La saga completa de Isla Tormenta (premio Allianz 2024)

Como sonríen las tortugas

El tigre miró a su alrededor, con ojos de tigre cansado, buscando un poco de agua que beber. Ya se hacía de noche, la luna aparecía y desaparecía entre la fronda de los árboles en aquel bosque donde vivía. Las lluvias se habían ausentado desde hacía mucho tiempo, tanto que el tigre había perdido la cuenta de los días, y los pocos charcos de agua que había encontrado se habían convertido en barro seco. Entonces se preguntó si era buena idea seguir adelante, tal vez lo mejor sería regresar a esas rocas filosas donde se echaba a veces a descansar, y esperar a que en el cielo apareciera una nueva luna que le trajera mejor suerte. Pero en el fondo sabía que no podía darse ese lujo, se sentía muy débil, y temía que al día siguiente fuese a sentirse peor. Si no encontraba un poco de agua dulce pronto, ya no le quedarían fuerzas ni siquiera para caminar. De pronto escuchó un ruido al costado del sendero donde se había detenido… algo se movía entre las hojas. Inmóvil en la penumbra de la noche, el tigre agudizó la vista, tanto que dejó de ver; ahora sus orejas captaban mínimos movimientos en la oscuridad. Alguien más estaba ahí. Tal vez era otro tigre como él. Un cosquilleo le corrió entre las manchas negras de su piel dorada. Y de repente experimentó algo que no había sentido nunca. Tuvo miedo. Escuchó otro ruido, una pisada cerca suyo. Si alguien lo atacaba, en el estado en el que estaba no podría defenderse. Era la primera vez en su vida que el tigre tenía miedo… por lo general era él quién generaba miedo en los otros… así que esto es lo que se siente…, se dijo el tigre. Ahora podía comprender a esas liebres traviesas, a los ciervos pensativos, a esos cerditos curiosos que salían corriendo en cuanto lo veían cerca por el bosque. De inmediato pensó en su hermano tigre, tal vez era él quien lo vigilaba, pero hacía tanto tiempo que no lo veía que también su hermano tigre había pasado a ser un extraño compitiendo por un poco de agua. Además de ver con las orejas, ahora el tigre veía también con la nariz: sí, había olor a otro animal por el sendero. Ya no cabían dudas, alguien más andaba por ahí. Pero las pisadas que recién había escuchado eran ligeras, no eran pisadas de un animal corpulento. Un zorro, pensó el tigre. Tal vez sea un zorro. En otro momento no hubiera temido cruzarse con un zorro, pero por lo débil que se sentía, un zorro podía ser un feroz competidor.

Decidió entonces seguir camino, alejarse de aquel lugar, dar esos cuatro pasos que se repetían en otros cuatro pasos, por aquel sendero alumbrado de a tramos con la luz blanca de la noche, mientras que unas sombras arabescas se desparramaban por el suelo, vibrando cuando el viento agitaba las ramas de los árboles.




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