Virginia Colt, Investigadora Privada

Cap. 1 Una niña llamada Virginia

10 años antes…

 

Virginia miraba sus pies, eran pequeños, blancos y olían a queso, de un tiempo acá le sudaban mucho sus pies, incluso usando zapatillas, por más que los lavaba, secaba y talqueaba predominaba el sudor y el mal olor. Entonces se dio cuenta de que comenzaban a molestarle muchas cosas a sus 8 años:

En primer lugar, estaba el timbre del recreo: nunca sonaba cuando ella más quería y eso era en la hora de matemáticas.

En segundo punto: el chico Paul, era insoportable, se metía con todo el mundo y le gustaba jalarle su cabellera negra.

En tercer lugar: las Chicas Fifí: niñas lamparosas y creídas que siempre se reunían a cuchichear y criticar a todas las niñas del curso que no vestían como ellas y...

En cuarto lugar, y no menos importante: la leyenda del Chico ratón, un alma de un antiguo estudiante que se presentaba en el pasillo y que arrastraba la pena de los regaños de su madre y las tareas que nunca pudo terminar.

Solían asustar a los más pequeños con esa historia y a ella le aterraba tener que toparse con ese espíritu en cualquier momento en el pasillo cuando estuviera sola.

Miraba sus pies con suma atención porque ahora ocupaban sus pies la quinta posición en su ranking de cosas odiosas.

Su madre se asomó en esos momentos por la puerta y le anunció:

—Virginia, voy a visitar a tu abuela.

La abuela hace años que no la veía y se entusiasmó:

—Mamá, ¿puedo ir?

—No—rotunda—porque solo voy a dejarle un pie y me devuelvo.

—¿Hiciste pie de manzana para nosotros también?

—Sí, pero será para la cena—advirtió—además hice enrollado de carne.

Los grandes ojos de Virginia se llenaron de una inusitada chispa y solo pudo comentar:

—Suena demasiado bueno—entonces le preguntó—¿te sientes culpable de algo?

Nidia Walker fijó sus ojos cafés en su pequeña hija y le preguntó sorprendida:

—¿De qué podría sentirme culpable?

—Tal vez… De no llevarme con la abuela.

—Buen intento, Virginia.

Se fue riendo. No le dijo nada de sus pies y los miró detenidamente, tenía que hacer algo con ellos o se volvería loca. De repente su madre se asomó y le dijo:

—Tampoco te quiero metida de lleno en la computadora.

Ahora su madre veía el futuro y en su futuro ella correría apenas la puerta, se cerrase al computador, aprovechó para preguntarle:

—¿Puedo comprarme un helado?

—Claro—le dio un billete—derecho a casa después.

—Copiado—sonrió.

Entonces llamó a su mejor amiga Grace:

—Grace, ¿tienes tiempo para ayudarme a comer un mega helado?

—Todo el tiempo del mundo, amiga.

—Te veo abajo, amiga.

Corrió a cambiarse de ropa y peinar su larga cabellera negra, se colocó una diadema de muñecos y se miró al espejo: nada podía hacer con esos grandes ojos de muñeca de anime que tenía.

 

 Su madre le había contado que cuando era niña había una muñeca parecida a ella y era el modelo Virginia, de ahí sacó su nombre.

Virginia vivía en un edificio de condominio de tres pisos, propiedad de su madre por herencia, allí alquilaban seis familias y por eso vivían con soltura; su padre era miembro de la policía local de San Paul.

Le encantaba vivir allí en San Paul, podía decirse que vivía del lado divertido de la zona: del lado izquierdo y pasando un edificio vivía Grace, su mejor amiga, en todo el mundo.

 Del lado derecho estaba la manzana más increíble de todas: en la esquina tenía la pastelería y dulcería más deliciosa de todas, seguido de la juguetería, donde hermosos y delicados juguetes las deleitaban a diario. Después seguía el bar Snoopy en donde se podía comer todo lo frito y exquisito que la comida rápida podía brindar.

Al bajar vio a la Sra. Flanagan limpiando la entrada, tenía lo que decían una manía compulsiva de andar limpiando cosas limpias, pero que en la mente de la mujer siempre estarían sucias.

 

Grace se acercó con una amplia sonrisa, tenía el cabello hasta los hombros de dos tonos de castaños, por lo que siempre decían que se lo había pintado, pero no, ella era natural, una rareza de la naturaleza, como solía decirle. Tenía pecas en la cara, muy pocas y se la veía tan inocente; sin embargo, era muy inquieta.

—¡Hola, loca!

—¿Cómo te va loca?

Esa era su jerga privada y Grace le mostró un billete y le dijo:

—Traje dinero para las chucherías.

Así les decían a los diferentes acompañantes que les colocaban a los helados.

 

Iban caminando cuando vieron sacar de la pastelería un inmenso pastel de 7 pisos, se quedaron sorprendidas por el bello y gran pastel, entonces Grace comentó:




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