Rainy se encontraba caminando por los pasillos de piedra con su carcaj de flechas al hombro y su mochila de cuero golpeando su cadera al tiempo que sus energéticos pasos la llevaban por el castillo en busca de la princesa Ivy.
El rey, antes de morir, le había encomendado una misión y Rainy tenía que cumplir con ella.
Apenas habían pasado dos días y medio y parecía una eternidad desde lo sucedido. Había estado preparando todo para el viaje, todo en total silencio y trabajando en las sombras. Investigado mapas por doquier, preguntando a los ancianos y a los sabios que no les gustaba que fuesen molestados –a menos que tuvieses una generosa cantidad de monedas de oro- y había varios inconvenientes que le daban vueltas en la cabeza una y otra vez:
¿Cómo le haría para convencer a la princesa Ivy de que se marchara con una simple cazadora y emprendiera un viaje a Othom con ella? Ciertamente, el plan del rey de Orsun tenía más huecos que los establos del castillo. No había un porqué, o un cuándo. Solo había un "ahora, porque estas en peligro de muerte y tenemos que sacarte de aquí".
Además, no sabía en qué condiciones emocionales estaba la princesa.
Y estaba la cuestión que definitivamente tendría que tomarse en cuenta: el clima. La tormenta que aún no llegaba a Orsun ya estaba en Othom y el frio sería insoportable. Quizá la princesa no lo soportaría. Quizá ella no quisiese venir con ella. Quizá...
Le tendría que decir la verdad. Contarle lo histérico que parecía su padre, la locura en sus ojos cuando la mandó llamar al Salón del Trono y también advertirle que no solo corría riesgo allí en Orsun... si no que tenía que llegar a Othom lo más pronto posible porque su padre quería que así fuese. Y decirle también que ella menos que nadie sabía el porqué.
Oh, Dioses. Estaba tan exhausta.
Esquivaba a toda velocidad a nobles, servidumbre y demás personas que visitaban el castillo para dar el pésame a la Reina Victoria y atiborraban el pasillo. Rainy había conocido muchísimas personas... pero sin duda la reina Victoria ocupaba un lugar especial en su corazón. Era cálida cual brisa de verano, hermosa como un paisaje inhóspito e inexplorado y su bondad era inmensa.
Antes de ser considerada la cazadora del rey, Rainy había visto a la Reina Victoria pasear por los jardines con la princesa Ivy por primera vez en su corta vida. Había pasado muchísimos años atrás y Rainy tendría unos doce años, quizá trece. Se había colado sin que nadie la viera a los jardines reales para explorar y conseguir unos pocos frutos que crecían al oeste del jardín. La reina se encontraba paseando, sin ningún tipo de guardias a su alrededor. Sus movimientos gráciles la habían sorprendido y su destreza para cabalgar en el corcel blanco le había quitado el aliento. Era hermosa y se veía que no necesitaba ser protegida. Con ojos azules como el hielo, miraba alerta a su alrededor. Miró a la dirección en donde Rainy se encontraba oculta entre los setos y le sonrió. Sus dientes blancos destellaron contra el sol y dio media vuelta, con una pequeña princesa detrás de ella sujetándose por la cintura de su madre y comenzó a correr contra el viento y se perdió en los árboles. Y Rainy supo que quería ser así de grande.
Había cierta belleza en el coraje.
Y entrenó, entrenó y entrenó. Todos los días, después de ayudar a su madre con las costuras en las que trabajaba por la tarde, tomaba el arco que había improvisado y se iba al bosque a buscar un par de ardillas para cenar. Era más bien un hobbie, pero su madre agradecía la cena con carne para su hermano y ella misma. Su padre la había abandonado cuando era bebé, así que no le había enseñado muchas cosas útiles.
Rainy recordó, un poco avergonzada, que cuando tomaba una flecha de su carcaj y apuntaba a su objetivo escondida en el bosque, invisible entorno a la naturaleza, se sentía fuerte y poderosa. Acompañada de sus habilidades de supervivencia y sus flechas... era invencible.
Y cada vez que tensaba el arco para lanzar la flecha, pensaba en la Reina Victoria y deseaba ser como ella.
Claro que eso había sido un delirio de pequeña, aunque seguía un poco agradecida con la misma reina (aunque ella no supiera el porqué) de su independencia y su arco. Se sentía como una extensión de su brazo, una parte vital de su cuerpo.
Dio la vuelta en pasillo especialmente estrecho y deshabitado. Descubrió, con un sobresalto, una figura que miraba tranquilamente por la ventana. Su cabello blanquecino como el cielo que había detrás de aquellas ventanas de cristal caía en gruesos rizos como cascada por su espalda. Llevaba un vestido blanco parduzco, como nieve cuando se mezcla con el lodo y unos cristales bordados le cubrían el corsé.
La mismísima Reina Victoria parecía un hada.
Volteó a mirar a Rainy, y sus ojos de hielo se encontraban moteados de rojo por el llanto. Su pálida y perfecta cara se encontraba irritada y sus labios fruncidos en una mueca de dolor.
La reina no se veía tan invencible como siempre. Quizá el amor es lo único suficientemente fuerte para hacernos perder nuestra valentía.
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Editado: 27.06.2019