Versos entre Latidos y Silencios

¿Por qué tenía que ser tú?

Desde el primer día te odié.
Con esa forma tuya de mirar por encima del hombro,
como si el mundo te debiera algo,
como si todos estuviéramos un paso detrás de ti.

“¿Otra vez fallaste el ejercicio?”
dijiste una vez, con esa sonrisa apenas disimulada.
“Supongo que no todos pueden entenderlo tan rápido.”

Y yo apreté los dientes,
te respondí con una mueca y fingí indiferencia,
pero dentro de mí hervía algo más que rabia.
Era orgullo herido… y algo más que no quería nombrar.

Te convertiste en mi rival,
mi medida de lo que debía superar,
mi recordatorio constante de que nunca era suficiente.
Y cada vez que el profesor decía tu nombre
para felicitarte,
sentía que me arrancaban un pedazo del ego.

Hasta que un día, sin buscarlo,
terminé en esa página de estudios anónima,
donde todos podíamos escribir preguntas,
responder dudas,
sin nombres, sin caras, sin juicios.

Publiqué algo simple, una ecuación maldita
que llevaba horas sin resolver.
Y alguien respondió.
“Interesante error. Estás cerca, pero olvidaste un signo. Pasa más de lo que crees ;)”

Reí, sin saber por qué.
La forma en que lo escribió era… amable, divertida.
Así comenzó todo.

Noche tras noche,
el desconocido y yo intercambiábamos mensajes.
Hablábamos de fórmulas,
de exámenes,
de la presión por ser siempre “el mejor”.
Y cuando las palabras técnicas se agotaban,
hablábamos de cosas que no tenían que ver con la escuela.

“¿Alguna vez sientes que todos esperan algo de ti?”
le escribí una noche.

“Todo el tiempo,” respondió.
“Como si no tuviera permiso de fallar. A veces quisiera desaparecer.”

Esa frase me dejó sin aire.
¿Cómo podía alguien tan brillante sentir eso?
Aquel desconocido era tan… humano.

Y entonces, sin notarlo,
empecé a buscarlo más allá de la pantalla.
En clase, en los pasillos,
en cada mirada que se cruzaba con la mía.
Pero no había forma de saber quién era.

Hasta que el destino decidió jugar conmigo.

El profesor anunció un nuevo proyecto final,
en parejas.
Y antes de que pudiera abrir la boca,
dijo tu nombre junto al mío.

“Excelente,” dijiste, con esa seguridad irritante.
“Prometo no dejarte hacer todo el trabajo.”

Rodé los ojos,
pero mi corazón dio un salto que no entendí.
Pasaríamos días juntos.
Días con el chico que más me sacaba de quicio.

Y, curiosamente, no fue tan terrible.
Entre libros, cafés y silencios tensos,
empecé a descubrirte de otro modo.
No eras tan perfecto como parecía.
Te equivocabas. Te frustrabas. Dudabas.
Y a veces, cuando creías que no te miraba,
te quedabas en silencio, mirando al vacío,
como si te pesara algo invisible.

Una tarde, mientras revisábamos el proyecto,
discutíamos un problema que ninguno lograba resolver.

“Te lo dije,” murmuraste con una sonrisa confiada.
“Tu método no iba a funcionar. Déjame hacerlo a mi manera.”

“¿Ah, sí? Porque claro, tú siempre tienes la razón,” respondí.

“Solo casi siempre,” dijiste, riéndote con ese tono que usas para provocarme.

Seguí escribiendo furiosa,
hasta que, entre los números, algo salió mal.

“Olvidaste un signo,” dijiste distraídamente.
“Pasa más de lo que crees.”

El mundo se detuvo.
Mi respiración también.

Esa frase.
Esa broma.
Exactamente igual.

“¿Qué… dijiste?” pregunté, intentando sonar normal.

“¿Qué cosa?” sonreíste, sin entender.

“Eso… lo del signo.”
Te miré, buscando cualquier rastro de mentira,
y lo vi en tus ojos: la misma chispa que leía cada noche.

“Eres tú,” susurré, incrédula.
“Eras tú todo este tiempo.”

Tu sonrisa se desvaneció un poco.
“No pensé que te molestarías.”
“¿Molestarme? Me mentiste.”
“No te mentí,” dijiste despacio. “Solo no te dije quién era.”

Guardé silencio.
No sabía si quería gritarte o agradecerte
por cada palabra que me hizo sentir acompañada.

“Así que, ¿me odias más ahora?” preguntaste,
intentando sonar burlón,
pero tu voz tembló apenas.

“Sí,” mentí. “Mucho más.”

“Perfecto,” dijiste, con una media sonrisa,
“porque no soportaría que te gustara alguien como yo.”

Te diste la vuelta,
pero antes de irte, murmuraste sin mirarme:
“Y lo peor… es que yo sí te escribía porque me gustabas.”

El silencio después de eso
fue un eco interminable.

Desde entonces, no hablamos más.
Terminamos el proyecto,
ganamos la mejor calificación,
y fingimos que todo seguía igual.

Pero cada vez que escucho el sonido de una notificación,
mi corazón salta como si aún esperara tus palabras.

Te odio por eso.
Por haberme hecho sentir.
Por haberme mostrado que detrás de tu soberbia
también había miedo, ternura, verdad.

Y sobre todo,
te odio porque, aunque lo intento,
no puedo dejar de buscarte
en cada página,
en cada mirada,
en cada pensamiento que no puedo callar.



#6423 en Otros
#1805 en Relatos cortos
#11561 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor desamor, amor lgbt

Editado: 11.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.