Mentiras Destructivas
Poner a todos, antes que a uno mismo, es absolutamente destructivo. Y tendría que verse bien priorizarse, y no quedar como egoísta ante los ojos de los demás.
Es malo cegarse ante la realidad, por más triste que sea. Pero es aún peor, tomarle cariño a la venda que cubría completamente tus ojos.
Sentir que algo está jodidamente mal, y no querer aceptarlo, conformándote con que sólo fue una absurda idea.
Todo estará bien.
En realidad no lo sé.
Él me ama, sólo aún no sabe cómo se siente eso.
Él sólo me usaba. Siempre me usó.
Mi mejor amiga se le acerca demasiado a Brandon, sólo porque quiere llevarse bien con él por mí, obviamente.
Jamás me creí ese estúpido cuento. Sólo me enamoré de aquella teoría.
No soy una adicta. Me drogo porque me gusta la sensación de tranquilidad.
No podría dejarlo por mi propia cuenta, ni aunque quisiera.
Mi vida ya está empezando a mejorar.
No. Mi vida se incendió completamente, y las cenizas que me quedaban, el viento las desapareció.
Todo suena absurdamente patético.
Lo sé.
¿Cómo pude mentirme sin compasión, por demasiado tiempo?
¿Cómo es posible que aún quiera creerme esas absurdas mentiras?
¿En qué momento dejé de priorizarme a mí?
Cerré los ojos con fuerza, y los volví a abrir, para caminar a mi siguiente clase.
—Buenos días,— el profesor de literatura entró al salón, y colocó su maletín por encima del escritorio— espero que todos hayan leído ‘‘Un mundo feliz’’ de Aldous Huxley, para el día de hoy— dijo acomodándose sus lentes, para así, observarnos mejor— Saquen una hoja, porque les daré un trabajo acerca del libro, que van a tener que entregar al finalizar esta clase.
En realidad no lo leí por su estúpida y aburrida clase de literatura, lo leí por mi madre, hace bastante tiempo.
Luego de un largo día en la Universidad, fui a mi habitación del campus, junto a Emma. Pedimos una pizza para comer algo, a la vez que esperábamos a Wanda, quien tenía unas muy malas noticias.
Aunque no me preocupé en absoluto.
No lo sé, dejé de preocuparme por la vida de los demás, hace un tiempo.
Pero eso no significa, que ahora me preocupe por mi propia vida.
Así que, no sé qué es peor.
Cuando entró Wanda a la habitación, su rostro estaba enrojecido, y tenía los ojos completamente hinchados.
—Estoy embarazada— murmuró, sin siquiera mirarnos.
—¿Qué quieres decir con eso?—preguntó Emma con tono de desesperación y rodé los ojos.
—Que está embarazada— dí un resoplido.
Wanda se acercó más a nosotras, y tomó asiento en mi cama.
Nadie dijo nada por demasiado tiempo. Solamente nos dedicamos a oír el silencio.
Está embarazada.
Aunque no sea mi vida, pude imaginar el difícil momento que está pasando ella.
—¿Sabes de quién es?— preguntó Emma.
—Kobert. Con él fue las últimas veces que estuve —respondió.
—¿Y ya lo sabe?— Inquirió otra vez Emma.
—Si— de repente se puso a llorar— le dije que quería tenerlo, y me puso la condición que si no lo abortaba, el no se haría responsable del bebé.
—Maldito infeliz— susurró Emma.
—¿Fuiste al hospital?— pregunté y ella negó con la cabeza— Bien, te acompañaré.
Me levanté de la cama, y me puse mis zapatillas.
—Yo también iré— dijo Emma.
—¿Ahora?— habló Wanda, completamente confundida.
—No, si quieres en nueve meses, cuando estés a punto de dar a luz— bufé.
—Gracias chicas,— limpió con el torso de sus manos, la humedad de su rostro, y salimos las tres del campus.
Wanda dijo que no podía manejar, así que tomó asiento en la parte de atrás junto a Emma, quien la consolaba en sus piernas. Yo tomé el volante, manejando hasta un consultorio que nos recomendó Google maps.
—Llegamos— murmuré, desabrochando mi cinturón de seguridad, para luego salir rápidamente del auto.
Esperé a las chicas, que se tardaron demasiado en hacer el mismo estúpido procedimiento que yo, y luego nos adentramos al lugar.
No era muy grande, pero tenía una linda decoración. Antes que nosotras, habían tres mujeres con vientres enormes, junto a sus respectivas parejas,— o familiares— no lo sé.
—Bien, siéntense, que iré a registrarte— dijo Emma, para ir a la ventanilla de recepción.
—Todo estará bien— susurré a la vez que intenté regalarle una sonrisa.
—Gracias Julie— respondió tomando mi mano, y la apretó con fuerza, seguramente por los nervios.
Quería quitársela, pero me contuve por su mala situación emocional.
—Bien, en unos minutos te llamaran— dijo Emma, para luego sentarse al lado de nosotras.
—¿Pueden acompañarme adentro? No quiero estar sola.
—No sé si nos dejen a las tres— respondí mirando a Emma.
—Por favor— insistió.
—Entraré yo contigo—dijo Emma.
—Gracias— susurró.
Fueron unos cinco minutos los que se tardaron para luego llamar el nombre de Wanda.
—¿Y si algo malo me pasó, y mi bebé está mal?
—Wanda, si no entras, nunca lo sabrás— dije intentando safar mi mano de su fuerte agarre.
—Dios, no puedo— susurró.
—Entremos de una maldita vez, Wanda— soltó Emma, impaciente.
Y por fin, mi mano fue liberada.
Perdí de vista a las chicas, cuando se adentraron al consultorio, donde la doctora había salido a llamarla.
Así que a esperar.
Y como si estuviera en una una peluquería, había una mesita donde tenía demasiadas revistas, así que tomé una que se encontraban en muy mal estado, y comencé a leerla.
¿Sabían que si uno de dos gemelos monocigóticos no tiene un diente, lo más probable es que su hermano tampoco lo tenga?
¿Y que la barba de los hombres rubios crece más rápido que la de los hombres de cabello oscuro?
¿No?
Yo tampoco.
Y esa información no me sirve para absolutamente nada.