Ese jodido virus está por todas partes.
Menos mal y tengo la casa de mi cuidador para protegerme de ésta mierda.
—¿Que ha sido eso? —pregunté cuando escuché un ruido en los arbustos del jardín en la entrada.
Bolita, mi gato, maulló, dándome a entender que el tampoco tenía ni idea.
Suspiré y cerré el libro que me estaba leyendo. La mansión no era tan mansión si lo mirabas por ciertos lados.
El claro ejemplo era la falta de más de tres habitaciones. La casa o mansión a medias consistía en un baño propio para cada habitación individual y uno "público". Un jardín con un lago fuera, por la puerta principal. Está iba con la huella de mi palma o con las palabras.
«Dulce muchacha»
Así me llamaba al que consideré más padre que el mismo incluso. Es deprimente tener que decirlo así, pero es la total verdad.
Mi familia murió, y yo no hice nada para salvarlos. Podía. Pero no lo hice.
Suena macabro pero...créeme, entenderás...o espero que tengas la mínima empatía para entenderlo.
Agarré mi pistola con dardos estimulantes, simulaban el dolor de una bala y dejaban inconsciente por unos...treinta minutos. Una verdadera delicia, herencia del abuelo.
—Bolita, quédate aquí y protege la casa con esas garras que usas para desgarrar el sofá, ¿de acuerdo? —le dije.
El gato me miró decidido y maulló, a espera de señal para poner todos sus sentidos a trabajar.
¿Como me entendía? Ni idea. Pero Bolita es lo más agradable que me pudo haber pasado en mi vida a parte del abuelo Tommy.
—Una —el gato se tensó—. Dos —está vez se crispó—. ¡Tres!
Abrí la puerta de golpe, colocándome una mascarilla para proteger mi nariz, a parte de una para mis ojos.
Caminé con sigilo, como me entrenó el abuelo.
Y ahí, ahí lo vi. Un chico alto, rubio y con una cicatriz en su hombro hasta su codo. Curada pero cicatriz más visible. Tenía el pecho descubierto y estaba tirado en el suelo.
Ahogue un grito.
—¡Bolita, ven! —el gato corrió casi como gazela hacia mi lado.
Vio con confusión al chico que estaba tendido boca abajo en el camino de piedras posiblemente ardiendo del jardín.
Bolita me miró, doblando su cabecita hacia un lado.
¿Miau?
Yo entrecerré los ojos. Pensativa. Bolita quería saber si íbamos a quedarnos al chico o no.
Tenía tatuajes, iba repleto de hecho.
—Bolita, tráeme un cuchillo del cajón prohibido —dije con firmeza.
Bolita dio un respingo a mi lado, abriendo su boca de más.
—Ahora, vamos—le insté.
¿Miau?
Su tono era casi escéptico.
—Sí, estoy segura, ahora ve —dije sin apartar mis ojos del chico tumbado en el suelo—. Yo iré a por agua congelada.
Bolita volvió a correr al interior de la casa.
Yo fui hacia la nevera que Tommy ocultó bajo el césped artificial para emergencias. Saqué un paquete de hielos, con un golpe seco tocaron el suelo. Mi arma en mi cadera, enganchada con una cinta.
Gruñí un poco por el esfuerzo cuando me levanté del suelo para ir a rellenar el cubo azul y pequeño que había en el jardín (también para emergencias).
Bolita llegó con el cuchillo agarrándolo con su boca por el mango justo cuando llené el cubo hasta arriba. Lo dejó en el suelo, frente a mi.
Yo lo agarré con seguridad, como Tommy lo hizo una vez frente mío.
—Bolita, los hielos por favor —dije apuntando a su lugar.
Bolita los trajo con un poco de esfuerzo, pero lo hizo. Miró perspicaz cada uno de mis movimientos de preparación. Coloqué unos guantes de látex que tenía en mi bolsillo y saqué tres cubitos grandes de hielo. Los dejé caer en el agua.
—Bolita, ¿está lo suficientemente frío?
Bolita se acercó al cubo y apoyó su naricita rosada en el cubo. Dio un respingo maulló con seguridad.
Miau miau.
Agarré el cuchillo con una mano y el cubo con otra. Cuando me acerqué al chico casi moribundo en el suelo este gruñó al intentar levantarse, cosa que no pudo.
—Quédate quieto y no te meteré los tranquilizantes por el culo, ¿de acuerdo? —espeté.
Estos momentos siempre me habían puesto realmente nerviosa. ¿Que haría si está contagiado? ¿Lo mataría? No. Definitivamente no podría.
Coloqué mis manos enguantadas bajo sus axilas para impulsarlo y dejarlo sentado. Vi que tenía más que varios golpes realmente agresivos en el rostro.
—Te voy a cortar, y quiero que te estés quieto, o si no... —me quedé pensativa —. Te enchufo esta mierda—dije señalando a la pistola de dardos en mi cadera.
El asintió dócil. Me acerqué más a el y agarré una de sus manos. El no había levantado su vista de su regazo. Sus ojos se mantenían despiertos con verdadera dificultad.
En mi cinturón, la parte trasera, había dejado el cuchillo. Lo agarré despacio pues algo me dijo que un movimiento brusco podría alterarlo.
Bolita observaba la situación muy de cerca, los ojos muy abiertos, señal de que no confiaba y estaba a alerta por si debía saltar sobre el rostro del chico.
—¿Como te llamas, chico? —pregunté mientras cortaba.
Quería darle una distracción del dolor que sentiría.
—Devid —dijo con voz ronca y entrecortada—. Me llamo Devid.
—Bien, Devid —dije—. ¿Sabes porque estoy haciendo esto, no?
El asintió y supe que no debía hablarle más.
—Bien, ahora necesito que hagas un esfuerzo en no alterarte, ¿de Acuerdo Devid?
El volvió a asentir, realmente débil. Agarré el envase de las gotas que me mostrarían su color de sangre y las dejé caer el la herida. No provocaría infección, pero si se escuchó como ácido en la piel. Burbujeo y cuando paró supe que estaba listo.
Acerqué el cubo a mi lado y puse la mano del chico en el cubo. Una gota fue suficiente como para que se extendiera por todo el agua transparente, manchandola de «la decisión».
Si salía su sangre roja tan oscura casi negra y con ciertos grumos...tendría que...que echarlo, si salía rojo normal, podría...curarle las heridas.