buena suerte.
—¿Sigues apostando?
—No, ya no me considero un hombre con suerte.
Mara tomó unas notas en su celular, se acomodó detrás de la oreja un mechón de pelo que se había rebelado contra ella durante todo el día, y finalmente bebió un trago de té.
—¿Cómo era la relación de Ezequiel con Hugo Argos? —preguntó.
—Eso debería preguntárselo a él.
—Te lo estoy estoy preguntando a ti.
Marcelo apoyó las manos a ambos lados de la taza y sus ojos rojos se perdieron en algún lugar de la pared.
—Se llevaban bien —dijo luego de casi un minuto de silencio— Compartían el gusto por la lectura y por las fiestas, eran una dupla muy divertida.
—¿Salían juntos?
—Lo hicieron durante un tiempo, hasta que Hugo se casó con Lila.
—¿Cómo se conocieron?
—Hugo y yo trabajamos en el mismo lugar durante varios años, creo que se conocieron en uno de mis cumpleaños —repentinamente, Marcelo se enderezó en la silla y endureció su rostro —Por favor, ¿podría pedirle a su acompañante que no entre en esa habitación? —dijo señalando la puerta entreabierta que tenía sus espaldas.
Alexa estaba ahí parada, abriendola sigilosamente para espiar en su interior. Mara le hizo un gesto con el ceño fruncido, Alexa le devolvió una mirada despreocupada y juguetona, alejó la mano del picaporte y se sentó en el sillón individual, cruzando las piernas por debajo de su falda mostaza.
—Lo lamento, a veces no se puede quedar quieta.
Marcelo esbozó una sonrisa cálida, pero mantuvo sus dientes ocultos.
—No hay problema, pero hay una persona enferma durmiendo en ese cuarto.
—No volverá a pasar. ¿Podrías continuar?
Marcelo asintió distraído. Su cabeza estaba girada hacia la puerta entreabierta. Se puso de pie y la cerró con cuidado, pero el ruido fue suficiente para despertar una voz lánguida y delirante.
—Saca la cabeza del agua… saca la cabeza del agua…
Marcelo trató de regresar a su silla como si no pasara nada, pero la voz de la mujer se elevó arañando la puerta.
—¡Saca la cabeza del agua! ¡Sacala ahora! ¡La muerte está en el agua! ¡La muerte está en el agua!
Mara se levantó de la silla, dio tres zancadas y abrió la puerta.
—¿Está todo bien? —preguntó.
A través de la abertura de la puerta, vislumbró un brazo famélico colgando de la cama y la tela de un calzón negro contrastando con una piel blanca y llena de estrías.
—¡No, no estoy bien, me droga para que no pueda salir del agua! ¡Esta casa es el infierno! —sus palabras se disolvieron en un llanto desgarrado.
Marcelo apoyó su mano sobre el brazo de Mara, sus ojos miraban a un punto en la pared que estaba bastante cerca de ella, tenía un gesto abatido y su piel se veía más vieja y mortecina.
—Clarisa sufre de esquizofrenia paranoide, tuvo una crisis hace un par de horas y sigue un poco inestable —le dijo volviendo a cerrar la puerta.
—¿Es tu esposa?
—No, es mi prima... es la hermana de Ezequiel y Salazar.
—No puedo menos que estar sorprendida —dijo Mara apoyando las manos en el respaldo de la silla —Leí todo el libro de Ezequiel y no había ni una sola palabras sobre su hermana.