Viento de Hielo

Capitulo 5

Ivy se encontraba adolorida. Llevaba dos días montada en su caballo; regalo de su padre por su decimotercer cumpleaños. Era color café y hermoso. Le recordaba a los días que paso en su niñez en el Muelle del Hueso, a la playa y a la calidez de su infancia, por había llamado Arena. Lo único que quería era llegar a su hogar, tomar un baño y dormir un par de semanas. Su larga trenza color rubio platino rebotaba en su espalda al ritmo del corcel en el que iba cabalgando y sus manos estaban moradas y entumecidas por el horrible frio que se sentía mientras dejaban atrás la Colina Celynn y a cada paso que daba el equino, se acercaban más a Othom. No faltaba mucho.

La caballería que la acompañaba era Jeremiah –su compañero de la infancia- y un par de soldados y nobles. Los rizos oscuros de su mejor amigo rebotaban y bailaban en el frio viento y sus ojos verde mar brillaban a la luz del atardecer como dos gemas refulgiendo montado sobre su caballo color negro como la noche. Ivy le mando una sonrisa y él se la devolvió, con las mejillas enrojecidas por la brisa matinal.

Extrañaba a sus padres y quería llegar cuanto antes.

Duró un poco más cabalgando en silencio, contemplando como el sol se hundía en el horizonte y una estela morada pintaba el cielo a su paso para dejar el cielo oscuro y lleno de constelaciones plateadas y brillantes. El rugir del rio Aimery sonaba a la lejanía, con sus corrientes brutales y dado el clima, congelantes rápidos.

-Por fin –exclamo Jeremiah cuando a lo lejos, el castillo de mármol blanco refulgía a la luz crepuscular y se pintaba de un naranja pálido, casi rosado. Las puntas parecían acariciar las nubes, perforando el cielo. La sobriedad de la estructura era hermosa, con las puertas de mármol blanco labradas con moderados diseños y unos jardines tan grandes rodeando todo, como una fortaleza. La nieve a su alrededor parecía fundirse con el propio castillo y lo hacía inmenso, inhóspito, precioso. De una belleza legendaria que Ivy siempre sentía al observar su hogar.

El caballo relinchó, cansado por el viaje.

-Por fin –repitió las mismas palabras de su amigo-. Por fin llegamos.

Jeremiah le echó una mirada cargada de desafío. Con una sonrisa amplia y pícara, le dio un suave golpe a su caballo en la cabeza jadeante y llena de cabello negro que era su caballo llamado Tinta y con un simple movimiento, Ivy aceptó el reto y se tensó. Un segundo más tarde, Tinta y Arena corrían con el viento silbando a su alrededor y el cabello de Ivy ondeando al viento. Libertad, pensó. Así se sienten los pájaros en el cielo sin que nadie los detenga.

Ivy reía mientras que el aire se llevaba el sonido. Jeremiah levantó las manos al amasijo de nubes cargadas de nieves y animó a Tinta a seguir adelante.

La carrera había sido demasiado corta para cuando llegaron al castillo y los guardias inexpresivos que estaban apostados a lo largo de la puerta de marfil que le saludaron con un gesto seco de la barbilla. Ivy los miró a cada uno de ellos y entró al castillo blanco.

-Mi señora –una doncella se acercó a la princesa y le retiró con cuidado la capa forrada de cuero que cubría sus hombros-. Me alegro que esté aquí nuevamente, ¿su viaje fue placentero?

Intercambió una mirada de diversión con Jeremiah antes de contestar-. Por supuesto. Fue un viaje completamente lleno de lujos y comodidades.

La doncella sonrió con aire discreto a sabiendas que la princesa se burlaba de ella.

-Por supuesto. Su madre me envió, Su Alteza. Necesita su presencia en sus aposentos personales. -Ivy asintió, confundida. ¿Para qué le llamaría su madre? Jeremiah se despidió con una leve inclinación pero la muchacha lo detuvo respetuosamente-. Me temo, Mi Lord, que usted también se solicita allá.

-¿Alguna idea de lo que requiera mi madre? –inquirió Ivy.

La doncella negó con la cabeza y se despidió. Desapareció por el pasillo con el frufrú de la falda como único indicio que había estado antes allí.

Jeremiah le tendió el brazo, caballerosamente y ella lo tomó. Comenzaron a charlar y caminar por el pasillo energéticamente; Ivy se sorprendió de encontrar caras lúgubres en su paso por los corredores de mármol negro que serpenteaban interminablemente por el castillo. Algunos cortesanos se quitaban los sombreros al pasar y ella les sonreía tímidamente, bastante extrañada por su comportamiento.

Tomaron una pequeña brecha en uno de los concurridos pasillos y el tramo de sinuosas escaleras de caracol los esperaba tranquilo al final de un arco de piedra con águilas talladas en pleno vuelo. En cuanto la punta de su pie tocó la cima de las escaleras, divisó las puertas de roble que estaban cerradas. Jeremiah le soltó el brazo, permitiéndole tocar.

Ivy le dio un suave golpe, al tanto de la irritación de la Reina Victoria por los ruidos fuertes. El golpe se extendió en el vacío del silencio, con los susurros de la nieve arremolinándose en las torres del castillo. Esperó.

Chirriando sobre sus goznes, la puerta se abrió lentamente. Dos doncellas mayores le recibieron con ojos tristes y sonrisas cansadas. Buscó inmediatamente a su padre en ese lugar, pero no vio ni rastro de él. ¿Qué pasaba con todos en ese lugar?




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