Eran unos niños de entre diez y ocho años de edad, que habían presenciado los problemas amorosos de sus padres. A vísperas de un divorcio se reunieron en una playa y juraron que jamás se dejarían embaucar por el veneno del amor, porque el amor era feo, causaba daño y dolor, el amor era un mentira que los adultos habían inventado, y poniéndolo a él de excusa hacían las más horribles bajezas. Ellos jamás caerían en eso.
Pero aquella promesa parece que solo la recordaba ella, es por eso que se le hacía tan difícil entender las palabras que el menos querido de sus amigos estaba diciendo. ¿Enamorado? Él no podía estar enamorado, eso era absurdo. Entendía que se sintiera atraído, pero amarla era otra cosa, y de paso de aquella chica. ¿En serio él estaba llorando por ella? ¿Cómo llegaron a esa situación? ¡Oh sí! Todo fue culpa de ella y la grandiosa idea que tuvo esa fatídica noche.
Si pudiera retrocedería el tiempo y borraría esa idea absurda de su historial de vida. Pero no había nada que pudiera hacer, su amigo había sido flechado por Cupido, y de la peor forma. Jamás volverían a ser los de antes después de eso. ¿Estaba demasiado mal detestar los cambios? Si tan solo hubiera una forma de extraer el veneno.
Un año atrás.
Ese era el colegio más elitista de Chicago, los jóvenes de la crema y nata de la sociedad estudiaban allí, los futuros líderes, los herederos de las grandes compañías transnacionales, así que no había razón para que el profesor Thompson estuviera cuál búho en el salón de clase, al acecho como un águila, de que algún alumno mirara a otra cosa que no fuera la hoja sobre su pupitre. Podrían ser los hijos de personas muy inteligentes, pero era un examen de matemáticas, y al menos la chica cerca de la ventana, al fondo de la hilera derecha, no tenía la más mínima idea de qué debía hacer. No por nada la mirada del señor Thompson se paseaba más de la cuenta hacia el pupitre donde una chica de largos cabellos negros y lacios, y de mirada soberbia, con posición encorvada, escribía en su hoja y borraba constantemente. La familia de Elisa Lubensky era dueña de una de las empresas farmacéuticas más grandes del mundo, sus padres eran unos respetados científicos, pero ella era un gran dolor de cabeza. De no ser por la junta escolar, tendría a Elisa presentando el examen directamente en el pizarrón, pero al parecer eso sería visto como acoso, así que no le quedaba de otra que estar al pendiente de que de nuevo la alumna no hiciera una de las suyas.
***
Era un tanto bastante patético estar esperando que Alex le enviara las respuestas a su prueba de matemáticas. Alex la había regañado, diciéndole que debía estudiar en vez de estar haciendo todo el tiempo trampa, que si no había aprendido de la última vez que la mandaron a la dirección porque entregó el examen con todo y los acordeones que había hecho. Y sí, esa fue una gran metida de pata, pero se había olvidado de este examen, estuvo entretenida con el traje de Iron Man que le compró a Milo, su gato, no podía culparla por tener prioridades. Como siempre Alex cedió y aceptó ayudarla.
Se supone que debían dejar todos sus celulares en el escritorio del profesor, pero como si ella fuera a tener solo un celular. Y allí estaba, fingiendo que estaba resolviendo todo, garabateando un número por allá, otro por acá, mordiéndose la uña del pulgar de su mano izquierda y pensando en que ojalá Alex hubiera conseguido a Chace, ese idiota era idiota, pero sabía de matemáticas.
Por fin después de una interminable hora un mensaje llegó.
¡Chace! ¡¿En serio Chace estaba ayudándola directamente?! Supuso que Alex le mentiría, le diría que era para ayudar a Ian o a Liam, jamás se imaginó a Chace ayudándola a resolver un parcial. ¿Acaso por fin el idiota se había cansado de odiarla? ¿Era esto una bandera blanca? Hasta sintió bonito que por primera vez en su vida Chace tuviera un gesto lindo hacia ella. Y por la conmoción que le dio ver un mensaje de Chace hacia ella con las respuestas al examen que no notó la cabeza del profesor Thompson sobre ella, viendo atento lo mismo que Elisa estaba viendo con escepticismo.
—Ahora sí no se salva señorita Lubensky.
Levantó la mirada lentamente. Mierda y mil veces mierda. De ser una chica que sonríe habría sonreído buscando clemencia, pero así no era ella. Miró al profesor como si nada, y como si fuera lo más normal del mundo depositó el celular en la mano que el profesor tenida extendida frente a su rostro.
Pudo escuchar muchas risitas, incluida la de Maguie, la tonta que menos toleraba de esa estúpida escuela, pero una sola mirada de Elisa bastó para que de inmediato callara y bajara la cabeza de nuevo a su examen.
—Recoja sus cosas y diríjase a la dirección —pidió el profesor, había un toque de satisfacción en su voz. Ese día iría a casa y tomaría una buena copa de vino, se sentía realizado.
Elisa obedeció con parsimonia, se dio su tiempo para buscar su celular en el escritorio del profesor y salir de allí, esperó escuchar más risitas a su espalda, pero después de todo ella era Elisa Lubensky, y todos temían al poder de su apellido.
***
Estar esperando en la oficina del director no le importaba, pero estaba nerviosa de la llegada de Chace, era evidente que lo habían mandado a llamar, y desde ya podía empezar a cavar su tumba. Todo era tan extraño, sí le había dicho a Alex que buscara a Chace y le pidiera el favor, después de todo Chace no solo era una cara bonita, sino que era bueno con los números, con eso de que algún día sería el magnate de la industria petroquímica, y era su “sueño” estudiar economía, era el perfecto para ayudarla, pero jamás imaginó que Chace directamente fuera a pasarle las respuestas.